Mientras el sistema insiste en el mensaje de que las mujeres
ya lo han conseguido todo, “nos levantamos cada día de nuestras vidas
conviviendo con esta estructura plagada de acciones y mensajes profundamente
machistas y patriarcales y por tanto, violentos”, se queja Barbara Tardón
Recio, experta en derechos humanos y violencia de género. Y escoge otros
ejemplos “sutiles”: la representación de los cuerpos en los semáforos, el
nombre de las calles y el porcentaje de contertulios varones que acude a los
programas de máxima audiencia.
Son precisamente los medios de comunicación audiovisuales
los más criticados por contribuir a reforzar los estereotipos sobre las mujeres
y las estructuras en las que se sustenta el patriarcado, el sistema de
organización social que permite a los hombres disfrutar de los privilegios que
les otorga una situación de superioridad. En la parrilla se perpetúan en
horario de protección infantil programas como Mujeres, hombres y viceversa,
donde se muestran modelos de comportamiento y relaciones personales que
contradicen todo principio de igualdad.
En el país que acuñó con cierto orgullo la expresión macho
ibérico el machismo sigue bien instalado en la sociedad, aunque a veces parezca
“invisible”.Hoy día existe un neomachismo mucho más difícil de detectar.
En ciertos ambientes, es difícil que un varón ejerza de troglodita en público.
En general, cuidará su lenguaje y alguno incluso se definirá como feminista.
Según Carlos Lomas, autor de Los chicos también lloran y ¿El otoño del
patriarcado?, se ha producido una “adaptación táctica” a los nuevos tiempos de
la igualdad entre los sexos que se traduce en “algunas formas de colaboración
doméstica y familiar y en maneras de relación que se salen de la estética
machista tradicional”.
Sin embargo, advierte Lomas, esa actitud “no cuestiona los
privilegios de la condición masculina en el disfrute del tiempo libre, en las
elecciones profesionales, en el escaso cuidado de las criaturas y de las
personas mayores… En el fondo, este modelo de machismo democrático no es sino
una versión atenuada de la masculinidad hegemónica y de la dominación
masculina”.
“Ya nadie dice que una mujer es suya, pero muchos actúan
como si lo fuera”, denuncia Jesús Pérez. Los hombres no necesitan ejercer el
poder porque sienten que lo tienen. A menudo, en las relaciones de pareja, lo
imponen con sólo una mirada, un episodio de cólera más o menos arbitrario o un
silencio castigador que logra modificar el comportamiento de sus compañeras. Y
es que, como dice Pamela Palenciano en el título de su monólogo teatral, “no
sólo duelen los golpes”. Esas agresiones de baja intensidad no se diferencian
demasiado de las que ejerce un jefe con sus subordinados. En ambos casos,
parten de una posición o sentimiento de superioridad.
La sociedad sigue educando a los hombres para ser fuertes y
mandar. A juzgar por los datos, esta estrategia denunciada por las feministas
parece eficaz: basta echar un ojo para ver quién ocupa los altos cargos de los
distintos gobiernos y administraciones, los puestos directivos en las empresas
del Ibex-35 o quién dirige los medios de comunicación. En una entrevista publicada
en la revista Crític, Maruja Torres ironizaba sobre la falta de un punto de
vista femenino en los medios. “Las del Col·legi de Periodistes siempre están
midiendo los centímetros que se dedica a las mujeres [ríe]. Pero no es eso, no
hay perspectiva de género. Los diarios no saben, ni se les ocurre. ¡Son tíos!”.
Ciertamente, son “tíos” los que ocupan la parte alta de las
manchetas de los medios –nuevos y tradicionales– y quienes diseñan los
contenidos y mensajes destinados a crear opinión. También quienes no renuncian
a los ingresos que les reportan los anuncios sexistas y, en la mayoría de los
casos, siguen publicando anuncios de prostitución sin siquiera filtrar aquellos
que venden los servicios de “jovencísimas, casi niñas” y “sumisas”.
Pilar López Díez, doctora en Ciencias de la Información y
especialista en el tratamiento informativo de la violencia de género subraya
“Lo que subyace tanto en el machismo más tradicional como en el postmachismo
(machismo sin complejos) es la ideología de la supremacía masculina. En los
chicos jóvenes, según distintas encuestas, pervive, igual que en sus padres y
abuelos, la necesidad del control sobre las chicas. Que hoy sea a través de
WhatsApp no lo hace diferente”.
Del machismo sólo se podrá “salir” trabajando desde “la
educación pues es una de las mejores
estrategias para mantener el control social o para democratizar las relaciones
sociales”, añade Laura Nuño.
Resumen de un Texto de Magda Bandera