Francisca
de Pedraza, una mujer que en 1624 peleó hasta conseguir la primera sentencia de
divorcio y orden de alejamiento de la historia.
La
historia de nuestra protagonista, Francisca de Pedraza, puede ser similar a la
que podría haber vivido cualquier mujer en Castilla o en otro lugar de aquella
Europa de finales del siglo XVI y principios del XVII. Se trata de una historia
escrita en letras de discriminación y sometimiento, por cuanto el tradicional
papel de la mujer era el de un ser secundario y sometido al varón. Así, con
escasas excepciones, su rol, dentro de un mundo construido por hombres y para
hombres, no era otro que el del matrimonio o el convento. Sin duda alguna, la
primera etapa de aquel calvario comenzaba en el seno de la propia familia, en donde
las hijas quedaban bajo la tutela del padre, desempeñando un papel siempre al
servicio del mismo. Tras esos primeros años, el matrimonio –en muchas ocasiones
pactado entre familias- suponía la salida de la adolescente del seno familiar,
para pasar a depender de su marido, al cual en innumerables ocasiones conocía
el mismo día de la ceremonia nupcial.
Nuestra
protagonista, Francisca de Pedraza, pronto quedará huérfana de padres, por cuyo
motivo fue educada por las monjas complutenses, en un ámbito en donde los rezos
y la formación en el servicio y la austeridad fueron, con seguridad, su día a
día, pasando de este modo su infancia e inicio de adolescencia en un ambiente
conventual.
En
un momento dado vino a contraer matrimonio, en el pleno convencimiento de que
al lado de aquel hombre podría desarrollarse como mujer, como esposa y como
madre. Nada más lejos de la realidad, ya que el matrimonio con Jerónimo de
Jaras, su marido, vino a demostrar, una vez más, cuan cruel era la vida de las
mujeres. Para ella todavía habría de ser más dura si cabe, ya que no tardaría
en recibir sus primeras palizas. Golpes, palos y otra serie de crueles malos
tratos fueron el eje vertebrador de aquel matrimonio a lo largo del
tiempo, todos ellos recibidos por esta mujer con la mayor expresión de
violencia, pero también de impunidad de su agresor y marido.
Pero
su maltratador se excedió más de lo soportable. Francisca de Pedraza, tras años
de malos tratos, decidió cierto día poner fin a su suplicio, por más que se
tratara de una medida poco usual. En este sentido, lo natural habría sido el
suicidio o la huida; pero ella intentó acabar con todo ello acudiendo a la
justicia, primero a la ordinaria, luego a la eclesiástica y, finalmente y de
manera inaudita, a la universitaria. Ante todas ellas, desprovista de su
intimidad, de su jubón, mostró las múltiples muestras que la crueldad de su
marido había dejado en su rostro y cuerpo. Eran las muestras que la mano
agresora de un monstruo plasmaba en su cuerpo de mujer. Sabía que era una mujer
frente a un mundo, un mundo creado por los hombres, de los hombres y para los
hombres, pero ella estaba dispuesta a presentar la batalla.
Resulta
curioso ver que las reiteradas demandas presentadas ante la jurisdicción
eclesiástica, que tenía la competencia sobre asuntos de esta naturaleza,
siempre terminaban con una lacónica condena al marido a que fuese “… Bueno,
honesto y considerado con la demandante, y no le haga semejantes malos
tratamientos como se dice que le hace…”. Unas sentencias que obligaban a
nuestra protagonista a convivir con su marido maltratador. En cierto modo eran
sentencias que le condenaban a muerte, o cuando menos a pervivir en esa
situación de dolor, de pérdida de cualquier atisbo de dignidad, de mujer, de
madre.
Un día, cuando le pedía a Dios que se la llevase de este mundo, tuvo el coraje de solicitar y conseguir una cédula del nuncio del Papa en España, para que llevase su pleito a otra jurisdicción. Ella eligió la universitaria, entendiendo que en la universidad habría de conseguir justicia. Fue en la corte de justicia de la Universidad de Alcalá en donde vino a celebrarse el pleito de divorcio. Francisca de Pedraza, mujer y madre, contra su maltratador. Al frente del tribunal una de las personalidades más ilustres de esa histórica Universidad: Álvaro de Ayala, el primer rector graduado en ambos derechos, canónico y privado.
En
apenas unos meses, en ese año 1624, Ayala firmaba su sentencia: se hacía el
divorcio, obligando además a la devolución de la dote. Por si todo ello no
fuese suficiente, introducía en su sentencia una orden de alejamiento contra
Jerónimo de Jaras “… y prohibimos y mandamos al dicho Jerónimo de Jaras no
inquiete ni moleste a la dicha Francisca de Pedraza… por sí ni por sus
parientes ni por otra interpósita persona”. Se había hecho justicia.
Una historia real que ahora, cuatrocientos
años más tarde, te relatamos como si fuesen transmitidos por su propia
protagonista. Rendimos con él un homenaje expreso a todas las Franciscas de
Pedraza que ha habido a lo largo de toda la historia de la humanidad, unas
desgraciadamente calladas por el golpe de sus agresores, otras como esta, con
un coraje y fortalezas dignos de elogio. De ahí el nombre del libro, Una
alcalaína frente a un mundo, porque nuestra protagonista vino a enfrentarse
a un mundo de discriminación… y acabó venciéndolo.
Texto:Ignacio Ruiz Rodríguez, catedrático de Historia del Derecho y de
las Instituciones, es autor de Una alcalaína frente a un mundo. El divorcio
de Francisca de Pedraza.
(*)El Premio Francisca de Pedraza contra la violencia de género
ha sido creado premio inspirándose en Francisca de Pedraza por La Asociación de
Mujeres Progresistas de Alcalá de Henares