Nunca
he declarado la guerra a los hombres; no declaro la guerra a nadie, cambio la
vida: soy feminista.
No
soy ni amargada ni insatisfecha: me gusta el humor, la risa, pero sé también
compartir los duelos de las miles de mujeres víctimas de violencia: soy
feminista.
Me
gusta con locura la libertad más no el libertinaje: soy feminista. No soy
pro-abortista, soy pro-opción porque conozco a las mujeres y creo en su enorme
responsabilidad: soy feminista.
No
soy lesbiana, y si lo fuera ¿cuál sería el problema? Soy feminista. Sí, soy
feminista porque no quiero morir indignada.
Soy
feminista y defenderé hasta donde puedo hacerlo a las mujeres, a su derecho a
una vida libre de violencias.
Soy
feminista porque creo que hoy día el feminismo representa uno de los últimos
humanismos en esta tierra desolada y porque he apostado a un mundo mixto hecho
de hombres y mujeres que no tienen la misma manera de habitar el mundo, de
interpretarlo y de actuar sobre él.
Soy
feminista porque me gusta provocar debates desde donde puedo hacerlo. Soy
feminista para mover ideas y poner a circular conceptos; para reconstruir
viejos discursos y narrativas, para desmontar mitos y estereotipos, derrumbar
roles prescritos e imaginarios prestados.
Soy
feminista para defender también a los sujetos inesperados y su reconocimiento
como sujetos de derecho, para gays, lesbianas y transgeneristas, para ancianos
y ancianas, para niños y niñas, para indígenas y afrodescendientes y para todas
las mujeres que no quieren parir un solo hijo más para la guerra.
Soy
feminista y escribo para las mujeres que no tienen voces, para todas las
mujeres, desde sus incontestables semejanzas y sus evidentes diferencias.
Soy
feminista porque el feminismo es un movimiento que me permite pensar también en
nuestras hermanas afganas, ruandesas, croatas, iraníes, que me permite pensar
en las niñas africanas cuyo clítoris ha sido extirpado, en todas las mujeres
que son obligadas a cubrirse de velos, en todas las mujeres del mundo
maltratadas, víctimas de abusos, violadas y en todas las que han pagado con su
vida esta peste mundial llamada misoginia.
Sí,
soy feminista para que podamos oír otras voces, para aprender a escribir el
guión humano desde la complejidad, la diversidad y la pluralidad.
Soy
feminista para mover la razón e impedir que se fosilice en un discurso estéril
al amor.
Soy
feminista para reconciliar razón y emoción y participar humildemente en la
construcción de sujetos sentipensantes como los llama Eduardo Galeano.
Soy
feminista y defiendo una epistemología que acepte la complejidad, las
ambigüedades, las incertidumbres y la sospecha. Sé hoy que no existe verdad
única, Historia con H mayúscula, ni Sujeto universal. Existen verdades, relatos
y contingencias; existen, al lado de la historia oficial tradicionalmente
escrita por los hombres, historias no oficiales, historias de las vidas
privadas, historias de vida que nos enseñan tanto sobre la otra cara del mundo,
tal vez su cara más humana.
En
fin soy feminista tratando de atravesar críticamente una moral patriarcal de
las exclusiones, de los exilios, de las orfandades y de las guerras, una moral
que nos gobierna desde hace siglos.
Trato
de ser feminista en el contexto de una modernidad que cumple por fin sus
promesas para todos y todas. Como dice Gilles Deleuze ’siempre se escribe para
dar vida, para liberarla cuando se encuentra prisionera, para trazar líneas de
huida’. Sí, trato de trazar para las mujeres de este país líneas de huida que
pasen por la utopía.
Porque
creo que un día existirá en el mundo entero un lugar para las mujeres, para sus
palabras, sus voces, sus reivindicaciones, sus desequilibrios, sus desórdenes,
sus afirmaciones en cuanto seres equivalentes políticamente a los hombres y diferentes
existencialmente.
Un
día, no muy lejano, espero, dejaremos de atraer e inquietar a los hombres;
dejaremos de escindirnos en madres o putas, en Marías o Evas, imágenes que
alimentaron durante siglos los imaginarios patriarcales; habremos aprendido a
realizar alianzas entre lo que representa María y lo que significa Eva.
Habremos aprendido a ser mujeres, simplemente mujeres. Ni santas, ni brujas; ni
putas, ni vírgenes; ni sumisas, ni histéricas, sino mujeres, resignificando ese
concepto, llenándolo de múltiples contenidos capaces de reflejar novedosas
prácticas de sí que nuestra revolución nos entregó; mujeres que no necesiten
más ni amos, ni maridos, sino nuevos compañeros dispuestos a intentar
reconciliarse con ellas desde el reconocimiento imprescindible de la soledad y
la necesidad imperiosa del amor.
Por
esto repito tantas veces que ser mujer hoy es romper con los viejos modelos
esperados para nosotras, es no reconocerse en lo ya pensado para nosotras, es
extraviarse como lo expresaba tan bellamente esta feminista italiana Alessandra
Bocchetti.
Sí,
no reconocerse en lo ya pensado para nosotras. Por esto soy una extraviada, soy
feminista. Y lo soy con el derecho también a equivocarme.
Florence
Thomas
Florence Thomas nació en
Ruan, Francia, ‘La Ciudad de los Cien
Campanarios’, atravesada por el Sena, pero lleva 48 años viviendo en Colombia,
país al que llegó enamorada de un colombiano y donde hace cuatro años le
otorgaron la nacionalidad.
Esta psicóloga social de la
Universidad de París, vinculada a la Universidad Nacional como profesora
titular y emérita de Psicología, creó el grupo Mujer y Sociedad, luego que a su llegada a Colombia en la década de los
60 encontrara “mujeres sumisas, sin
tomar consciencia de que son sujetas de
derecho. Cuando llegué aquí, mujer era igual a mamá”.
No es amargada ni insatisfecha,
no les ha declarado la guerra a los hombres, los ama pues ha vivido rodeada de
ellos, tiene hermanos, hijos y un nieto,
no es pro-abortista sino pro-opción, es feminista y no lesbiana. ¿Y si lo
fuera, qué?
País de madres
¿Cuál fue su primer choque con la
cultura patriarcal?
Me casé con un colombiano y sus amigos nos hicieron una
invitación para conocerme. Me extrañó
ver que los hombres solo hablaban entre
ellos y las mujeres entre ellas, no había intercambio. Las mujeres hablaban de
la niñera, de los problemas familiares y los hombres sobre el manejo del mundo,
la política y el fútbol.
Acababa de llegar de París, de los años 60, de las semillas del
mayo del 68, donde se pone en tela de juicio todo, donde se estaba hablando del
cuerpo de las mujeres, de su derecho a la sexualidad, de las píldoras anticonceptivas,
del derecho al aborto.
¿Y qué tanto ha cambiado hoy en
día esa realidad que vio a su llegada?
Enormemente. Tuve la suerte de
asistir a grandes cambios, de provocar
esta revolución de las mujeres en relación al inicio de los derechos sexuales y
reproductivos, a que la anticoncepción
llegara a Colombia, a cosas que van a transformar la vida de las
mujeres. En las relaciones hombre-mujer
estamos luchando aún. Ya la mujer tiene el derecho al voto, pero poca atención
a sus demás derechos, hay
poco conocimiento de la realidad de las mujeres campesinas, indígenas, afrodescendientes
y metidas en el conflicto armado y el
mundo de estereotipos patriarcales y machistas es inmenso.
¿Hay una luz en que el Estado
empiece a tener más en cuenta a las mujeres?
La piedra angular de las mujeres
en Colombia es Profamilia, no el Estado. La maternidad se vuelve opción y no
obligación y se puede separar sexualidad de reproducción. Se pasa de la
mujer con 7 hijos de los años 50 a la de 1 o 2 hijos de hoy en día. Es una revolución inacabada, falta mucho por
hacer.
¿Qué vio de positivo y de
negativo en las mujeres, para librar esa lucha?
Yo decía: “¿Dónde están las
mujeres en este país?”, no encontraba sino madres. Pero descubrí que aquí cuando las mujeres dan dos pasos
adelante en el camino de la liberación y
su autonomía, nunca más dan un paso atrás.
Trabajé con mujeres desde los
años 70 que conformó el grupo Mujer y
Sociedad, de investigación y debate en la Universidad Nacional. Y hablamos de violencia intrafamiliar, descubrimos
lo que las mujeres son capaces. A
las colombianas les tengo una admiración
sin límite.
¿Cómo reaccionaron las mujeres
poco familiarizadas con el feminismo?
Pese a que la Universidad Nacional se decía a la vanguardia revolucionaria, se resistió mucho al conocimiento de las mujeres como sujetas de derecho.
Fue una lucha ardua. Pero cuando
me invitan en otras universidades del país, en
Barranquilla, Cali, Bucaramanga,
la recepción es muy buena. Las mujeres
tienen ganas de aprender, de abrir la puerta de su casa y salir a la plaza
pública, de tomarse la palabra; tienen
mucho por contar, lo siento en mis
charla, de norte a sur del país.
¿Cuando empezó su lucha en Colombia aún estaba casada
con el colombiano?
Llegué en el 67 y me separé en el
77. Tal vez eso aceleró mi entrada en el feminismo. Uno no nace feminista, se
vuelve feminista y cuando me separé decidí quedarme en Colombia. Tenía dos
niños chiquitos, era docente de la Nacional y descubrí que llevaba una pregunta
a flor de piel: “¿Qué significa ser mujer en una sociedad tan machista como
Colombia?”, y con mis compañeras de la
Nacional nuestros debates giraron en torno a sexualidad, la identidad, el cuerpo de las mujeres y sobre
las violencias contra ellas.
¿Cuál es el mayor atropello
lingüístico que se comete contra la mujer?
Las mujeres no son nombradas en
los discursos, o pocas veces. Pastrana empezaba sus alocuciones en televisión
con: “Colombianos, buenas noches”. Yo apagaba el televisor. Lo que no se
nombra, no existe. Las mujeres durante mucho tiempo no fueron nombradas. No
significa que todo el tiempo se tenga que decir
“mujeres, hombres”, pero hay momentos en los que es indispensable,
como decir en el colegio: “Buenos días, niños y niñas”, no lo hacen y
luego se preguntan por qué tenemos la
autoestima en el suelo.
¿Las mujeres son cómplices del
machismo?
Hay mujeres más patriarcales y
más machistas que los machos. Ha sido muy práctico ser machista para algunas,
no querer desordenar su pequeño reino
y a veces saben aprovechar muy bien el
ser un objeto sexual, sumiso.
Habla con Violeta
Violeta es la hija que Florence
no tuvo. Asistimos a una charla entre ellas, en la cual hablaron del amor y
otros demonios.
-¿Qué consejo me darías para enamorarme y no morir
en el intento, es decir, sin perder mi
identidad? -pregunta Violeta.
-Pues yo soy optimista, creo que
las nuevas generaciones sabrán abrirse en una nueva interacción con el amor.
Los hombres están entendiendo que tienen que cambiar, ¡O cambian o cambian!, o
se desaparecen, porque las mujeres ya no están dispuestas a aguantar lo que sus
abuelas aguantaban.
Ya son sujetas de derecho. Ya han
tomado la palabra, se están educando, se han
empoderado. Y, como tú lo sabes,
algunas se han empoderado tan rápidamente que se han vuelto insoportables.
- ¿Pero cómo hacer para que los
hombres cambien?
- Hay un enorme trabajo que hacer con los hombres, pero son
ellos quienes lo tienen que hacer. A mí que no me vengan a pedir que tengo que
cambiar a los hombres ¡Ni más faltaba!
Ellos deben darse cuenta que necesitan cambiar, si quieren seguir con
esas nuevas mujeres, que no son mujeres cualquieras, sino sujetas de derecho,
protagonistas de su vida; ellas empiezan a tener opiniones, a expresarlas, a
exigir derechos, eso no es fácil para
los hombres que siempre han tenido el poder solitos.
Ahora el poder se comparte. Los hombres están cambiando, muy lentamente por supuesto, nos
ayuda a construir nuevos referentes para el amor.
- ¿Con qué tipo de mujeres están soñando los
hombres?
Las mujeres todavía están soñando
con hombres que no han nacido o que apenas están naciendo, mientras que los
hombres siguen soñando con mujeres que
se parecen a sus mamás. Hay una brecha
entre lo que están soñando las mujeres y lo que desean los hombres. El amor es
complejo para cada generación.
¿Qué consejo me das para tener una sana convivencia en pareja?
- Mujer, sal con tus amigas, sin previo aviso, como
los hombres. Ellos lo han hecho toda la vida con nosotras.
Para las mujeres populares no es
tan sencillo seguir este consejo, porque
tienen cuatro hijitos en casa, el marido llega muy tarde. Pero es sano
ir al cine con una amiga una vez a la semana,
tomarse una cervecita con sus
amigas y sus amigos sin pedir permiso.
¿Cuándo les ha pedido permiso su
compañero, su marido para salir con sus amigos?
No es fácil para quienes tenemos
hijos, que nos copan el tiempo...
Es que las mujeres nos sentimos
culpables porque no atendemos suficientemente a nuestros hijos, porque no somos
buenas amas de casa, porque no le calentamos la sopita al marido.
Estamos aprendiendo a deshacernos
de esto y descubriendo que podemos ser amigas de las otras mujeres. Estamos
aprendiendo a pasar de la fidelidad a la solidaridad entre nosotras.
Me alegra ver almuerzos de trabajo o mujeres que salen
el viernes por la noche a un bar, a charlar rico. Estamos descubriendo que no
necesitamos obligatoriamente un hombre al lado para pasarla rico.
¿Florence, cómo se hace para
criar hijos que no sean machistas?
Qué bueno que los hombres nos ayudaran en esto, pero
todavía son muy ausentes y somos
nosotras las mediadoras de esta socialización, del lenguaje, de los roles, de
compartirlo con la generación futura. No tuve hijas, sino hijos, sentí que
tenía mucho que les podía transmitir, y
aprendieron a valorar enormemente a las mujeres. Uno solo no puede
cambiar al mundo. Pero esta generación está cambiando.
Mamá feminista
Florence Thomas tiene dos
hijos: Patrick Morales,
antropólogo, de 42 años, trabaja en el
Centro Nacional de Memoria Histórica. Y Nicolás Morales, el mayor, de 45 años, jefe de edición de la Universidad Javeriana.
“Y tengo un nieto varón. Solo he tenido hombres, ¿eh? A través de ellos, de sus
amigas y de sus novias, he conocido a las mujeres de su generación”, dice ella.
Son ellos quienes le dicen: “Ay, madre, dale más duro a este
tema. Tu artículo (en un diario nacional) es muy débil, dale fuerza”.
Se habituaron desde chicos a que
las mujeres se acercaran a su mamá en la calle para felicitarla por una columna en la que les daba ‘palo’ a los hombres. También a ver a los tipos gritarle “¡Amargada!”, “insatisfecha”, o a sus amigos
escandalizados al oírla hablar de aborto, homosexualidad y píldoras
anticonceptivas.
Pero no los obligaba a hacer el oficio en casa, en
eso no era tan consecuente con su feminismo.
Nunca les dijo a sus hijos: “No
lloren que ustedes son machos”; más bien, “Cuando quieran llorar, lloren”.
Algunos hombres odian a Florence, pero cuando la
conocen cambian su percepción de ella. Así ocurrió con el hijo de la asistente
de la poeta Guiomar Cuesta “cuando él la escuchó hablar en la Feria del Libro
de Bogotá, dijo que cambió su opinión
de ella. ‘Qué mujer tan abierta, tan enfocada, como ella dice, los hombres y a
las mujeres, si queremos ser felices, debemos cambiar. Porque la cultura nos ha
cuadriculado el cerebro’”.
Por su parte, Florence considera
que no ha recibido tantos insultos, “creo que me ha ayudado mi acento. Es
extraño, porque he dicho cosas muy fuertes
sobre la libertad del aborto, la
homosexualidad y apoyando la adopción. Y
digo: ‘Seguro me van a echar del país’ y no, inclusive me
otorgaron la nacionalidad colombiana de
honor y fue una mujer (la canciller María Ángela Holguín).
Entrevista completa: