martes, 26 de enero de 2016

Soy Feminista







Nunca he declarado la guerra a los hombres; no declaro la guerra a nadie, cambio la vida: soy feminista.

No soy ni amargada ni insatisfecha: me gusta el humor, la risa, pero sé también compartir los duelos de las miles de mujeres víctimas de violencia: soy feminista.

Me gusta con locura la libertad más no el libertinaje: soy feminista. No soy pro-abortista, soy pro-opción porque conozco a las mujeres y creo en su enorme responsabilidad: soy feminista.

No soy lesbiana, y si lo fuera ¿cuál sería el problema? Soy feminista. Sí, soy feminista porque no quiero morir indignada.

Soy feminista y defenderé hasta donde puedo hacerlo a las mujeres, a su derecho a una vida libre de violencias.

Soy feminista porque creo que hoy día el feminismo representa uno de los últimos humanismos en esta tierra desolada y porque he apostado a un mundo mixto hecho de hombres y mujeres que no tienen la misma manera de habitar el mundo, de interpretarlo y de actuar sobre él.

Soy feminista porque me gusta provocar debates desde donde puedo hacerlo. Soy feminista para mover ideas y poner a circular conceptos; para reconstruir viejos discursos y narrativas, para desmontar mitos y estereotipos, derrumbar roles prescritos e imaginarios prestados.

Soy feminista para defender también a los sujetos inesperados y su reconocimiento como sujetos de derecho, para gays, lesbianas y transgeneristas, para ancianos y ancianas, para niños y niñas, para indígenas y afrodescendientes y para todas las mujeres que no quieren parir un solo hijo más para la guerra.


Soy feminista y escribo para las mujeres que no tienen voces, para todas las mujeres, desde sus incontestables semejanzas y sus evidentes diferencias.

Soy feminista porque el feminismo es un movimiento que me permite pensar también en nuestras hermanas afganas, ruandesas, croatas, iraníes, que me permite pensar en las niñas africanas cuyo clítoris ha sido extirpado, en todas las mujeres que son obligadas a cubrirse de velos, en todas las mujeres del mundo maltratadas, víctimas de abusos, violadas y en todas las que han pagado con su vida esta peste mundial llamada misoginia.

Sí, soy feminista para que podamos oír otras voces, para aprender a escribir el guión humano desde la complejidad, la diversidad y la pluralidad.

Soy feminista para mover la razón e impedir que se fosilice en un discurso estéril al amor.


Soy feminista para reconciliar razón y emoción y participar humildemente en la construcción de sujetos sentipensantes como los llama Eduardo Galeano.

Soy feminista y defiendo una epistemología que acepte la complejidad, las ambigüedades, las incertidumbres y la sospecha. Sé hoy que no existe verdad única, Historia con H mayúscula, ni Sujeto universal. Existen verdades, relatos y contingencias; existen, al lado de la historia oficial tradicionalmente escrita por los hombres, historias no oficiales, historias de las vidas privadas, historias de vida que nos enseñan tanto sobre la otra cara del mundo, tal vez su cara más humana.

En fin soy feminista tratando de atravesar críticamente una moral patriarcal de las exclusiones, de los exilios, de las orfandades y de las guerras, una moral que nos gobierna desde hace siglos.

Trato de ser feminista en el contexto de una modernidad que cumple por fin sus promesas para todos y todas. Como dice Gilles Deleuze ’siempre se escribe para dar vida, para liberarla cuando se encuentra prisionera, para trazar líneas de huida’. Sí, trato de trazar para las mujeres de este país líneas de huida que pasen por la utopía.

Porque creo que un día existirá en el mundo entero un lugar para las mujeres, para sus palabras, sus voces, sus reivindicaciones, sus desequilibrios, sus desórdenes, sus afirmaciones en cuanto seres equivalentes políticamente a los hombres y diferentes existencialmente.

Un día, no muy lejano, espero, dejaremos de atraer e inquietar a los hombres; dejaremos de escindirnos en madres o putas, en Marías o Evas, imágenes que alimentaron durante siglos los imaginarios patriarcales; habremos aprendido a realizar alianzas entre lo que representa María y lo que significa Eva. Habremos aprendido a ser mujeres, simplemente mujeres. Ni santas, ni brujas; ni putas, ni vírgenes; ni sumisas, ni histéricas, sino mujeres, resignificando ese concepto, llenándolo de múltiples contenidos capaces de reflejar novedosas prácticas de sí que nuestra revolución nos entregó; mujeres que no necesiten más ni amos, ni maridos, sino nuevos compañeros dispuestos a intentar reconciliarse con ellas desde el reconocimiento imprescindible de la soledad y la necesidad imperiosa del amor.

Por esto repito tantas veces que ser mujer hoy es romper con los viejos modelos esperados para nosotras, es no reconocerse en lo ya pensado para nosotras, es extraviarse como lo expresaba tan bellamente esta feminista italiana Alessandra Bocchetti.

Sí, no reconocerse en lo ya pensado para nosotras. Por esto soy una extraviada, soy feminista. Y lo soy con el derecho también a equivocarme.


Florence Thomas



Florence Thomas nació en Ruan,   Francia, ‘La Ciudad de los Cien Campanarios’, atravesada por el Sena, pero lleva 48 años viviendo en Colombia, país al que llegó enamorada de un colombiano y donde hace cuatro años le otorgaron la nacionalidad.


Esta psicóloga social de la Universidad de París, vinculada a la Universidad Nacional como profesora titular y emérita de Psicología, creó el grupo Mujer y Sociedad, luego que  a su llegada a Colombia en la década de los 60 encontrara  “mujeres sumisas, sin tomar consciencia  de que son sujetas de derecho. Cuando llegué aquí, mujer era igual a mamá”.

No es amargada ni insatisfecha, no les ha declarado la guerra a los hombres, los ama pues ha vivido rodeada de ellos, tiene  hermanos, hijos y un nieto, no es pro-abortista sino pro-opción, es feminista y no lesbiana. ¿Y si lo fuera, qué?

País de madres

¿Cuál fue su primer choque con la cultura patriarcal?

Me casé con  un colombiano y sus amigos nos hicieron una invitación para conocerme.  Me extrañó ver  que los hombres solo hablaban entre ellos y las mujeres entre ellas, no había intercambio. Las mujeres hablaban de la niñera, de los problemas familiares y los hombres sobre el manejo del mundo, la política y  el fútbol.

Acababa de llegar de  París, de los años 60, de las semillas del mayo del 68, donde se pone en tela de juicio todo, donde se estaba hablando del cuerpo de las mujeres, de su derecho a la sexualidad, de las píldoras anticonceptivas, del derecho al aborto.
¿Y qué tanto ha cambiado hoy en día esa realidad que vio a su llegada?
 
Enormemente. Tuve la suerte de asistir  a grandes cambios, de provocar esta revolución de las mujeres en relación al inicio de los derechos sexuales y reproductivos, a que  la anticoncepción llegara a Colombia,  a  cosas que van a transformar la vida de las mujeres. En  las relaciones hombre-mujer estamos luchando aún. Ya la mujer tiene el derecho al voto, pero poca atención a sus demás  derechos,  hay  poco conocimiento de la realidad de las mujeres  campesinas, indígenas, afrodescendientes y   metidas en el conflicto armado  y el  mundo de estereotipos patriarcales y machistas  es inmenso.

¿Hay una luz en que el Estado empiece a tener más en cuenta a las mujeres?

La piedra angular de las mujeres en Colombia es Profamilia, no el Estado. La maternidad se vuelve opción y no obligación y se puede separar sexualidad de reproducción. Se pasa de la mujer  con 7  hijos de los años 50 a la de  1 o 2 hijos de  hoy en día. Es  una revolución inacabada, falta mucho por hacer.

¿Qué vio de positivo y de negativo  en las mujeres, para  librar esa lucha?

Yo decía: “¿Dónde están las mujeres en este país?”, no encontraba sino madres. Pero descubrí que  aquí cuando las mujeres dan dos pasos adelante en el camino de la  liberación y su autonomía, nunca más dan un paso atrás.  Trabajé con  mujeres desde los años 70 que conformó el grupo  Mujer y Sociedad, de investigación y  debate  en la Universidad Nacional. Y  hablamos de violencia intrafamiliar,  descubrimos  lo que las mujeres son capaces.  A las  colombianas les tengo una admiración sin límite.

¿Cómo reaccionaron las mujeres poco  familiarizadas con el feminismo?

Pese a que la  Universidad Nacional se decía  a la vanguardia revolucionaria, se  resistió mucho al  conocimiento de las mujeres como sujetas  de derecho.  Fue una lucha ardua. Pero cuando  me  invitan  en otras universidades  del país, en  Barranquilla, Cali,  Bucaramanga, la recepción es  muy buena. Las mujeres tienen ganas de aprender, de abrir la puerta de su casa y salir a la plaza pública,  de tomarse la palabra; tienen mucho por contar,  lo siento en mis charla, de norte  a sur del país.

¿Cuando  empezó su lucha en Colombia aún estaba casada con el colombiano?

Llegué en el 67 y me separé en el 77. Tal vez eso aceleró mi entrada en el feminismo. Uno no nace feminista, se vuelve feminista y cuando me separé decidí quedarme en Colombia. Tenía dos niños chiquitos, era docente de la Nacional y descubrí que llevaba una pregunta a flor de piel: “¿Qué significa ser mujer en una sociedad tan machista como Colombia?”,  y con mis compañeras de la Nacional nuestros  debates giraron  en torno a sexualidad, la  identidad, el cuerpo de las mujeres y sobre las violencias contra ellas.

¿Cuál es el mayor atropello lingüístico que se comete contra la mujer?

Las mujeres no son nombradas en los discursos, o pocas veces. Pastrana empezaba sus alocuciones en televisión con: “Colombianos, buenas noches”. Yo apagaba el televisor. Lo que no se nombra, no existe. Las mujeres durante mucho tiempo no fueron nombradas. No significa que todo el tiempo se tenga que decir  “mujeres, hombres”, pero hay momentos en los que es indispensable, como   decir en el colegio:  “Buenos días, niños y niñas”, no lo hacen y luego  se preguntan por qué tenemos la autoestima  en el suelo.

¿Las mujeres son cómplices del machismo?

Hay mujeres más patriarcales y más machistas que los machos. Ha sido muy práctico ser machista para algunas, no  querer desordenar su pequeño reino y  a veces saben aprovechar muy bien el ser un objeto sexual, sumiso.

Habla con Violeta

Violeta es la hija que Florence no tuvo. Asistimos a una charla entre ellas, en la cual hablaron del amor y otros demonios.

-¿Qué  consejo me darías para enamorarme y no morir en el intento, es decir, sin perder mi  identidad? -pregunta  Violeta.
 
-Pues yo soy optimista, creo que las nuevas generaciones sabrán abrirse en una nueva interacción con el amor. Los hombres están entendiendo que tienen que cambiar, ¡O cambian o cambian!, o se desaparecen, porque las mujeres ya no están dispuestas a aguantar lo que sus abuelas aguantaban.

  
Ya son sujetas de derecho. Ya han tomado la palabra, se están educando, se han  empoderado. Y, como tú lo  sabes, algunas se han empoderado tan rápidamente que se han vuelto insoportables.

 
- ¿Pero cómo hacer para que los hombres cambien?


- Hay un enorme  trabajo que hacer con los hombres, pero son ellos quienes lo tienen que hacer. A mí que no me vengan a pedir que tengo que cambiar a los hombres ¡Ni más faltaba! 
  
Ellos deben darse cuenta  que necesitan cambiar, si quieren seguir con esas nuevas mujeres, que no son mujeres cualquieras, sino sujetas de derecho, protagonistas de su vida; ellas empiezan a tener opiniones, a expresarlas, a exigir  derechos, eso no es fácil para los hombres que siempre han tenido el poder solitos.

Ahora el poder se comparte.  Los hombres están  cambiando, muy lentamente por supuesto,  nos  ayuda a construir nuevos referentes para el amor.

 - ¿Con qué tipo de mujeres están soñando los hombres?

Las mujeres todavía están soñando con hombres que no han nacido o que apenas están naciendo, mientras que los hombres siguen  soñando con mujeres que se parecen a sus mamás.  Hay una brecha entre lo que están soñando las mujeres y lo que desean los hombres. El amor es complejo para cada generación.

¿Qué consejo me das  para tener una sana convivencia en pareja?

- Mujer,  sal con tus amigas, sin previo aviso, como los hombres. Ellos lo han hecho toda la vida con nosotras.  

Para las mujeres populares no es tan sencillo seguir este consejo, porque  tienen cuatro hijitos en casa, el marido llega muy tarde. Pero es sano ir al cine con una amiga una vez a la semana,  tomarse  una cervecita con sus amigas y sus amigos sin pedir permiso.

¿Cuándo les ha pedido permiso su compañero, su marido para salir con sus amigos?

No es fácil para quienes tenemos hijos, que nos copan el tiempo...

Es que las mujeres nos sentimos culpables porque no atendemos suficientemente a nuestros hijos, porque no somos buenas amas de casa, porque no le calentamos la sopita al marido.

Estamos aprendiendo a deshacernos de esto y descubriendo que podemos ser amigas de las otras mujeres. Estamos aprendiendo a pasar de la fidelidad a la solidaridad entre nosotras.

Me alegra  ver almuerzos de trabajo o mujeres que salen el viernes por la noche a un bar, a charlar rico. Estamos descubriendo que no necesitamos obligatoriamente un hombre al lado para pasarla rico.


¿Florence, cómo se hace para criar hijos que no sean machistas?

Qué bueno  que los hombres nos ayudaran en esto, pero todavía son muy ausentes y  somos nosotras las mediadoras de esta socialización, del lenguaje, de los roles, de compartirlo con la generación futura. No tuve hijas, sino hijos, sentí que tenía mucho que les podía transmitir, y   aprendieron a valorar enormemente a las mujeres. Uno solo no puede cambiar al mundo. Pero esta generación está cambiando.

Mamá feminista

Florence Thomas tiene dos hijos:  Patrick Morales, antropólogo,  de 42 años, trabaja en el Centro Nacional de Memoria Histórica. Y Nicolás Morales, el mayor, de 45 años,  jefe de edición de la Universidad Javeriana. “Y tengo un nieto varón. Solo he tenido hombres, ¿eh? A través de ellos, de sus amigas y de sus novias, he conocido a las mujeres de su generación”, dice ella.

Son ellos quienes   le dicen: “Ay, madre, dale más duro a este tema. Tu artículo (en un diario nacional) es muy débil, dale  fuerza”.

Se habituaron desde chicos a que las mujeres  se acercaran a  su mamá en la calle  para felicitarla por una  columna en la que les daba  ‘palo’ a los hombres. También  a ver a los tipos gritarle  “¡Amargada!”, “insatisfecha”, o a sus amigos escandalizados al oírla hablar de aborto, homosexualidad y píldoras anticonceptivas.

Pero no  los obligaba a hacer el oficio en casa, en eso no era tan consecuente con su feminismo.  Nunca les dijo a sus  hijos: “No lloren que ustedes son machos”; más bien, “Cuando quieran llorar, lloren”.

Algunos  hombres odian a Florence, pero cuando la conocen cambian su percepción de ella. Así ocurrió con el hijo de la asistente de la poeta Guiomar Cuesta “cuando él la escuchó hablar en la Feria del Libro de Bogotá, dijo que   cambió su opinión de ella. ‘Qué mujer  tan abierta,  tan enfocada, como ella dice, los hombres y a las mujeres, si queremos ser felices, debemos cambiar. Porque la cultura nos ha cuadriculado el cerebro’”.
 
Por su parte, Florence considera que no ha recibido tantos insultos, “creo que me ha ayudado mi acento. Es extraño, porque he dicho cosas muy fuertes  sobre   la libertad del aborto, la homosexualidad y apoyando la adopción. Y  digo:  ‘Seguro  me van a echar del país’ y no, inclusive me otorgaron   la nacionalidad colombiana de honor y fue una mujer (la canciller María Ángela Holguín).
  
Entrevista completa: