sábado, 20 de junio de 2015

Refugiadas



Por lo menos la mitad de las personas desarraigadas son mujeres adultas y niñas. Sin contar con la protección de sus hogares, sus gobiernos y en muchos casos de las estructuras familiares tradicionales, las mujeres se encuentran con frecuencia en situaciones de vulnerabilidad. Se enfrentan a los rigores de largas jornadas de camino hacia el exilio, el acoso o la indiferencia oficial y con frecuencia al abuso sexual, incluso una vez que han alcanzado un lugar aparentemente seguro. 


Las mujeres no sólo deben lidiar con estas amenazas personales y la consecuente estigmatización social que muchas veces acarrea, sino que deben encargarse de la seguridad física, el bienestar y la supervivencia de sus familias.






Las personas  refugiadas escapan principalmente de Somalia, Congo, Afganistán o Colombia,  aunque en los últimos cinco años han estallado o se han reactivado al menos otros 15 conflictos. Ocho de ellos, en África; tres en Oriente Próximo; tres en Asia, y uno en Europa (Ucrania).



Las mujeres refugiadas que se están llevando la peor parte son las mujeres de Irak y Siria. Hasta el punto de que  “Es una guerra que se está luchando sobre el cuerpo de las mujeres". Las adolescentes secuestradas en Irak y en Siria por los yihadistas del Estado Islámico (EI) están siendo vendidas como esclavas en los mercados incluso a cambio de cigarrillos. Los yihadistas tienen activos varios mercados de esclavas que se nutren de las jóvenes capturadas en las nuevas ofensivas.








En el segundo campo de refugiados más grande del mundo, Al Zaatari, situado en el norte de Jordania cerca de la frontera siria, hay cada vez más chicas jóvenes que se cubren totalmente con un velo, dejando a la vista solamente los ojos. Nadia, de 15 años, lo explica: “No me queda otra alternativa. Hay muchos abusos sexuales e intentos de violación y así me siento más protegida. Nadie se mete conmigo porque piensan que soy religiosa”.


Últimamente se multiplican las informaciones sobre la venta de niñas –preferentemente vírgenes– a potentados del golfo Pérsico que pagan a sus familias para casarse con ellas, un matrimonio que puede durar entre 24 horas y pocos meses. Una niña se puede casar, según la religión islámica, desde que tiene su primera regla. Un hombre lo puede hacer hasta con cuatro mujeres a la vez. Los hombres ricos de Arabia Saudí, Kuwait, Qatar y Omán se llevan con dinero a las mejores chicas, firman el “haket zawaj”, el contrato matrimonial ritual, para casarse con ellas a cambio de dinero. Luego las abandonan como perros. Algunos les pegan y siempre les recordarán que fueron ellos los que las salvaron del campo y mejoraron su situación. 








En el campo de refugiados de Al Zaatari, de repente suena el teléfono. Son los maridos que vienen a buscar a las chicas, a las que han tasado según su belleza y virginidad. Niñas obligadas a casarse con hombres que podrían ser sus abuelos y que, aunque han sobrevivido físicamente a la guerra civil, no por ello dejan de ser trágicas víctimas de la misma. “Lo hago porque mi familia necesita dinero para sobrevivir”, -dice una de ellas-“Además, yo soy una joven y quiero tener dinero. La decisión es mía, pero mi familia me apoya. Pero, sobre todo, lo haría porque para todos nosotros este dinero es algo de vida o muerte”.

Parece ser que siempre hay malas personas que se aprovechan de las desgracias ajenas. Desdichadamente, las mujeres son las que sufren la peor parte.





En la imagen  una niña siria de cuatro años levanta los brazos pensando que era apuntada con un arma y no con una cámara, por lo que se rinde. Esta imagen refleja ella sola toda la tragedia acumulada en los campos de refugiados