Louise
Bourgeois (25 de diciembre de 1911 – 31 de mayo de 2010) Artista y escultora
francesa nacionalizada estadounidense.
Conocida por sus esculturas de arañas, que le valió
el apodo de "Mujer Araña", es una de las artistas más importantes del
arte contemporáneo.
Fundadora del Arte Confesional, sus obras están
catalogadas como sugestivas de la figura humana, expresando temas como la
traición, la ansiedad y la soledad.
Su trabajo es puramente autobiográfico y estaba
inspirado en su trauma de la infancia causado por el descubrimiento del amorío
entre su padre y su niñera.
Su escultura arácnida más grande se titula Maman y ha sido
exhibida en numerosos lugares del mundo, con una altura de más de 9.27m.
En la década de 1940, después de haberse mudado a
Nueva York con su esposo, Robert Goldwater, se inclinó por la escultura.
Louise Bourgeois ha dicho de su trabajo: “Me dedico
al dolor para dar sentido y forma a la frustración y el sufrimiento. No puedo
hacer desaparecer el dolor. Ha venido para quedarse” .
En los últimos 20 años de su vida ha hecho más de 60
estructuras espaciales para contar las oscuridades de una vida.
Las Celdas son autorretratos que cuentan su época
más áspera y oscura. El miedo es el tema. Y el miedo es libre. Lo puede traer
un crujido a destiempo. El ladrido de un perro en medio de la bruma donde ya no
hay espigón. Luego están los miedos de la vida, que son los de la muerte.
Bien lo sabía Louise Bourgeois: muere la gente y no sabes qué preguntas hacerte ni qué respuestas serás capaz de darte. Eso da miedo. Bien lo sabía aquel pájaro de ala quebrada, alguien volcánico y depresivo con pulsiones suicidas (lo intentó dos veces, la primera cuando murió su madre en 1932, la segunda cuando su padre, que encima se acostaba con la institutriz, quiso casar a Bourgeois con un amigo suyo.
Bien lo sabía Louise Bourgeois: muere la gente y no sabes qué preguntas hacerte ni qué respuestas serás capaz de darte. Eso da miedo. Bien lo sabía aquel pájaro de ala quebrada, alguien volcánico y depresivo con pulsiones suicidas (lo intentó dos veces, la primera cuando murió su madre en 1932, la segunda cuando su padre, que encima se acostaba con la institutriz, quiso casar a Bourgeois con un amigo suyo.
“Tenía sus problemas sicológicos, claro, mucha
ansiedad, temores, miedos, depresiones y un gran sentimiento de culpabilidad
por no ser buena madre… pero sabía que el arte le ayudaba a sobrevivir, todo su
proceso creativo, no solo las celdas, eran una terapia” “Una artista que nunca
hizo cosas para el público… sino para ella misma” han dicho de ella.
Días negros, La destrucción del padre, Sin salida,
Arco de histeria, Pasaje peligroso, El confesionario… son títulos que no dejan
resquicio a la duda en esta peregrinación por entre las estructuras de acero,
vidrio, madera, tela, látex, mármol, resina o trozos de espejo. Todo resulta
tétrico y, a la vez, extrañamente plácido. La soledad, el abandono, la
inseguridad, lo ido, el daño, la memoria, el dolor intenso, quién sabe si la
curación. Todo está en sus obras.
Cuesta creer que lo temible pueda resultar poético.
Pero en las salas oscuras las guillotinas, los reclinatorios, las prótesis, las
puertas, camas y sillas desvencijadas (muchas de ellas recuperadas de
vertederos o escombreras), los frascos de perfume —en su caso, siempre Shalimar
de Guerlain— y las aberturas por donde asomarse como un voyeur… surgen como
estrofas de un poemario maldito. Un poco hay de Baudelaire y un mucho de
Duchamp y Bacon. Tampoco olvidemos a Freud.
Es el universo de Louise Bourgeois, un espejo en el
que nadie querría mirarse. Ella sí. Amó a su madre muerta (de ahí el útero
vacío como tema constante), quiso matar al padre aunque nunca aparcó el
complejo de Electra. También quiso, como hemos dicho antes, matarse a sí misma.
Quedan sus obras como testimonio de una desolación. También como la
demostración empírica de un caerse y levantarse. Celdas-refugio, celdas-cárcel,
celdas-psiquiátrico. La curación por el arte. O el anhelo de ello.
Fuente: Wikipedia, ABC, ElPaís