La realidad es que las agresiones físicas no suelen
producirse al principio de la relación de pareja, sino que antes hay un proceso
lento pero continuo de maltrato psicológico. A veces ni siquiera se da el salto
a la violencia física; no porque el maltrato sea más ligero en estos casos,
sino porque las conductas más burdas y obvias solo son necesarias cuando las
formas más sutiles no funcionan, para conseguir el objetivo principal de éste
tipo de violencia: conseguir la disponibilidad absoluta de la mujer para
satisfacer las necesidades del hombre, a costa de la anulación personal de
ella.
Cuando hablamos de violencia de género, no estamos pensando
en hombres agresivos en cualquier ámbito de su vida. Por el contrario, se ha
comprobado que la mayoría de los hombres maltratadores pueden ser personas más
o menos habilidosas para manejar su ira en el ámbito público y en cambio, se
permiten descargar selectivamente el estrés cotidiano acumulado dentro del
hogar, principalmente sobre su pareja, simplemente por sentirse con ese derecho
implícito y heredado culturalmente sobre su mujer.
Los hombres violentos simplemente han aprendido muy bien que
para ser valorados como auténticamente masculinos, tienen que dominar y tener
el control en la relación de pareja, y que pueden resolver los conflictos con
violencia; y las mujeres “maltratadas” han captado a la perfección que una
mujer tiene más valor en la sociedad cuanto más femenina sea, y esto implica
realizarse a través de la familia, aguantar la pareja que te toque y responsabilizarte
de la armonía conyugal aunque sea a costa de tu sacrificio personal.
Esto quiere decir, aunque nos cueste aceptarlo, que
CUALQUIER MUJER puede llegar a vivir una relación de maltrato por el simple
hecho de serlo; porque ser mujer implica ser educada o socializada para cumplir
unas funciones dentro del “rol de género femenino”.
Desde muy pequeñitas vamos aprendiendo lo que es ser “niña”
en nuestra cultura, a través de la imitación principalmente de la madre, y por
medio de premios o “refuerzos” respecto a las conductas “correctas”, y castigos
para las conductas “incorrectas”. Las conductas premiadas tienen que ver
principalmente con el desarrollo de cualidades asociadas al género femenino; es
decir, con ser obedientes, dulces, dependientes, complacientes, pasivas, y con
la represión de la expresión de la ira. En cambio, se castiga todo lo que no
coincide con el significado de ser niña, principalmente los comportamientos de
independencia, egoísmo y agresividad. La forma más poderosa de conseguir que
las niñas/os tiendan hacia las conductas adecuadas socialmente es dar o quitar
el afecto; y en el caso de las niñas es muy eficaz, porque primero nos educan
para ser dependientes, y luego juegan con la posibilidad de quitarnos su cariño
si no nos portamos como los adultos quieren.
Desde muy pronto aprendemos bien que debemos ser “buenas”
para que nos quieran; y para conseguirlo tenemos que buscar la aprobación de
los que nos sobreprotegen; lo cual nos va a impedir, a medida que llegamos a la
etapa adulta, sentirnos seguras, porque no hemos desarrollado la capacidad para
ser autónomas, (sobretodo emocionalmente) lo cual es imprescindible para
querernos y respetarnos a nosotras mismas; en definitiva para tener una sólida
autoestima.
Además, seguimos creciendo con un modelo de amor romántico
en la cabeza en el que fantaseamos con nuestro “príncipe azul”; y ya se sabe
que detrás de un sapo “repugnante” (con perdón para los sapos) siempre hay un
hombre “encantado” que sufre y que espera ser rescatado a través de nuestra fe
y nuestro sacrificio.
Así, cuando nos emparejamos, nos solemos tirar a la piscina
en plena fase de enamoramiento, entregándonos emocionalmente sin reservas,
antes de darnos tiempo a conocer realmente cómo es él. En este viaje emocional
llevamos la maleta cargada de mensajes grabados a fuego, como “sacrificio por
amor”, “perdonar todo por amor”, “el amor verdadero incluye sufrimiento”...
Cómo es lógico, todo el mundo intenta ofrecer su mejor
imagen al comenzar una relación amorosa; y esto incluye muy especialmente a los
hombres violentos, los cuales tienen mucho más que esconder que los demás. Este
es otro ejemplo de que no tienen porqué ser personas con problemas de autocontrol
emocional, ya que suele abundar el hombre seductor y caballeroso dentro de este
colectivo.
Nos pueden hacer sentirnos tan bien al principio, como
“reinas”, que proyectamos esa sensación de bienestar sobre su personalidad (“es
maravilloso”); y no nos damos cuenta de que su objetivo es crear una atmósfera
de falsa intimidad en la relación, para llegar cuanto antes a una situación de
compromiso en la cual se sientan más seguros de mostrar su cara real, sin
riesgo de que salgamos huyendo.
Es muy habitual que esto no suceda hasta el principio de la
convivencia en pareja, aunque antes ya se ha podido dar algún episodio aislado
de agresividad. Entonces, nuestra cabeza busca una explicación para hallar una
coherencia entre “lo que creo” y “lo que ha ocurrido”.
El problema es que no existe esa explicación coherente
objetiva, y entonces, como no podemos negar esa situación desagradable,
elegimos la explicación más acorde con nuestra estructura mental y con nuestro
deseo: “él no es así, todos tenemos un mal momento”. Distorsionamos la
realidad, llegando a auto engañarnos y a iniciar un proceso de anulación de
nuestro sentido crítico y nuestra capacidad de autoprotección, ya muy
maltrechos de por sí por nuestra socialización como mujeres.
Él empieza a percibir que le estamos dando permiso para
repetir ese comportamiento al no ponerle ningún límite a su abuso; le estamos
empezando a justificar que puede tener razones para ser violento si él lo
considera necesario, a tratarnos sin respeto.
Entonces nos cuestionamos si habremos hecho algo para
provocarle, porque no nos cabe en la cabeza, que alguien tan maravilloso pueda
tener un comportamiento tan mezquino. Aquí puede manifestarse una tendencia a
la autoculpabilización, que luego se va a ver reforzada por él, cuando te
atrevas a pedirle alguna responsabilidad en sus acciones.
Cuando el miedo a sentirnos abandonadas emocionalmente por
nuestra pareja se dispara, podemos llegar a hacer cualquier cosa, incluso a
justificar una conducta violenta. Dentro de ésta dinámica, solo nos queda la
opción de culpabilizarnos por lo que ha ocurrido, e intentar ser más “buenas”
la próxima vez.
Así, poco a poco vamos acostumbrándonos a vivir en un
ambiente caótico, en el cual llegamos a “normalizar” una relación agresiva;
porque a pesar de los momentos violentos, él también se comporta de manera
agradable y amorosa de vez en cuando; y ésta oscilación, y la sensación de que
si tienes paciencia te mostrará esa faceta tan maravillosa que te enamoró al
principio, es uno de los mayores refuerzos que nos pueden mantener en la
relación. Incluso cuando tienes momentos de lucidez en los cuales te sientes
desfallecer, con la autoestima ya por los suelos; él te va a expresar de alguna
manera el conjuro mágico “te necesito y no puedo vivir sin ti”, acertando de
pleno en el corazón de nuestra autoestima femenina, construida para realizarnos
a través de dar y de priorizar las necesidades de los demás a las nuestras.
Esta es la manera en la que cualquier mujer puede iniciar
una relación destructiva; nos han maleducado para renunciar a nuestro derecho a
ser bien tratadas, a ser respetadas como personas. Porque venimos de una
trayectoria histórico-cultural en la cual a las mujeres nos han “programado”
psicológicamente para soportarlas.
Afortunadamente, las relaciones de pareja van evolucionando
poco a poco, y cada vez hay más tendencia a buscar formas de comunicación más
equilibradas; pero eso solo ocurre entre personas que apuestan por un cambio
personal y que deciden asumir la responsabilidad de construir sus relaciones
rompiendo los roles de género aprendidos desde la infancia.
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