Ramika Khabari tiene 19 años y es rapera en Afganistán, todo
un desafío a las convenciones de una sociedad misógina de tan
ultraconservadora. Su última canción, Doghtar afghan (chica afgana), denuncia
la situación de las mujeres en este país que intenta salir adelante después de
tres décadas largas de conflictos.” En la universidad y en mi barrio, tengo que
cubrirme la cara para evitar los insultos”, confíesa
La mera idea de una rapera afgana rompe los esquemas del más
abierto de mente en un lugar donde las mujeres se asocian con burkas, sumisión
al hombre e historias de maltrato. Sin embargo, Ramika es también fruto de este
Afganistán en transición, donde el 68% de la población tiene menos de 25 años y
el derribo del régimen talibán en 2001 abrió las puertas al mundo.
Con el regreso de varios millones de refugiados,
principalmente de Irán y Pakistán, han llegado también influencias, modas y
costumbres que desde hace poco más de una década eran impensables. Sin embargo,
Ramika y su familia permanecieron en Kabul durante los años de plomo del
régimen talibán. “Fue una época muy dura, pero yo era una niña y los talibanes
no se metían con los niños”, afirma la joven, que acude a la cita vestida con
vaqueros, camiseta, cazadora y botas de motera. Una pashmina negra alrededor
del cuello le permite cubrirse la cabeza, y la cara, cuando lo considera
necesario.
Para cuando llegó a la adolescencia, en su país ya no
estaban prohibidas ni la música, ni la televisión. Además, había irrumpido
Internet. Fue online como Ramika, hija de maestros, la mediana de cinco
hermanos y que soñaba con ser guitarrista, aprendió un inglés más que decente y
descubrió el rap.
“Comencé a escribir un diario cuando estaba en la escuela;
escribía sobre lo que nos pasaba a mí y a mis compañeras, cómo los chicos se
metían con nosotras y nos insultaban a la salida de clase. No sabía que iba a
ser rap”, cuenta cuando se sube al coche.
“El principal
problema para nosotras es la inseguridad. Debido a la falta de seguridad, las
familias no dejan a sus hijas que salgan a estudiar o a trabajar”, manifiesta.
Añade que también influye la falta de cultura, sobre todo en el mundo rural.
Ella se siente afortunada. Sus padres aceptaron su decisión de estudiar música
para “ser concertista profesional”. Lo que no esperaban es que se convirtiera
en rapera. Pero descubrió que el ritmo sincopado de ese estilo era perfecto
para “contar el dolor de las mujeres y de la juventud afganas”.
“Si hay una chica inteligente, los chicos presionan para que
guarde silencio y no destaque”, manifiesta. Así que cuando una rapera
australiana visitó la Facultad de Música de la Universidad de Kabul hace un par
de años y preguntó por alguna alumna interesada en el rap, Ramika levantó la
mano. Con su ayuda, surgió Best luck to the next generation of Afghanistan
(suerte a la próxima generación de Afganistán), basada en el diario que
escribía en la escuela.
“Empecé a rapear en una mezcla de inglés y dari [el dialecto
afgano del persa], después pasé a cantar todo en dari, y ahora quiero hacerlo
también en pastún porque muchos afganos son pastunes y quiero dirigirme a ellos
en su propia lengua”, explica decidida a romper las barreras étnicas. Ella es
tayika.
En Doghtar afghan habla de mujeres que “sufren palizas de
sus maridos, hermanos o padres, e incluso en algunos casos les han llegado a
cortar la nariz, simplemente por contrariarles”.
“He escrito muchas canciones, pero solo he interpretado cinco
en público, siempre en conciertos en directo, no he podido grabar. Espero ayuda
para hacerlo”, declara.
Al principio, sus padres no le permitían que mostrara la
cara y saliera en televisión. Por eso, aunque empezaron a la vez, la primera
rapera afgana conocida fue Soosan Firooz, cuyas rimas hablaban de las penurias
de los refugiados. Con la marcha de Soosan a India, Ramika se ha convertido en
la única rapera de Afganistán.
Aunque dice que no ha recibido amenazas, sus compañeros de
clase la insultan y se siente obligada a ocultar el rostro detrás de un velo.
“No tengo ningún amigo en la facultad”, lamenta, “solo dos amigas”. Apenas son
media docena de alumnas en todos los cursos.
“Tenemos hombres que
apoyan a las mujeres para que consigan sus derechos”.¿Y qué haría ella si fuera presidente? “Organizaría cursos
para todos los hombres afganos sobre cómo tratar a las mujeres. Porque piensan
que no podemos hacer nada, que somos débiles, que no podemos competir con los
chicos ni tener cargos de responsabilidad. Luchando no es posible cambiar sus
opiniones, hay que educarles para evitar las cosas que están ocurriendo en Afganistán”
Ángeles Espinosa