El
grupo municipal de la CUP en Manresa ha propuesto que los centros de atención a
la mujer promuevan el uso de “métodos alternativos de recoger el sangrado”,
como el sangrado libre, las copas menstruales o las esponjas marinas, en lugar
de tampones y compresas, que consideran caros y poco ecológicos. Nada hay que
objetar a que las jóvenes tengan información de todas las alternativas
disponibles. Pero una cosa es informar y otra promover con carácter general
unas opciones concretas y presentarlas como superiores a las otras.
En
el debate que se ha suscitado subyace una polémica de mayor calado sobre los
efectos que ciertas modas pretendidamente naturalistas o alternativas pueden
tener sobre los avances conseguidos por las mujeres.
Preocupan
en particular las teorías que rechazan avances médicos que salvan vidas, como
la vacunación infantil, o que han mejorado las condiciones de vida y de
seguridad de las mujeres, como los fármacos anticonceptivos o el parto
hospitalario.
Lo
natural no tiene por qué estar reñido con el progreso. El parto en casa, por
ejemplo, puede ser una opción, siempre que se haga con un mínimo de
condiciones, pero eso no debe llevar a sacralizar el parto con dolor o
anteponer la intimidad a la seguridad y menos aún a denigrar el parto
hospitalario, que ha contribuido de forma decisiva a reducir la mortalidad
materno-infantil.
Algunas
voces han alertado sobre los movimientos pendulares, y especialmente sobre
aquellos que mitifican de tal modo el concepto de natural que convierten de
nuevo a las mujeres en esclavas de su función reproductiva.
Llevadas
a sus últimas consecuencias, algunas de estas teorías pueden acabar recluyendo
a la mujer en casa, no porque nadie la obligue, sino porque ella misma se ata a
la pata de la mesa.
Dejar
de trabajar para criar a los hijos es una opción. Pero entronizar la dedicación
exclusiva a la crianza como una especie de dictado de lo natural supone volver
a los roles que reservan el mundo laboral y la esfera pública a los hombres, y
la crianza y la esfera de lo privado a las mujeres.
El
neomachismo encontraría así en las teorías de la naturaleza diferencial un
poderoso aliado. Las propias mujeres asumirían la diferenciación como una
elección, adornada en el caso de los movimientos alternativos con el marchamo
de la rebeldía pues muchas de estas tendencias se acompañan de una crítica
justificada a la mercantilización o a la excesiva medicalización de ciertos
aspectos de la vida.
La
crítica a la mercantilización es legítima. Sin embargo, algunas de las
alternativas no contribuyen precisamente a liberar a las mujeres, sino a
crearles nuevas ataduras. Y hay que tener cuidado con el sentimiento de culpa
que suele generar la asunción dogmática de cualquier teoría. Porque nunca
seremos suficientemente naturales, suficientemente maternales o suficientemente
ecológicas.
Al
final, siempre hay un dedo acusador sobre las mujeres. La tiranía del
imperativo natural, como la del pensamiento positivo, puede ser tan sofocante
como cualquier otra.
Milagros Pérez Oliva
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El título se lo ha puesto Mujerícolas, no es de la autora.