Las chicas van por delante de los chicos en institutos,
carreras universitarias y cursos de posgrado. Pero su número disminuye de forma
sustancial a medida que suben de categoría, de más del 50% en los puestos más
bajos a entre el 10% y el 20% en los puestos directivos. Muchas descubren, por
desgracia, que el equilibrio trabajo-familia que al principio era controlable e
incluso agradable deja de serlo, independientemente de la ambición, la
confianza e incluso una pareja que comparta todas las tareas por igual.
Cada situación familiar es distinta; algunas mujeres pueden
asumir con facilidad unas condiciones que otras, no. Pero muchas que empezaron
con toda la ambición del mundo se encuentran en un lugar al que no esperaban
llegar. No quieren dejar el trabajo; se quedan fuera por la negativa de sus
jefes a facilitar el encaje de su vida familiar y su vida profesional. En su
libro “¿Abandono? Por qué dejan las mujeres sus carreras y se quedan en casa”,
la socióloga Pamela Stone lo llama una “decisión forzosa”. “El rechazo de las
peticiones de trabajar a media jornada, los despidos y los traslados”, escribe,
acaban expulsando a la mujer más ambiciosa del mercado laboral.
Parece un “problema de mujeres”, pero no lo es. Es un
problema laboral, achacable a un sistema averiado y anticuado. Cuando las
empresas pierden a mujeres de talento que no quieren una carrera rígida y ponen
en tela de juicio los sistemas de ascensos consistentes en dar más importancia
al número de horas trabajadas que a la calidad del trabajo, no es un problema
de mujeres. Cuando la abundancia de empresas demasiado inflexibles hace que los
trabajadores tengan que vivir cada día con el miedo de que un solo fallo les
impida seguir cuidando de sus hijos, no es un problema de mujeres, sino de
todos.
La existencia de una mala cultura
laboral es problema de todos, tanto de los hombres como de las mujeres. Es
perjudicial no solo para las madres que trabajan, sino para los padres también.
Y para los hijos, hombres y mujeres, que trabajan y necesitan cuidar de sus
padres. Para cualquiera que no tiene el lujo de contar con un familiar que está
todo el día en casa y puede hacerse cargo de esas tareas. Tomarse un permiso
para cuidar a alguien no puede ser visto
como un agujero en nuestra trayectoria
profesional
Pero los cambios en nuestros centros de trabajo y en la
política en general dependen además de una transformación cultural: debemos
modificar nuestra forma de pensar y hablar, los criterios para otorgar
prestigio a alguien. Si diéramos a la asistencia la importancia que tiene, no
pensaríamos que tomarse un permiso para cuidar de alguien —de los hijos, de los
padres, del cónyuge, de un hermano o de cualquier otro miembro de nuestra
familia de sangre o social— es un agujero negro en nuestra trayectoria
profesional. Lo consideraríamos una actividad valiosa desde el punto de vista
social, personal y profesional. Los hombres que se ocupan de la atención nos
parecerían modelos tan encomiables como las mujeres que salen a trabajar.
Pensaríamos que ocuparse de los hijos es tan importante como administrar el
dinero.
Podemos luchar, todos juntos, para defender la atención y los
cuidados. Hasta que no lo hagamos, los hombres y las mujeres nunca serán
iguales, no podrán serlo mientras los dos sean responsables de ganar dinero
pero las mujeres sean las únicas responsables de cuidar de los demás. El
movimiento feminista nos dio a muchas el derecho a competir en términos de
igualdad; ha llegado la hora de exigir ese mismo derecho a cuidar de la
familia.
Anne-Marie Slaughter