Louise
May Alcott (Germantown, Pensilvania, 29 de noviembre de 1832 - Boston, 6 de
marzo de 1888) Novelista y educadora
estadounidense muy conocida por sus libros para adolescentes, especialmente por
su famosa novela Mujercitas (1868) y Hombrecitos (1871).
Su
educación en los primeros años incluyó lecciones del naturalista Henry David Thoreau, pero principalmente estuvo
en manos de su padre. Durante su adolescencia y principios de la edad adulta,
Alcott compartió la pobreza y los ideales trascendentalistas de su familia.
Posteriormente esta fase de su vida fue descrita en el relato «Transcendental
Wild Oats», reimpreso en el volumen Silver Pitchers (1876), que narra
las experiencias de su familia durante un experimento utopiano de «pleno vivir
y elevado pensar» en «Fruitlands», en la ciudad de Harvard en 1843.
Había
escrito su primer libro, Fábulas de flores, a los dieciséis años; deseaba ser
actriz y compuso algunas comedias, una de las cuales fue aceptada por el Boston
Theater, pero no llegó a ser representada. Sus expresivos cuentos, algunos de
ellos escalofriantes y violentos, aparecieron con pseudónimo entre 1863 y 1869
en la publicación The Atlantic
Monthly.
Partidaria
fervorosa de la causa abolicionista, se ofreció como enfermera durante la
guerra de Secesión. Ejerció como tal en el Union Hospital de Georgetown; en esa
época contrajo la fiebre tifoidea, que afectaría su salud por el resto de su
vida. Las cartas en que refería sus experiencias como enfermera, publicadas con
el título de Apuntes del hospital (1863), fueron la primera obra suya en
hacerla famosa. Su primera novela, Estado de ánimo (Moods), apareció en 1864.
En 1865 marchó a Europa, y dos años después asumió la dirección de una revista
para niños, Merry's Museum.
Tras
el éxito apoteósico de la novela autobiográfica Mujercitas (1868), logró por
fin saldar sus deudas y dar tranquilidad económica a su familia. Una muchacha
anticuada (1870), Hombrecitos (1871), Ocho primos (1875), Rosa en flor (1876) y
Los muchachos de Jo (1886) se inspiraron también en sus experiencias como
educadora. En 1987 volvió a publicarse su novela gótica A Modern Mephistopheles
(publicada bajo seudónimo por primera vez en 1887), cuya historia gira
alrededor de un poeta que realiza un pacto fáustico.
Louisa
May Alcott desde joven se declaró feminista. Fue una mujer de sorprendente
personalidad, dotada de gran seducción, animada por impulsos humanitarios y
protectora de muchas buenas causas. Pese a centrarse más en la enseñanza moral
que en fines artísticos o de puro entretenimiento, sus novelas tienen una gran
frescura, y todavía hoy atraen a lxs jóvenes.
Mujercitas
Publicada
en 1868, Mujercitas relata las vicisitudes de una familia afincada en Nueva
Inglaterra que atraviesa dificultades económicas por la ausencia del padre,
llamado a la guerra. La madre y las cuatro jóvenes hermanas, llamadas Meg, Gio,
Beth y Emily March, disfrutan de la serenidad y del profundo afecto que reina
entre los miembros de la familia. Alegres y con ansias de vivir, se resignan a
renunciar por el momento a sus ilusiones. Su anciano vecino el señor Laurence,
hombre rico y algo solitario, tiene un nieto llamado Laurie, de edad similar a
la de las hermanas. Laurie sabe divertir a sus amiguitas, y el abuelo las acoge
afectuosamente y llega incluso a regalar un piano a la dulce y delicada Beth…( Mujercitas)
A pesar
de la época machista en la que se desarrolla la novela, Louisa May Alcott reivindica la lucha contra los
convencionalismos y realza el papel de la mujer, es decir que sus protagonistas
no son mujeres anodinas y sumisas, tienen sus propias ideas y las expresan,
destacando en este sentido el papel de Jo, que tiene un carácter fuerte, es
atrevida y desafía todas las costumbres absurdas.
El
feminismo en Mujercitas (*)
–
Para empezar, la guerra es el marco perfecto para que los hombres desaparezcan
de toda escena. El señor March permanece ausente incluso cuando ya ha vuelto
del combate, y no lo necesitan para nada, porque es la mujer quien trabaja y
trae el dinero a casa. Esto podría ser revolucionario, pero debemos hacer que
no lo parezca: por eso el padre, a través de las cartas, aparece y les dice a
las niñas lo que espera de ellas.
–
Jo, cuando el padre ha vuelto, se corta la melena. Su cabello era lo único que
la hacía femenina, todos alababan la belleza de su pelo, pero Jo es una mujer
sacrificada y quiere venderlo para poder ayudar a su familia. Ha roto con lo
convencional, con su parte femenina, la única que le quedaba, su única
cualidad, puesto que es el único personaje puramente rebelde: se desvincula de
la mujer quitándose el único atuendo que la hacía femenina. Cosa que el padre
no aprueba, aunque sea él el responsable indirecto de tal acción. Una de cal y
otra de arena: Jo consigue deshacerse de su melena pasando desapercibida,
convirtiendo su rebeldía en una heroicidad; por otra parte, el padre no acepta
el nuevo cambio.
–
Las tareas del hogar, que parecen ser algo que a la mujer no le cuesta en
absoluto, quedan al descubierto. Las hermanas, perezosas, no quieren pasar el
día limpiando. Aquí aparece la trastienda de la mujer: en realidad no les
apetece nada en absoluto dedicarse a lo doméstico, aunque socialmente sea su
obligación. Para que no creamos que Alcott se pasa de revolucionaria, la madre
las sermonea: deja de limpiar y ordenar y la casa es caótica y todas vuelven a
sus labores porque se han dado cuenta de lo necesario que es tener en orden la
casa. Sí, es cierto, vuelven a ser amas de casa, todas juntas, pero Alcott ya
nos ha dejado ver, por una parte, la holgazanería de las niñas y, por otra, el
esfuerzo que hace una mujer para que la casa esté limpia. Tal como se la
encuentran los hombres cuando llegan.
–
Marmee es una mujer obediente, servicial, buena. Un sueño para el patriarcado.
Sin embargo, hay un momento en que confiesa que tampoco es perfecta. A mí
personalmente es una escena que me trastorna: por una parte, agradezco que se
sincere y le cuente a Jo que ella también tiene su carácter y que muchas veces
no actúa como debería hacerlo, como otros consideran que debería hacerlo. Por
otra, todo ese trabajo que ha hecho, la desnudez en la que se encuentra, Alcott
se la carga: es el padre quien le recuerda, con un gesto, que debe aplacar su
mal humor. Es cierto, nos ha descubierto a una Marmee imperfecta, pero la ha
vuelto a meter en la jaula: el hombre, con solo un movimiento, le recuerda que
no puede permitirse su genio.
–
La maternidad y el matrimonio. Jo contra el mundo. Hay un personaje efusivo, el
más atractivo, para el que Alcott ha reservado toda su inteligencia. Jo no
quiere ser madre, no quiere ser esposa, no es buena hermana en muchas
ocasiones, se esfuerza por ser buena hija pero no siempre lo consigue, se
masculiniza el nombre como Lou (Josephine, Jo; Louisa, Lou), se corta la
melena, quiere ser artista e ir a la universidad como Laurie, tiene como
referente a Shakespeare y eso denota ambición, siempre es el personaje
masculino en el teatro familiar y eso justifica su actitud demasiado pasional.
Es un caramelo para la historia, porque todas las niñas querían ser Jo, a pesar
de ser la más castigada y controvertida. Es en Jo en quien todos confiamos,
incluso Alcott, que para ser honesta con su realidad y su sociedad ha vuelto a
las demás hermanas mucho más convencionales y ha dotado a la madre con la
confusión y la duda.
La
maldita bondad
Para
entender el feminismo de Mujercitas debemos olvidarnos de la sociedad actual,
que todavía arrastra ciertas herencias pero ha avanzado muchísimo. Hay que
colocar a la familia March en contexto y entender que la madre imperfecta y la
hija con el pelo corto que Alcott nos describe eran inusuales. Si lees la
novela cuando se debe, soñarás con ser Jo March. Si lees la novela a destiempo,
te irritarás con el resto de personaje e incluso no le perdonarás a Marmee
algunas de sus sentencias. Por eso es importante leer Mujercitas con la mentalidad
de entonces, una mentalidad llena de injusticias y desigualdades. Alcott tenía
un as en la manga, Josephine-Jou, pero tampoco podía obviar —para ser justa—
las Megs que tenía a su alrededor, las madres que dominaban su carácter y el
perfil de ángel de las Beths. La mujer debía ser buena y Alcott no podía
olvidarse de ello, por eso los personajes de esta historia dulce y tierna son
desesperadamente moderados —sutiles en su revolución.
(*)Leer más en: http://www.jotdown.es/2015/02/mujercitas/