miércoles, 4 de noviembre de 2015

Por una Nueva Cultura Laboral



Las chicas van por delante de los chicos en institutos, carreras universitarias y cursos de posgrado. Pero su número disminuye de forma sustancial a medida que suben de categoría, de más del 50% en los puestos más bajos a entre el 10% y el 20% en los puestos directivos. Muchas descubren, por desgracia, que el equilibrio trabajo-familia que al principio era controlable e incluso agradable deja de serlo, independientemente de la ambición, la confianza e incluso una pareja que comparta todas las tareas por igual.



Cada situación familiar es distinta; algunas mujeres pueden asumir con facilidad unas condiciones que otras, no. Pero muchas que empezaron con toda la ambición del mundo se encuentran en un lugar al que no esperaban llegar. No quieren dejar el trabajo; se quedan fuera por la negativa de sus jefes a facilitar el encaje de su vida familiar y su vida profesional. En su libro “¿Abandono? Por qué dejan las mujeres sus carreras y se quedan en casa”, la socióloga Pamela Stone lo llama una “decisión forzosa”. “El rechazo de las peticiones de trabajar a media jornada, los despidos y los traslados”, escribe, acaban expulsando a la mujer más ambiciosa del mercado laboral.




Parece un “problema de mujeres”, pero no lo es. Es un problema laboral, achacable a un sistema averiado y anticuado. Cuando las empresas pierden a mujeres de talento que no quieren una carrera rígida y ponen en tela de juicio los sistemas de ascensos consistentes en dar más importancia al número de horas trabajadas que a la calidad del trabajo, no es un problema de mujeres. Cuando la abundancia de empresas demasiado inflexibles hace que los trabajadores tengan que vivir cada día con el miedo de que un solo fallo les impida seguir cuidando de sus hijos, no es un problema de mujeres, sino de todos. 



 La existencia de una mala cultura laboral es problema de todos, tanto de los hombres como de las mujeres. Es perjudicial no solo para las madres que trabajan, sino para los padres también. Y para los hijos, hombres y mujeres, que trabajan y necesitan cuidar de sus padres. Para cualquiera que no tiene el lujo de contar con un familiar que está todo el día en casa y puede hacerse cargo de esas tareas. Tomarse un permiso para cuidar a alguien  no puede ser visto como un agujero en  nuestra trayectoria profesional







Pero los cambios en nuestros centros de trabajo y en la política en general dependen además de una transformación cultural: debemos modificar nuestra forma de pensar y hablar, los criterios para otorgar prestigio a alguien. Si diéramos a la asistencia la importancia que tiene, no pensaríamos que tomarse un permiso para cuidar de alguien —de los hijos, de los padres, del cónyuge, de un hermano o de cualquier otro miembro de nuestra familia de sangre o social— es un agujero negro en nuestra trayectoria profesional. Lo consideraríamos una actividad valiosa desde el punto de vista social, personal y profesional. Los hombres que se ocupan de la atención nos parecerían modelos tan encomiables como las mujeres que salen a trabajar. Pensaríamos que ocuparse de los hijos es tan importante como administrar el dinero.


Podemos luchar, todos juntos, para defender la atención y los cuidados. Hasta que no lo hagamos, los hombres y las mujeres nunca serán iguales, no podrán serlo mientras los dos sean responsables de ganar dinero pero las mujeres sean las únicas responsables de cuidar de los demás. El movimiento feminista nos dio a muchas el derecho a competir en términos de igualdad; ha llegado la hora de exigir ese mismo derecho a cuidar de la familia.


Anne-Marie Slaughter