Isabelle Eberhardt
(17 de febrero de 1877 – 21 de octubre de 1904) Exploradora y escritora suiza.
Vivió y viajó por
el Norte de África. Para su época, era una persona libre que rechazaba la moral
europea que seguía su propio camino en el Islam y escribió varios libros de sus
viajes en África. Murió en una inundación repentina en el desierto a la edad de
27 años.
En 1888 su medio
hermano Augustín se unió a la Legión Extranjera Francesa y fue asignado a
Argelia. Esto despertó el interés de Isabelle por el oriente y empezó a
aprender árabe. Su primer viaje al norte de África fue con su madre en mayo de
1897, mientras que por un lado planeaban reunirse con Augustin, también estaban
considerando empezar una nueva vida allí y convertirse al Islam, cumpliendo así
un antiguo sueño. Sin embargo, su madre muere repentinamente en Annaba y es
enterrada allí bajo el nombre de Fatma Mannoubia.
Después
de la muerte de su familia Isabelle Eberhardt pasa el resto de su vida en
África, explorando el desierto y haciendo del norte de Argelia su nuevo hogar.
Vestida como hombre y haciéndose llamar Si Mahmoud Essadi, Eberhardt se sumerge
en la cultura árabe con una libertad que de otra forma no hubiera conocido.
Obras:
"Historias Argelinas" (1905),
"En la cálida sombra del Islam" (1906), "Sobre el ser
vagabundo" (1988), "Los diarios de una nómada apasionada" (2003)
y "Amores nómadas" (2003).
Frases
de Isabelle Eberhardt
Escribir
es algo precioso y espero que con el tiempo, cuando vaya adquiriendo la sincera
convicción de que la vida real es hostil e inextricable, sabré resignarme a
vivir esa otra vida, tan dulce y placentera.
Sin
embargo, aunque mi vida no ha sido más que un entretejer dolores y tristezas,
no voy a maldecir nunca lo lamentable y triste que es el universo... Porque en
él el amor vive junto a la muerte y todo es efímero y transitorio. Porque los
dos me han embriagado, me han extasiado, me han regalado muchos sueños y muchas
ideas.
(...)
Luego venía la extraña "segunda vida", la vida de la voluptuosidad,
del amor. La embriaguez terrible y violenta de los sentidos, intensa y
delirante, contrastando singularmente con mi existencia cotidiana, calmada y
reflexiva.
Todo
viaje, incluso en las regiones más frecuentadas y más conocidas, es una
exploración.
Cuando
más lejos dejo el pasado más cerca estoy de forjar mi propio carácter.
El
caminante sano sentado al lado de la carretera analizando el horizonte abierto
ante él, ¿No es este el dueño absoluto de la tierra, las aguas, y hasta del
cielo? ¿Qué habitante puede competir con él en poder y riqueza?
Nadie
hasta la fecha ha sabido traspasar esa máscara y descubrir mi verdadera alma,
este alma sensitiva y pura que vuela tan alto sobre las bajezas y los
envilecimientos adonde me apetece, desdeñando los convencionalismos y, también,
por una rara necesidad de sufrir, arrastrando con ella a mi ser físico...
Y
la eterna, la misteriosa, la angustiosa pregunta aparece una vez más: ¿Dónde
estaré, en qué tierra, bajo qué cielo, a esta misma hora dentro de un año?
Lejísimos, sin duda, de esta pequeña ciudad sarda... ¿En dónde? ¿Seguiré aún
entre los vivos ese día?
Hay
límites para todo dominio y leyes que rigen todo poder organizado. Pero el
vagabundo posee toda la tierra inmensa que sólo termina en el horizonte no
existente, y su imperio es uno intangible, en tanto su dominio y disfrute de
este son cosas del espíritu.
Nómada
fui cuando de pequeña soñaba contemplando las carreteras; nómada seguiré siendo
toda mi vida, enamorada de los cambiantes horizontes, de las lejanías aún
inexploradas, porque todo viaje, incluso en las regiones más frecuentadas y más
conocidas, es una exploración.
A
partir de ahora me dejaré mecer por las olas inconstantes de la vida... Me
embriagaré con todas las fuentes de la ebriedad, sin afligirme, aunque se
agoten inexorablemente... Adiós a las luchas y a las victorias, y a las
derrotas de las que salía con mi corazón sangrando y herido... ¡Adiós a todas
esas locuras de primera juventud!
Estoy
sola, y sueño... Y, a pesar de la profunda tristeza que invade mi corazón, mi
ensueño no tiene nada de desolado ni de falto de esperanza. Después de estos
últimos seis meses tan agitados, tan incoherentes, siento que mi corazón se
templa como nunca y que de ahora en adelante será invencible, incapaz de
doblegarse incluso en medio de las peores tormentas, humillaciones y duelos.
Para
el que entiende el valor y el sabor delicioso de la libertad solitaria (en
tanto nadie es libre si no esta solo) el estar de salida es el acto más
valiente y más grandioso de todos. Una felicidad egoísta, posiblemente. Pero
para aquel que disfruta de su sabor, la felicidad. El estar solo, el ser
modesto en las necesidades, para ser ignorado, ser un extraño que está en casa
en todas partes, y caminar, en forma grandiosa y por uno mismo, hacia la
conquista del mundo.
Dentro
de pocos días, la vida verdadera, errante e incoherente, reaparecerá. ¿Dónde?
¿Cómo? ¡Sólo Dios lo sabe! No puedo ya atreverme a hacer suposiciones ni
hipótesis al respecto después de que, al poco de decidir quedarme uno o dos
meses más en París, he venido a dar a Cagliari, a este rincón perdido del
mundo, en el que jamás había pensado, y no menos importante que cualquier otro
lugar en el que mi ojo se hubiera fijado distraídamente sobre el mapa del mundo.
Desde
la cima de esta duna se descubre todo el valle de El Oued, sobre el cual
parecen cerrarse las olas somnolientas del gran océano de arena gris. Todas las
ciudades de los países de arena, construidas con yeso ligero, tienen un aspecto
salvaje, deteriorado y ruinoso.
Sólo
deseo tener un buen caballo, compañero mudo y fiel de una vida soñadora y
solitaria, algunos servidores casi tan humildes como mi montura, y vivir en
paz, lo más lejos posible de la agitación -en mi humilde opinión, estéril- del
mundo civilizado, en el que me siento de más.
"Los
diarios de una nómada apasionada"