Por lo menos la mitad de las
personas desarraigadas son mujeres adultas y niñas. Sin contar con la
protección de sus hogares, sus gobiernos y en muchos casos de las estructuras
familiares tradicionales, las mujeres se encuentran con frecuencia en
situaciones de vulnerabilidad. Se enfrentan a los rigores de largas jornadas de
camino hacia el exilio, el acoso o la indiferencia oficial y con frecuencia al
abuso sexual, incluso una vez que han alcanzado un lugar aparentemente seguro.
Las mujeres no sólo deben
lidiar con estas amenazas personales y la consecuente estigmatización social
que muchas veces acarrea, sino que deben encargarse de la seguridad física, el
bienestar y la supervivencia de sus familias.
Las personas refugiadas escapan principalmente de Somalia,
Congo, Afganistán o Colombia, aunque en
los últimos cinco años han estallado o se han reactivado al menos otros 15
conflictos. Ocho de ellos, en África; tres en Oriente Próximo; tres en Asia, y
uno en Europa (Ucrania).
Las mujeres refugiadas que se
están llevando la peor parte son las mujeres de Irak y Siria. Hasta el punto de
que “Es una guerra que se está luchando sobre
el cuerpo de las mujeres". Las adolescentes secuestradas en Irak y en
Siria por los yihadistas del Estado Islámico (EI) están siendo vendidas como
esclavas en los mercados incluso a cambio de cigarrillos. Los yihadistas tienen
activos varios mercados de esclavas que se nutren de las jóvenes capturadas en
las nuevas ofensivas.
En el segundo campo de
refugiados más grande del mundo, Al Zaatari, situado en el norte de Jordania
cerca de la frontera siria, hay cada vez más chicas jóvenes que se cubren
totalmente con un velo, dejando a la vista solamente los ojos. Nadia, de 15
años, lo explica: “No me queda otra alternativa. Hay muchos abusos sexuales e
intentos de violación y así me siento más protegida. Nadie se mete conmigo
porque piensan que soy religiosa”.
Últimamente se multiplican
las informaciones sobre la venta de niñas –preferentemente vírgenes– a
potentados del golfo Pérsico que pagan a sus familias para casarse con ellas,
un matrimonio que puede durar entre 24 horas y pocos meses. Una niña se puede
casar, según la religión islámica, desde que tiene su primera regla. Un hombre
lo puede hacer hasta con cuatro mujeres a la vez. Los hombres ricos de Arabia
Saudí, Kuwait, Qatar y Omán se llevan con dinero a las mejores chicas, firman
el “haket zawaj”, el contrato matrimonial ritual, para casarse con ellas a
cambio de dinero. Luego las abandonan como perros. Algunos les pegan y siempre
les recordarán que fueron ellos los que las salvaron del campo y mejoraron su
situación.
En el campo de refugiados de
Al Zaatari, de repente suena el teléfono. Son los maridos que vienen a buscar a
las chicas, a las que han tasado según su belleza y virginidad. Niñas obligadas
a casarse con hombres que podrían ser sus abuelos y que, aunque han sobrevivido
físicamente a la guerra civil, no por ello dejan de ser trágicas víctimas de la
misma. “Lo hago porque mi familia necesita dinero para sobrevivir”, -dice una
de ellas-“Además, yo soy una joven y quiero tener dinero. La decisión es mía,
pero mi familia me apoya. Pero, sobre todo, lo haría porque para todos nosotros
este dinero es algo de vida o muerte”.
Parece ser que siempre hay
malas personas que se aprovechan de las desgracias ajenas. Desdichadamente, las
mujeres son las que sufren la peor parte.
En la imagen una niña siria de cuatro años levanta los
brazos pensando que era apuntada con un arma y no con una cámara, por lo que se
rinde. Esta imagen refleja ella sola toda la tragedia acumulada en los campos de refugiados