JUSTA MONTERO, Asamblea Feminista de Madrid: Histórica
activista del movimiento feminista y de los derechos civiles, Montero (60 años)
cuenta que en la travesía que ha recorrido tuvo mucho que ver su madre, una
mujer conservadora y muy activa, También que naciese en una familia con tres
hermanas.
MORENA HERRERA, Feminista y exguerrillera salvadoreña:
Cuando en los noventa, en un encuentro feminista, Herrera (55 años) descubrió
de lleno la lucha por la igualdad de las mujeres, algunos de los compañeros
junto a los que había luchado la dieron de lado. "Ahí decidí que el amor y
la vida ya sólo lo daba contra esta injusticia, que es la desigualdad sexista".
JIMENA CAZZANIGA, Socióloga experta en género: Como hija y
nieta de grandes mujeres migrantes. Así se define Cazzaniga, que empezó a
interesarse por el activismo feminista en 2008, en plena ofensiva
ultraconservadora contra las clínicas de aborto. "Ahí vimos que nuestro
derecho estaba en riesgo".
CARLOTA ÁLVAREZ, Colectivo de estudiantes: "Nosotras,
las activistas, con nuestros compañeros que también están en la lucha, hemos
avanzado mucho. Pero hemos dejado atrás a gran parte de la sociedad",
alerta Álvarez. La lucha por la igualdad y la asunción de que el feminismo es
una cuestión de derechos humanos son los pasos para el avance.
Las cuatro comparten sus inicios en la lucha contra la
desigualdad. “Ahora, las mujeres somos otras mujeres. Mi vida de entonces no
tiene nada que ver con la de las jóvenes ahora”, sonríe Montero, a sus 60 años
una de las históricas del movimiento feminista en España. A Cazzaniga y Álvarez
les pilla muy lejana la radiografía del país que traza Montero. Una época en la
que las mujeres no podían abrir una cuenta en el banco, no había posibilidad de
divorciarse y tanto los anticonceptivos como el aborto estaban prohibidos.
“Existía la dote, en algunos convenios colectivos figuraba que se daba a las
mujeres que se casaban y abandonaban su puesto de trabajo. Se consideraba que
el bien jurídico a proteger era la honra de las mujeres, no su libertad sexual.
El sexo para las mujeres era como el anuncio aquel del coñac cosa de hombres, y
aquellas que tenían otra opción sexual no solo estaban invisiblizadas, sino que
además la ley las castigaba con la cárcel”, recuerda Montero.
Los avances sociales. Hoy, casi todo aquello es historia.
Sin embargo, la igualdad todavía no es real. El desempleo, incide Cazzaniga,
afecta más a las mujeres: con una tasa del 53% frente al 47 de los hombres.
También la crisis económica se ha cebado en mayor medida con ellas. “No
olvidemos que la pobreza y la precariedad tienen rostro de mujer”, dice esta
socióloga de origen argentino. En España, a pesar de que el porcentaje de
licenciadas es mayor, solo una de cada diez altos directivos es una mujer.
Ellas, además, siguen ganando menos por un trabajo de igual valor. Una brecha
salarial de un 19,3%. O para ser más gráficos: para recibir el mismo salario,
ellas deberían trabajar 58 días más al año. En algunos países de la OCDE, esa
brecha llega al 30%.
“Hay ciertos avances, ha crecido el malestar por la
desigualdad, y hay más conciencia de ella entre las jóvenes. Cuando veo a las
jovencitas afirmadas me siento feliz, porque esa es una señal de que vamos
caminando”, dice Morena Herrera. Sin embargo, añade, hay aspectos en los que el
retroceso al que enfrentan las mujeres es oceánico. “En los derechos sexuales y
reproductivos el repliegue es enorme. En El Salvador vemos además unos niveles
de ensañamiento que interpreto como una especie de reacción a todos los avances
de las mujeres. Algo que se ve, por ejemplo, en el aumento de la violencia
contra las mujeres o con la penalización total el aborto”.
Carlota Álvarez también habla de retroceso. “Nosotras, con
nuestros compañeros que están en la lucha sí hemos avanzado mucho. Pero hemos
dejado a cierta parte de la sociedad detrás. Deberíamos preguntarnos, por
ejemplo, qué está pasando para que un 33% de los jóvenes de 16 años justifiquen
la violencia de género, según muestran las encuestas”, señala esta estudiante
de Historia, que empezó a militar en los movimientos feministas estudiantiles
hace algo más de tres años.
“No hemos logrado la libertad de las mujeres”, interviene
Herrera. “No es un valor democrático en la sociedad salvadoreña. Una libertad
que tiene que ver con decidir sobre su propio cuerpo y sobre otras cosas. Un
ejemplo, la edad mínima para casarse sigue siendo menor para las mujeres que
para los hombres. La vida de las mujeres, aunque la ley diga lo contrario, no
es un bien jurídico a proteger. Vale poco. Hemos conseguido que la ley
reconozca que hay feminicidios, pero aunque existe la norma y se le ha puesto
nombre, El Salvador es, junto a Honduras y Jamaica el país con la tasa más alta
de asesinatos de mujeres. Y no pasa nada”.
La violencia sexista es un problema de primer orden en todo
el mundo. En España, en 2014, 54 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o
exparejas. Y este año las víctimas mortales de los asesinos machistas rondan la
cincuentena. Es una lacra que no cesa, y que no está recibiendo la atención ni
la respuesta adecuada por parte de las instituciones, coinciden las cuatro
feministas. “Si en vez de mujeres fueran cualquier otro colectivo, estos
asesinatos se habrían convertido en un problema político de verdad. Pero nos
encontramos con un asunto sin resolver. Y existe impunidad social al respecto”,
dice Justa Montero. “No se le da la importancia política ni social, ni la
gravedad que tiene”.
“En lugar de impunidad yo hablaría de complicidad”, apunta
Álvarez. “Hay complicidad hacia comportamientos machistas, que son los que
llevan, en último término, a los asesinatos. Que la sociedad indique es bueno
que tu novio tenga celos, porque se preocupa por ti, por con quién sales por la
noche, por cómo te vistes, por qué amigos tienes, sitúa a la mujer que rompe la
relación y sale de esa dinámica controladora como la rara del grupo”, dice la
estudiante de Historia.
-- “Complicidad e impunidad no son contradictorias”,
interviene Montero.
-- “Impunidad social e impunidad del Estado. Y tolerancia.
Se tolera la violencia hacia las mujeres”, remarca Herrera. “Sigue siendo
natural violar, maltratar, insultar, pegar. Incluso hay un grado importante de
violencia que las mismas mujeres toleramos porque no estamos acostumbradas
identificar como manifestaciones de violencia. Eso también es parte del desafío
al que nos enfrentamos: identificar las primeras manifestaciones de violencia
para pararla cuando todavía es posible. Por ejemplo el trato de tonta, de
inútil, el control, que ahora se manifiesta con el control de los teléfonos…”,
añade.
Hablan de violencias. En plural. “No hay que olvidar el
acoso a las mujeres por la calle, el acoso laboral, la violencia sexual”,
señala Álvarez. “No son solo los asesinatos”, comparte Cazzaniga. “No sólo
queremos poder estar vivas, queremos tener una vida digna, libertad sexual,
poder decidir sobre nuestro cuerpo, sobre nuestro proyecto vital”, dice.
Hay complicidad hacia comportamientos machistas que llevan a
los asesinatos"
Las estadísticas sobre violencia de género tanto en España
como en Latinoamérica –donde no todos los países las recogen, y algunos de los
que sí tienen las recopilan de manera precaria— apenas muestran una mejora. Y
el problema, señalan Herrera y Montero, es de base. “Esta violencia está
conectada con todo aquello que lleva a justificar otras desigualdades, como la
de negar la soberanía y la libertad del propio cuerpo, el no entender la del
derecho de las mujeres a tener su propio proyecto de vida, la desigualdad en
materia salarial. Todas estas cosas dan la idea de que unas valen menos que
otros. Y esto va generando una cultura que al final normaliza las violencias”,
dice Montero, que critica duramente la falta de un currículo escolar con
contenidos transversales de valores de ciudadanía e igualdad.
En España, menos de una de cada tres víctimas mortales de la
violencia de género había denunciado a su maltratador. Un dato que las
Administraciones siempre mencionan para fomentar que se acuda a las
instituciones a pedir ayuda, pero que para Álvarez solo criminaliza a quien no
ha ido a la policía. “Es como si por no denunciar se justificase lo que ha
ocurrido. También es una fórmula de decir: ‘Bueno, quién iba a saber que la
iban a asesinar’. No entienden que hay mujeres que no pueden denunciar por
muchas causas, pero que deberían tener derecho a disponer de recursos para
salir de esa situación. Hay un grado de insensibilidad tremendo”, señala.
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