Rosario Sánchez
Mora, conocida como La Dinamitera, (Villarejo de Salvanés; 21 de abril de 1919
- Madrid; 17 de abril de 2008), miliciana española de la Guerra Civil. Es
conocida por haber sido plasmada su labor en el frente republicano en un poema
de Miguel Hernández titulado Rosario, dinamitera
Con
diecisiete años se incorporó a las Milicias Obreras del Quinto
Regimiento que partieron el 19 de julio de 1936 hacia Somosierra para detener a las tropas del general
Mola. Rosario, como una chica joven de su edad, no conocía nada de
instrucción militar ni de artillería. Con las milicianas republicanas, entre
ellas Angelita Martínez, Consuelo Martín, Margarita Fuente y Lina Odena,
participaron por primera vez en el frente y armadas, lejos de las tareas clásicas
de auxiliares y enfermeras de la mujer en la guerra. Tras dos semanas de
enfrentamientos, en las que lograron contener a los rebeldes franquista, la
guerra en la sierra dejó de ser una batalla abierta para convertirse en una
batalla de posiciones y fue destinada a la sección de dinamiteros, fabricando
bombas de mano caseras.
Allí, manipulando dinamita, perdió una mano al estallarle un cartucho, acto cantado por Miguel Hernández en el poema Rosario, dinamitera. Herida de gravedad, la operaron en el hospital de sangre de la Cruz Roja en La Cabrera, donde consiguieron salvarle la vida.Tras su salida del hospital, se reincorporó a la división, como encargada de la centralita del Estado Mayor Republicano en la Ciudad Lineal de Madrid. Fue allí donde Rosario conoció a Miguel Hernández, Vicente Aleixandre y Antonio Aparicio, poetas al servicio de la causa republicana
Allí, manipulando dinamita, perdió una mano al estallarle un cartucho, acto cantado por Miguel Hernández en el poema Rosario, dinamitera. Herida de gravedad, la operaron en el hospital de sangre de la Cruz Roja en La Cabrera, donde consiguieron salvarle la vida.Tras su salida del hospital, se reincorporó a la división, como encargada de la centralita del Estado Mayor Republicano en la Ciudad Lineal de Madrid. Fue allí donde Rosario conoció a Miguel Hernández, Vicente Aleixandre y Antonio Aparicio, poetas al servicio de la causa republicana
Había transcurrido
un año de guerra cuando se le presentó la ocasión de volver al frente. La 10.ª Brigada
Mixta de El Campesino se había convertido en la 46ª División,
con más de doce mil hombres a sus órdenes, que en el verano de 1937 intervino
en una ofensiva hacia Brunete para intentar atrapar en
una bolsa a las fuerzas sublevadas que sitiaban Madrid desde el suroeste. El ataque
fue de tal magnitud que el pueblo claudicó en apenas unas horas, aunque las
pequeñas guarniciones de Quijorna y Villanueva del Pardillo resistieron la
acometida. Rosario fue elegida para convertirse en jefa de cartería de su
división, con la categoría de sargento, encargada de ser el nexo de unión con
el Estado Mayor en la capital y de llevar la correspondencia de los soldados.
Desempeñó esta
labor hasta el fin de la batalla de Brunete el 25 de julio de 1937, que
con la derrota del lado republicano, las tropas de la División del Campesino
se retiraron a sus cuarteles de Alcalá de Henares. Allí, el 12 de septiembre de
1937, contrajo matrimonio civil con Francisco Burcet Lucini, sargento de la
Sección de Muleros del Regimiento, quedándose embarazada poco después. Pero el
21 de enero de 1938, su marido partió rumbo a Teruel con los hombres de la 46.ª División
para relevar a los de la 11.ª de Líster,
que habían participado en la toma de la ciudad, la primera capital de provincia
que las tropas republicanas conseguían conquistar desde el inicio de la guerra.
Rosario mientras
tanto comenzó a trabajar en la oficina que Dolores Ibárruri, la Pasionaria, había organizado
en el nº5 de la calle de Zurbano de Madrid para reclutar mujeres que cubrieran
los puestos de trabajo que los hombres dejaban libres cuando marchaban al
frente. Trabajó allí hasta que dio a luz a su hija Elena.
Tras la batalla
del Ebro, que supuso el desequilibrio de la balanza entre tropas
republicanas y franquistas, dejó de recibir correspondencia de su marido, y
Rosario no supo si éste había muerto, había logrado escapar a Francia o era uno
de los miles de prisioneros que hicieron los sublevados en su avance.