La sociedad en la
época victoriana estaba exacerbada de moralismos y disciplina, con rígidos
prejuicios y severas interdicciones. Los valores victorianos se podrían
clasificar como "puritanos" destacando en la época los valores del
ahorro, el afán de trabajo, la extrema importancia de la moral, los deberes de
la fe y el descanso dominical como valores de gran importancia.
Los varones
dominaban la escena tanto en los espacios públicos como en la privacidad, las
mujeres se debían a los lugares privados, con un estatus de sometimiento y del
cuidado de sus hijos y del hogar.
Las condiciones como
la pereza se vinculaban con los excesos y la pobreza con el vicio. La repulsión
social hacia el vicio también se traduce en el sexo, relacionado con las bajas
pasiones y su carácter animal proveniente de la carne. Por ello, la castidad
era una virtud a resguardar.
La insatisfacción
femenina, en cualquier ámbito, era tratada como un desorden de ansiedad con
pastillas y psicoanálisis y, si la mujer tenía suficientes recursos económicos,
lo trataba en manos de un "experto" que las estimulaba sexualmente con
sus manos.
A
las mujeres se les exige un comportamiento social más controlado que al varón,
su deseo sexual debe ser reprimido, pero al mismo tiempo se afirma que las
mujeres son seres influenciables por todos los estímulos.
La
mujer debe dejar su cuerpo fuera de todo control que inhiba la salida al
exterior de su flujo menstrual, pero tiene que reprimir sin embargo su deseo
sexual, siendo la manifestación de éste una de las causas de ser considerada
enferma mental.
La
aplicación de descargas eléctricas en la pelvis o la aplicación de sanguijuelas
en los órganos genitales, e incluso en el útero, son algunos de los
tratamientos recomendados por prestigiosos ginecólogos, recogidos en diversos
artículos del Lancet o en la obra Retrospect of Practical Medicine and Surgery,
de W. Braithwaite.
El
fluido masculino es positivo, debe ser retenido en el organismo y no debe
despilfarrarse.
El
fluido femenino es negativo, su retención supone la enfermedad física y mental
y, en muchos casos, la muerte; debe, por tanto, eliminarse.
La
mujer necesita tener una actitud pasiva e inactiva, física e intelectualmente,
para permitir el fluir al exterior de su residuo menstrual; el hombre debe
mantener una vida activa física e intelectualmente. Requiere, asimismo, una
continua supervisión de la madre y de la clase médica, así como recurrir al uso
de distintos medicamentos y terapias para evitar la siempre amenazante
enfermedad. El hombre es auto-suficiente, la mujer es dependiente.
La
dependencia de la mujer de la clase médica es un exponente más de su
dependencia respecto al hombre, fundamentalmente el padre o el marido en el
mundo anglosajón, el padre, el marido y el confesor en el católico. Además con
la insistencia en la necesidad de cuidados médicos por parte de la mujer, los
doctores victorianos se aseguraban una clientela de clase media y alta, y con
ello su prestigio social y beneficio económico correspondiente.
Según
el ginecólogo W. Tyler Smith, la sociedad británica daba el valor a la mujer
como procreadora, la protegía de todo tipo de riesgo, relegándola a una vida
inactiva. Tal era el valor de la mujer embarazada y parturienta que debía
prohibirse que fuese atendida por comadronas, puesto que su presencia degradaba
la obstetricia.
La
mujer es un ser valioso si es dependiente del hombre y se dedica exclusivamente
a su función natural de esposa y madre. Cualquier otra actividad, incluso la
atención al parto, tradicionalmente realizada por mujeres, debe estarle
prohibida.
Es
este un ejemplo más de la neurosis que envuelve la visión masculina de la
mujer, en la época victoriana, y en general a lo largo de la historia, cuando
no se la trata como ser humano completo y se la aliena, tanto al considerarla
un ser angelical, como al suponerla un ser limitado, enfermizo o vicioso.
Existe
una doble visión, según se trate de la mujer de clase media o alta y la mujer
obrera que trabaja larguísimas jornadas en las sweetshops, arrastra
semi-desnuda carretillas de carbón en las minas, o se dedica al servicio
doméstico o a la prostitución.
La
mujer rica permanece aislada en el hogar, dedicada a consumir, manteniendo así
la sociedad industrial y mercantilista; la mujer obrera es una mano de obra
barata, pieza clave en la revolución industrial. Se acepta siempre a la mujer
en profesiones y actividades subordinadas, pero no en aquellas que puedan
significar competencia con el hombre en cargos de relevancia social,
profesional o económica.
Dentro
del mundo de la sanidad, existen actualmente monumentos en honor a Florence
Nightingale, símbolo por excelencia de las enfermeras abnegadas, pero no se
menciona su grito de protesta en la novela Cassandra, ni hallamos monumentos,
(excepto alguna discretísima placa, y el busto erigido en memoria de Louisa
Aldrich-Blake en una esquina de Tavistock Square), en memoria de las mujeres
objeto de esta tesis que lucharon por conseguir un título de doctoras y ejercer
en pie de igualdad con los hombres.
Además,
la industrialización hace sentir al ser humano la contradicción entre ser
dependiente de las máquinas y la supuesta libertad y autocontrol en el campo
comercial que defienden las teorías económicas. De nuevo podemos encontrar una
explicación psicoanalítica a la contradictoria visión de la mujer: si la mujer
es el ser dependiente, el hombre, no el obrero, el salvaje o el esclavo, sino
el hombre blanco de clase media alta, puede ocupar tranquilo el lugar del ser
libre y autosuficiente, proyectando la inseguridad y la dependencia en la mujer
y otros grupos excluidos.
La
mujer que permanece en el ámbito privado realiza la función de ángel del hogar,
que aporta valores humanos al hombre y lo purifica de la contaminación que
supone la lucha en el mundo económico-social, pero esta misma mujer es una
fuente potencial de descontrol si se separa del rol establecido.
Asimismo
en cada mujer queda representada la dualidad: la belleza exterior oculta la
suciedad interior que debe ser expulsada para evitar que la mujer se convierta
en la loca del ático.
La doble moral
sexual era propia de la era victoriana. La reina mandó alargar los manteles de
palacio para que cubrieran las patas de la mesa en su totalidad ya que, decía,
podían incitar a los hombres al recordar las piernas de una mujer.
Sin embargo,
paralelamente a las estrictas costumbres de la época se desarrollaba un mundo
sexual subterráneo donde proliferaban el
adulterio y la prostitución. También existían las "cortesanas”.
En esta Inglaterra
se desarrolló el primer preservativo realizado en látex, aún cuando se suponía
que las relaciones sexuales debían mantenerse con fines reproductivos.
La prostitución
era una actividad muy frecuente en la Inglaterra del siglo XIX. Tan sólo en Whitechapel
la policía metropolitana calculaba que existían unas 1.200 prostitutas de clase
social baja y unos 62 burdeles.
Las prostitutas
poblaban los bares y las calles de Whitechapel, uno de los barrios más pobres
del East End. Pero también se encontraban cerca de teatros y establecimientos
de ocio masculino, desde burdeles hasta locales donde los hombres bebían y
disfrutaban de espectáculos eróticos que muchas veces estaban protagonizados
por menores de edad. La prostitución homosexual también existía, aunque
lógicamente el secretismo en torno a ella era mayor.
(Mary Simpson,
prostituta de 10 u 11 años, encinta de cuatro meses. Fotografía de 1871.)
En cuanto a la
manera en que se vestían las mujeres, decir que en la Inglaterra victoriana, la
ropa de la mujer pesaba entre 5 y 15 kilos. Además, debía exhibirse una cintura
diminuta, y para ello se usaban rígidos corsés.
Esta prenda, usada hasta
principios del siglo XX, provocaba desmayos, impedía doblar la cintura y
respirar con normalidad, entre otras consecuencias dolorosas. "La moda era
una forma de tortura legalizada", afirma Linda Watson en su libro Siglo XX
Moda.
Oscar Wilde le
decía a su público que se deshiciera de los corsés. Firmemente encorsetadas
desde la axila al muslo, con cuellos de plumas de ave hasta la barbilla, las
mujeres apenas podían sentarse –y no digamos dar un enérgico paseo por el parque
No todo fue
negativo para las mujeres, pues el periodo medio victoriano también fue testigo
de significativos cambios sociales y una serie de cambios legales en los
derechos de la mujer. Aunque carecían del derecho al sufragio durante la Época
Victoriana, ganaron el derecho a la propiedad después del matrimonio a través
del Acta de
Propiedad de las Mujeres Casadas, el derecho a divorciarse y el derecho a
pelear por la custodia de sus hijos tras separarse de sus maridos.
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Victoria
del Reino Unido (Londres, 24 de mayo de 1819-isla de Wight, 22 de enero de
1901) Reina británica desde la muerte de su tío paterno, Guillermo IV, el 20 de
junio de 1837, hasta su fallecimiento el 22 de enero de 1901, mientras que como
emperatriz de la India fue la primera en ostentar el título desde el 1 de enero
de 1877 hasta su deceso.
Heredó
el trono a los dieciocho años, tras la muerte sin descendencia legítima de tres
tíos paternos. El Reino Unido era ya en aquella época una monarquía constitucional
establecida, en la que el soberano tenía relativamente pocos poderes políticos
directos. En privado, Victoria intentó influir en el gobierno y en el
nombramiento de ministros. En público, se convirtió en un icono nacional y en
la figura que encarnaba el modelo de valores férreos y de moral personal típico
de la época.
Se
casó con su primo, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha en 1840. Sus
nueve hijos y veintiséis de sus cuarenta y dos nietos se casaron con otros
miembros de la realeza o de la nobleza de Europa, uniendo a estas entre sí.
Esto le valió el apodo de «abuela de Europa». Tras la muerte de Alberto en
1861, Victoria comenzó un luto riguroso durante el cual evitó aparecer en
público. Como resultado de su aislamiento, el republicanismo ganó fuerza
durante algún tiempo, pero en la segunda mitad de su reinado, su popularidad
volvió a aumentar.
Su
reinado de 63 años, 7 meses y 2 días es el segundo más largo de la historia del
Reino Unido (sólo superado por el de su tataranieta Isabel II) y se le conoce
como época victoriana.