miércoles, 10 de junio de 2015

Ramika Khabari, rapera en Afganistán



Ramika Khabari tiene 19 años y es rapera en Afganistán, todo un desafío a las convenciones de una sociedad misógina de tan ultraconservadora. Su última canción, Doghtar afghan (chica afgana), denuncia la situación de las mujeres en este país que intenta salir adelante después de tres décadas largas de conflictos.” En la universidad y en mi barrio, tengo que cubrirme la cara para evitar los insultos”, confíesa



La mera idea de una rapera afgana rompe los esquemas del más abierto de mente en un lugar donde las mujeres se asocian con burkas, sumisión al hombre e historias de maltrato. Sin embargo, Ramika es también fruto de este Afganistán en transición, donde el 68% de la población tiene menos de 25 años y el derribo del régimen talibán en 2001 abrió las puertas al mundo.



Con el regreso de varios millones de refugiados, principalmente de Irán y Pakistán, han llegado también influencias, modas y costumbres que desde hace poco más de una década eran impensables. Sin embargo, Ramika y su familia permanecieron en Kabul durante los años de plomo del régimen talibán. “Fue una época muy dura, pero yo era una niña y los talibanes no se metían con los niños”, afirma la joven, que acude a la cita vestida con vaqueros, camiseta, cazadora y botas de motera. Una pashmina negra alrededor del cuello le permite cubrirse la cabeza, y la cara, cuando lo considera necesario.



Para cuando llegó a la adolescencia, en su país ya no estaban prohibidas ni la música, ni la televisión. Además, había irrumpido Internet. Fue online como Ramika, hija de maestros, la mediana de cinco hermanos y que soñaba con ser guitarrista, aprendió un inglés más que decente y descubrió el rap.



“Comencé a escribir un diario cuando estaba en la escuela; escribía sobre lo que nos pasaba a mí y a mis compañeras, cómo los chicos se metían con nosotras y nos insultaban a la salida de clase. No sabía que iba a ser rap”, cuenta cuando se sube al coche.



 “El principal problema para nosotras es la inseguridad. Debido a la falta de seguridad, las familias no dejan a sus hijas que salgan a estudiar o a trabajar”, manifiesta. Añade que también influye la falta de cultura, sobre todo en el mundo rural. Ella se siente afortunada. Sus padres aceptaron su decisión de estudiar música para “ser concertista profesional”. Lo que no esperaban es que se convirtiera en rapera. Pero descubrió que el ritmo sincopado de ese estilo era perfecto para “contar el dolor de las mujeres y de la juventud afganas”.



“Si hay una chica inteligente, los chicos presionan para que guarde silencio y no destaque”, manifiesta. Así que cuando una rapera australiana visitó la Facultad de Música de la Universidad de Kabul hace un par de años y preguntó por alguna alumna interesada en el rap, Ramika levantó la mano. Con su ayuda, surgió Best luck to the next generation of Afghanistan (suerte a la próxima generación de Afganistán), basada en el diario que escribía en la escuela.



“Empecé a rapear en una mezcla de inglés y dari [el dialecto afgano del persa], después pasé a cantar todo en dari, y ahora quiero hacerlo también en pastún porque muchos afganos son pastunes y quiero dirigirme a ellos en su propia lengua”, explica decidida a romper las barreras étnicas. Ella es tayika.



En Doghtar afghan habla de mujeres que “sufren palizas de sus maridos, hermanos o padres, e incluso en algunos casos les han llegado a cortar la nariz, simplemente por contrariarles”.



“He escrito muchas canciones, pero solo he interpretado cinco en público, siempre en conciertos en directo, no he podido grabar. Espero ayuda para hacerlo”, declara.



Al principio, sus padres no le permitían que mostrara la cara y saliera en televisión. Por eso, aunque empezaron a la vez, la primera rapera afgana conocida fue Soosan Firooz, cuyas rimas hablaban de las penurias de los refugiados. Con la marcha de Soosan a India, Ramika se ha convertido en la única rapera de Afganistán.



Aunque dice que no ha recibido amenazas, sus compañeros de clase la insultan y se siente obligada a ocultar el rostro detrás de un velo. “No tengo ningún amigo en la facultad”, lamenta, “solo dos amigas”. Apenas son media docena de alumnas en todos los cursos.



 “Tenemos hombres que apoyan a las mujeres para que consigan sus derechos”.¿Y qué haría ella si fuera presidente? “Organizaría cursos para todos los hombres afganos sobre cómo tratar a las mujeres. Porque piensan que no podemos hacer nada, que somos débiles, que no podemos competir con los chicos ni tener cargos de responsabilidad. Luchando no es posible cambiar sus opiniones, hay que educarles para evitar las cosas que están ocurriendo en Afganistán”


 Ángeles Espinosa