Betty
Friedan (Peoria, Illinois, 4 de febrero de 1921 – Washington D. C., 4 de
febrero de 2006) Teórica y líder del movimiento feminista estadounidense
durante las décadas de 1960 y 1970.
Tras
graduarse en el Smith College (Massachusetts), en 1942, realiza su trabajo de
postgrado en psicología en la Universidad de California.
Rechaza
una beca de doctorado en esta misma universidad y pasa a trabajar como
redactora, escribiendo primero para Federated Press, servicio de noticias del
que se nutrían la mayoría de los periódicos sindicales y más tarde para United
Electrical News, Radio and Machine Wolkers of América, sindicato radical en la
lucha por la justicia social para los afroamericanos y para las mujeres
trabajadoras.
Cuando
se encontraba embarazada de su segundo hijo, la escritora fue despedida de su
trabajo y a partir de este momento su vida gira radicalmente, al entorno
familiar y a las tareas domésticas.
En
1963 escribió el ensayo Mística de la feminidad, en el que
critica el rol femenino en la sociedad contemporánea, ya que provoca numerosas
formas de alienación. Además, se refirió al llamado «malestar sin nombre» que
se daba en las mujeres acomodadas de Estados Unidos, donde existían altas tasas
de depresión, suicidios y alcoholismo, paradójicamante, en mujeres que vivían
de forma cómoda, sin tener que trabajar: pero con un enorme vacío, sentimiento
de inutilidad y aburrimiento. Este ensayo influenció profundamente al
movimiento feminista los siguientes años.
En
octubre de 1966 Betty Friedan fundó el NOW (National Organization for Women),
organización que reunió un gran número de colectivos y grupos feministas de
Estados Unidos.
En
la década de 1970, La Organización Nacional para las Mujeres defendió posturas en torno al aborto,
salarios iguales para hombres y mujeres y permiso de maternidad que parecían
ser extremas entonces.
En
la década de 1990, cuando ya tenía más de 70 años, Friedan analizó cómo la
sociedad trata a los adultos mayores y concluyó que lo hace con la misma
negación de su derecho a realizarse con que lo hacía con las mujeres 20 años
atrás.
La
Mística de la feminidad
Su
libro se convirtió en uno de los más vendidos en la década de los 60. Con su
espíritu innovador ha marcado la
historia de las mujeres. La mística femenina, dijo, no es más que una forma de
la sociedad de embaucar a las mujeres, vendiéndoles una serie de bienes que las
dejan vacías, padeciendo "del problema que no tiene nombre" y
buscando una solución en los tranquilizantes y el psicoanálisis
Se
podría decir que la escritora repite la historia de su madre, mujeres con
profesión vuelcan sus vidas a un modelo, en donde el matrimonio niega a
reconocer a la mujer como un ser independiente y racional, confinadas a la
dependencia o superioridad del hombre.
Algunas
mujeres abogaron por los “derechos de la mujer” antes de que hubiera un
movimiento de mujeres, y fueron las que colaboraron a inspirar a los primeros
organizadores.
La
“primera ola del feminismo” fue aquella en la cual la mayoría de las mujeres de
los principales países occidentales bregaron por su derecho al voto.
El
resurgimiento del feminismo en los años 60 y 70, comúnmente llamada la “Segunda
Ola”, fue inspirada por muchos factores: participación de las mujeres en el
movimiento de derechos civiles, igualdad de género, el aburrimiento de los
roles tradicionales, etc y es aquí donde se inscribe, en 1963, “La mística de
la feminidad”, un trabajo descriptivo que realiza Betty Friedan, de las mujeres
norteamericanas de clase media, quince años después de la Segunda Guerra
Mundial, cuando después de grandes luchas y logros conseguidos, vuelven a
ocupar la vieja profesión tradicional de ama de casa.
Esta
obra única que lanzó a la fama a la escritora y que ha quedado como un hito en
la historia del feminismo, emergía de un contexto en la cual la sociedad
estadounidense, cerrada y conservadora, se encontraba en intensos conflictos
raciales y sociales por la consecución de los derechos civiles.
Este
libro revolucionario que golpea la puerta de una comunidad ideal, en plena
Guerra Fría, cambia la conciencia de las mujeres en los Estados Unidos y más
tarde en Europa.
El
discurso friedaniano crea un conjunto de ideas sobre la imagen de la mujer
prototípica ajustada a un modelo preestablecido, que la hace vivir de acuerdo a
la mística de la feminidad y que pretendió recluir a la mujer a la rutina del
círculo hogareño en pos del marido y de los hijos, coartando la libertad para
desempeñarse como profesionales.
El sueño dorado de toda joven americana era
ser ama de casa en un barrio residencial, y para ello debían dedicarse desde
temprana edad a encontrar un hombre del cual depender, engendrar y criar hijos.
Pero esto, se fue convirtiendo en una aparente felicidad idílica que escondía
una mujer incompleta e insegura en su interior. Mujeres contentas descontentas
que no se entienden a sí mismas.
El
problema, no eran sus maridos, sus hijos, sus casas, su estilo de vida montado
y tecnificado como una carrera para llevar adelante una casa, esa desesperación
inexplicable se apoderaba de ellas, es un malestar desconocido al cual la
escritora denomina el “Malestar que no tiene nombre”.
La
mística de la perfección femenina se había convertido en el centro de la
cultura contemporánea norteamericana, una cultura que las avasalla en un vacío,
que perfora la conciencia, de la insuficiencia de su vida, que anula la
motivación de su razón de ser, de su condición humana como mujer. Mujer que de
niña creció educada con el rol de lo que se esperaba de ella. Una imagen
construida por la publicidad, por los medios de comunicación, es decir, por una
campaña psicológica de venta de productos que las moldeaban como ingenieras
domésticas.
La
satisfacción del ego pasaba por perfeccionarse en ser las mejores madres, las
mejores esposas, las mejores decoradoras, las mejores dentro de los muros del
hogar, lugar donde se acrecentaba día a día una conducta fóbica, encerrada en
un círculo vicioso, encerrada en un mundo doméstico donde creen encontrar su
felicidad pero lo único que encuentran es la insatisfacción, tratando de buscar
una solución en los tranquilizantes y en el psicoanálisis.
Sin
acceso a la esfera de lo público y sin vida privada al mismo tiempo, que no le
reporta el desarrollo de la personalidad, ni autonomía, sujetas a un modelo
patriarcal.
Los
medios de creación masculina (hombres escritores y directores de revistas)
provocaron esa crisis, encargados de vender estereotipos de mujeres falsas y
expertas amas de casa, de ahí que la mística aparece como un gran buzón de
mentiras.
Que
fue lo que aconteció con aquellas mujeres que habían avanzado en el campo
educativo, en la ocupación de empleos, profesiones y que en los años 60 sufren
un retroceso en el ejercicio de derechos ya conquistados, preservando el
derecho político al voto.
Relacionándolo
con la última obra leída del sociólogo estadounidense, Richard Sennett, “El
declive del hombre público”, y salvando los distintos contextos y siglos, desde
mi parecer, hay situaciones similares que les ocurrían a las mujeres de clase
media estadounidenses del siglo XX y al hombre público parisino, del siglo XIX.
Entre
ellas se podrían nombrar, la lucha entre la esfera de lo privado y lo público
con la intimidad; la pasividad tanto de las mujeres amas de casa y del hombre
público; la personalidad concebida como aquello que se aparenta, como una
categoría social tanto en Estados Unidos, como en las grandes ciudades de
Europa; la separación de contacto entre las personas, por vivir en barrios
residenciales y en Paris por el rediseño de la ciudad; la publicidad que tanto
se encargo de la desorientación de la sobreimposición de la imagen y como decía
Marx, con la expresión que se ajusta también, perfectamente a ambos títulos, la
psicología del consumo, el “fetichismo del articulo de consumo”.
La
búsqueda de una ilusión necesaria que se manifestaba en la sociedad parisina
también se revelaba en las mujeres amas de casa. La valoración de la familia
parecía ser el refugio de estabilidad para ambas sociedades, dado que la esfera
de lo público era inestable. La evasión y la intimidad se encontraban
vinculadas.
Los
males en el siglo XIX tenían sus orígenes en la tensión nerviosa, en la
ansiedad. La tensión emergente en este caso y “el malestar que no tiene nombre”
fueron producto de la misma expresión involuntaria del sentimiento, el control
impuesto sobre la conducta superficial, la pérdida colectiva de la identidad.
La
mística de la feminidad permite a las mujeres ignorar la cuestión de su
identidad. Las mujeres estadounidenses ya no saben quiénes son, las mujeres
están tan inseguras acerca de quienes deberían ser que acuden a esa
deslumbrante imagen pública para decidir todo y cada uno de los detalles de su
vida.
La
teoría de Freud daba por sentada la degradación de la mujer. El complejo de
castración y la envidia del pene, dos de las ideas más elementales de todo su
pensamiento, partiendo del supuesto que las mujeres son biológicamente
inferiores a los hombres. Con su pensamiento de que la neurosis que padecían
las mujeres, tenía un origen sexual, tomando la práctica del psicoanálisis como
terapia del sufrimiento.
Según
Betty Friedan, el malestar que experimentaban no era sexual era un problema de
identidad, un éxodo del crecimiento que perpetúa la mística de la feminidad.
Fue obra de los escritores y directores de revistas, publicistas, divulgadores
y traductores del pensamiento Freudiano en las universidades, que indujeron a
las mujeres a dejarse tutelar por los hombres, a reducir su vida al hogar y
renunciar a su futuro.
Tal
vez “El malestar que no tiene nombre” fue como decía Lucy Stone, el temor más
que simbólico de que, convertirse en esposa era morir como persona. La pérdida
de identidad, el “nuevo yo” de la mujer casada fue “su superior”, su marido.
Enlaces:
One
of America's great feminists Betty Friedan: CBC Archives
1950s
Housewife to Women's Activist: Betty Friedan
Diversas fuentes, entre ellas:
Wikipedia y
rafinablog.wordpress.com