Simone
Weil (París, 3 de febrero de 1909 – Ashford, 24 de agosto de 1943) Filósofa, pacifista
radical, sindicalista, revolucionaria, mística. Estuvo siempre con los más
desfavorecidxs.
Nació
en París en 1909 en una familia burguesa de judíos agnósticos. Su padre fue un
médico destacado y su hermano André, dos años mayor que ella, llegaría a ser
uno de los matemáticos más importantes de su generación.
Dotada
de una inteligencia excepcional, a los 14 años sufre una crisis espiritual que
le “hace pensar seriamente en morir” al comparar sus dotes intelectuales con
las de su hermano, un genio precoz.
Estudia
filosofía y literatura clásica, es alumna de Alain (Émile Chartier).
A
los 19 entra en la Escuela Normal Superior, una de las universidades más
prestigiosas de Francia. con la calificación más alta, seguida por Simone de
Beauvoir.
Se
gradúa a los 22 y obtendrá una plaza de profesora de instituto y comienza su
carrera docente en diversos liceos
Conoce
a León Trotsky en París, con quien discute sobre la situación rusa, Stalin, y
la doctrina marxista.
A
los veinticinco años, abandona provisionalmente su carrera docente, para huir
de París y durante los años 1934 y 1935, trabaja como obrera en Renault:
"Allí recibí la marca del esclavo", dirá.
En
1941, en Marsella, trabaja como obrera agrícola. Piensa que el trabajo manual
debe considerarse como el centro de la cultura.
Pacifista
radical, luego sindicalista revolucionaria, finalmente llegará a pensar que
sólo es posible un reformismo revolucionario: los pobres están tan explotados
que no tienen la fuerza de alzarse contra la opresión y, sin embargo, es
absolutamente imprescindible que ellos mismos tomen la responsabilidad de su
revolución. Por eso es necesario crear condiciones menos opresivas mediante
avances reformistas para facilitar una revolución responsable, menos
precipitada y violenta.
Sindicalista
de la educación, se muestra a favor de la unificación sindical y escribe en la
revista La escuela enmancipada.
Antiestalinista,
participa desde 1932 en el Círculo comunista democrático de Boris Souvarine a
quien ha conocido a través de Nicolás Lazarévitch.
Participa
en la huelga general de 1936.
Milita
apasionadamente por un pacifismo intransigente pero, al mismo tiempo, forma
parte de la columna Durruti en España, que lucha contra Franco dentro del bando
republicano español.
Es
periodista voluntaria en Barcelona y se incorpora al combate armado en Aragón.
Allí aprende a usar el fusil pero nunca se atreve a dispararlo. De esta cruda
experiencia, le queda el amargo sentimiento de la brutalidad y del sinsentido
de la guerra.
Durante la II G M su familia estaba en grave
peligro de ser clasificada como no-aria, con las consecuencias del caso.
Irónicamente, Weil no tuvo formación judía alguna. Sus escritos religiosos son
netamente cristianos, si bien sumamente heterodoxos. Su posición frente al
judaísmo y a la identidad comunitaria judía es de rechazo explícito y total, lo
cual ha resultado en que haya sido acusada de "auto-odio" por algunos
autores.
Cuando
en 1940 es obligada a huir de París y refugiarse en Marsella, escribe
permanentemente para exponer una filosofía que se quiere proyecto de
reconciliación entre la modernidad y la
tradición cristiana, tomando como brújula el humanismo griego.
En
1942, visita a sus padres y hermano en Estados Unidos, pero rechaza para ella
ese estatuto que siente como demasiado confortable en tiempos tempestuosos.
Parte
hacia Inglaterra para incorporarse a la resistencia pero sólo consigue trabajar
como redactora en los servicios de Francia Libre, liderada por el General
Charles de Gaulle. En julio de 1943 deja de pertenecer a esta organización.
Enferma
de tuberculosis, se dice que se deja morir en el sanatorio de Ashford en 1943.
Deseosa de compartir las condiciones de vida de la Francia ocupada por la
Alemania nazi, es posible que no se haya alimentado lo suficiente, lo que
podría haber agravado su enfermedad.
Todas
sus obras aparecieron después de su muerte, editadas por sus amigos. Desde
entonces, ha atraído la atención creciente de literatos, filósofos, teólogos,
sociólogos y lectores corrientes por su ética de la autenticidad y la rara
combinación de lucidez, honestidad intelectual y desnudez espiritual de su
escritura.
Enlaces:
Simone Weil - In Our Time
BBC Radio 4 https://www.youtube.com/watch?v=Y8S7OsKRfBY
Simone Weil, la irregular.
Trabajadora, filósofa 1909-1943. Un film de Florence Mauro, producido por Zadig
Frases de Simone Weil
Sólo
el equilibrio deshace la fuerza.
Una
mujer que se mira al espejo y se arregla no siente vergüenza de reducirse a sí
misma, a ese ser infinito que mira todas las cosas, a un pequeño espacio.
El
avaro, por ansia de su tesoro, se priva de él.
La
belleza es la armonía entre el azar y el bien.
Hay
que realizar lo posible para alcanzar lo imposible.
La
atención absolutamente pura y sin mezcla es oración.
El
orden social no puede ser más que un equilibrio de fuerzas.
La
creación: el bien hecho trozos y esparcido a través del mal.
Matar
con el pensamiento todo cuanto se ama: única manera de morir.
La
energía necesaria reside en mí, ya que con ella tengo para vivir.
La
creencia en la existencia de otros seres humanos como tales es amor.
El
mal es ilimitado, pero no infinito. Sólo lo infinito limita lo ilimitado.
El
movimiento descendente, espejo de la gracia, es la esencia de toda música.
La
belleza seduce a la carne con el fin de obtener permiso para pasar al alma.
Ser
inocente es soportar el peso del universo entero. Es arrojar el contrapeso.
Todo
crimen es una transferencia del mal de aquél que actúa sobre aquél que padece.
No
tratar de no sufrir ni de sufrir menos, sino de no alterarse por el
sufrimiento.
Si
en este mundo no hubiera desgracia, podríamos pensar que estábamos en el
paraíso.
La
relación pertenece al espíritu solitario. Ninguna muchedumbre concibe la
relación.
De
todos los seres humanos, sólo reconocemos la existencia de aquéllos a los que
amamos.
El
pecado contra el Espíritu consiste en conocer algo como bueno y odiarlo en
cuanto bueno.
La
obediencia a un hombre cuya autoridad no está alumbrada con legitimidad es una
pesadilla.
Cuando
se ha pecado por injusticia, no basta sufrir justamente, hay que sufrir la
injusticia.
Para
que tu mano derecha ignore lo que hace la izquierda, habrá que esconderla de la
conciencia.
Dinero,
maquinización, álgebra. Los tres monstruos de la civilización actual. Analogía
perfecta.
Amar
a un extraño como a sí mismo entraña como contrapartida: amarse a sí mismo como
a un extraño.
Es
preciso desarraigarse. Talar el árbol y hacer con él una cruz para luego
llevarla todos los días.
Al sucumbir bajo el peso de la cantidad, al
espíritu no le queda otro criterio que el de la eficacia.
Esa
vulnerabilidad de las cosas valiosas es hermosa porque la vulnerabilidad es una
marca de existencia.
Al
igual que el poder, el dinero es puro medio. Tiene por único valor la
posibilidad de procurarse cosas.
Lo
que en el criminal no es sensible, es el crimen. Lo que en el inocente no es
sensible, es la inocencia.
El
infierno es superficial. El infierno es una nada que tiene la pretensión y
produce la ilusión de que existe.
La
desgracia extrema que acomete a los seres humanos no crea la miseria humana;
simplemente la pone de manifiesto.
Cuando
una contradicción es imposible de resolver salvo por una mentira, entonces
sabemos que se trata de una puerta.
¿Por
qué he de preocuparme? No es asunto mío pensar en mí. Asunto mío es pensar en
Dios. Es cosa de Dios pensar en mí.
La
verdad se produce al contacto de dos proposiciones, ninguna de las cuales es
cierta; la relación entre ambas es cierta.
Algunos
crímenes que nos han hecho malditos hemos debido cometer para que ahora hayamos
perdido toda la poesía del universo.
Al
luchar contra la angustia uno nunca produce serenidad; la lucha contra la
angustia sólo produce nuevas formas de angustia.
La
apariencia posee la plenitud de la realidad, pero sólo en cuanto apariencia. En
cuanto cosa distinta de apariencia, es error.
Únicamente
las cosas relativas a la inspiración se nutren de plazos. Las relativas al
deber natural, a la voluntad, no sufren dilación.
El
humanismo y lo que del mismo se desprende no es un regreso a la antigüedad,
sino un desarrollo de venenos anteriores al cristianismo.
Estrellas
y árboles frutales en flor. La completa permanencia y la extrema fragilidad
proporcionan por igual el sentimiento de la eternidad.
Un
método para comprender las imágenes, los símbolos, etc. No tratar de
interpretarlos, sino simplemente mirarlos hasta que brote de ellos la luz.
El
hombre es esclavo en la medida en que entre la acción y su efecto, entre su esfuerzo
y la obra, se encuentra interpuesta la intervención de voluntades ajenas.
El
amor tiende a llegar cada vez más lejos. Pero tiene un límite. Cuando ese
límite se sobrepasa, el amor se vuelve odio. Para evitar ese cambio, el amor
debe hacerse diferente.
El
totalitarismo moderno es al totalitarismo católico del siglo XII lo que el
espíritu laico y francmasón al humanismo del Renacimiento. Con cada vaivén, la
humanidad se degrada.
La
grandeza del hombre está siempre en el hecho de recrear su vida. Recrear lo que
le ha sido dado. Fraguar aquello mismo que padece. Con el trabajo produce su
propia existencia natural.
Entre
las características del mundo moderno no hay que olvidar la imposibilidad de
apreciar en concreto la relación entre el esfuerzo y el efecto del esfuerzo.
Demasiados intermediarios.
La
gruesa bestia tiene como fin la existencia. "Yo soy el que soy". Ella
también lo dice. Le basta con existir, pero no puede concebir ni admitir que
otra cosa exista. Siempre es totalitaria.
En
todo aquello que nos provoca una auténtica y pura sensación de lo bello existe
realmente presencia de Dios. Hay como una especie de encarnación de Dios en el
mundo, cuya marca es la belleza.
Una
sociedad bien hecha sería aquélla en la cual el Estado ejercería tan solo una
acción negativa, del orden del timonel: una ligera presión del movimiento
oportuno para compensar un comienzo de desequilibrio.
Dado
que el pensamiento colectivo no puede existir como tal pensamiento, pasa a las
cosas (signos, máquinas... ). De ahí la paradoja: es la cosa la que piensa y el
hombre quien queda reducido al estado de cosa.
Dos
prisioneros, en celdas vecinas, se comunican por medio de golpes contra el
muro. El muro es lo que los separa, pero también lo que les permite
comunicarse. Así nosotros con Dios. Toda separación es un nexo.
El
espejismo constante de la Revolución consiste en creer que si a las víctimas de
la fuerza, que son inocentes de las violencias que se producen, se les pone en
las manos esa misma fuerza, la utilizarán justamente.
Puesto
que no se puede esperar de un hombre que no posee la gracia que sea justo, es
preciso que la sociedad esté organizada de tal manera que las injusticias se
vayan corrigiendo unas a otras en una perpetua oscilación.
El
capitalismo ha consumado la liberación de la colectividad humana en relación
con la naturaleza. Pero esa misma colectividad ha heredado inmediatamente
frente al individuo la función opresiva que antes ejercía la naturaleza.
La
Providencia divina no es un desarreglo, una anomalía en el orden del mundo. Es
el orden del mundo en sí. O, más bien, es el principio ordenador de este
universo, extendido a través de toda una red subterránea de relaciones.
Lo
enormemente doloroso del trabajo manual es que se está obligado a esforzarse
durante largas horas simplemente para existir. El esclavo es aquél al que no se
le propone bien alguno cómo objeto de sus fatigas, sino la mera existencia.
Dios
y la creación son uno, Dios y la creación están infinitamente distantes; esta
contradicción fundamental se refleja en la contradicción que existe entre lo
que es necesario y el bien. Sentir la distancia, esta separación, es
crucifixión.
Toda
obra de arte tiene un autor, pero cuando es perfecta, sin embargo, tiene algo
de anónima. Imita el anonimato del arte divino. La belleza del mundo, por
ejemplo, es muestra de un Dios a la vez personal e impersonal, y ni lo uno ni
lo otro.
Si
se desea solamente el bien, se está en oposición a la ley que une al bien real
con el mal del mismo modo que al objeto iluminado con la sombra; y, estando en
oposición a la ley universal del mundo, es inevitable que se caiga en la
desgracia.
Nada
poseemos en el mundo porque el azar puede quitárnoslo todo, salvo el poder de
decir yo. Eso es lo que hay que entregar a Dios, o sea destruir. No hay en
absoluto ningún otro acto libre que nos esté permitido, salvo el de la
destrucción del yo.
La
belleza de un paisaje en el momento cuando nadie lo ve, absolutamente
nadie...Ver un paisaje tal cual es cuando no estoy en él. Cuando estoy en algún
lugar, enturbio el silencio del cielo y de la tierra con mi respiración y el
latir de mi corazón.
Nada
en el mundo puede quitarnos el poder de decir yo. Nada, salvo la desgracia
extrema. Nada hay peor que la extrema desgracia que desde fuera destruye el yo,
puesto que luego resulta ya imposible destruírselo uno mismo. ¿Qué les ocurre a
aquéllos cuyo yo ha sido destruido desde fuera por la desgracia?
Lo
que cuenta en una vida humana no son los sucesos que la dominan a través de los
años -o incluso de los meses- o incluso de los días. Es el modo en que se
encadena cada minuto con el siguiente, y lo que le cuesta a cada cual en su
cuerpo, en su corazón, en su alma -y por encima de todo, en el ejercicio de su
facultad de atención- para efectuar minuto por minuto este encadenamiento.
Tratar,
no de interpretar sino de mirar hasta que la luz se haga. En la percepción
sensible, cuando uno no está seguro de lo que ve, se mueve de lugar sin dejar
de seguir mirando. Con el tiempo va uno cambiando y si, a través de las
modificaciones, se mantiene la mirada orientada hacia lo mismo, a fin de
cuentas la ilusión se disipa y lo real aparece. La condición es que la atención
sea una mirada y no un apego.
Los
valores auténticos y puros de lo verdadero, lo bello y lo bueno en la actividad
de un ser humano se originan a partir de un único y mismo acto, por una
determinada aplicación de la plenitud de la atención al objeto. La enseñanza no
debería tener otro fin que el de hacer posible la existencia de un acto como
ése mediante el ejercicio de la atención. Todos los demás beneficios de la
instrucción carecen de interés.
La
verdad no es un objeto de amor. Lo que se ama es algo que existe, que se
piensa, y que por tal motivo puede ser ocasión de verdad o de error. Una verdad
es siempre la verdad de algo. La verdad es la luz de la realidad. El objeto del
amor no es la verdad, sino la realidad. Desear un contacto con una realidad es
amarla. No se desea la verdad sino para amar en la verdad. Se desea conocer la
verdad de aquello que se ama. En lugar de hablar de "amor a la
verdad" es preferible hablar de un espíritu de verdad en el amor.
El
trabajo físico constituye un contacto específico con la belleza del mundo e,
incluso, en sus mejores momentos, un contacto de tal plenitud que ningún
equivalente puede hallarse en otro lugar. El artista, el científico, el
pensador, el contemplativo deben, para poder realmente admirar el universo,
penetrar esta película de irrealidad que lo cubre y que hace de él, para casi
todos los hombres, en casi todos los momentos de la vida, un sueño o una
decoración teatral. Deben, pero casi nunca pueden. Aquél cuyos miembros se
encuentran quebrados por el esfuerzo de una jornada de trabajo -es decir, una
jornada durante la cual se ha visto sometido a la materia- lleva en su carne,
como una espina, la realidad del universo. La dificultad para él consiste en
mirar y en amar; si lo logra, ama lo real.