sábado, 17 de octubre de 2015

Feminización de la pobreza: la pobreza en el mundo tiene “rostro de mujer”



De las personas que viven en situación de pobreza, cuyo total se estima en 1.700 millones, más del 70% son mujeres. Este dato constituye, en sí mismo, prueba irrefutable de que la pobreza en el mundo tiene “rostro de mujer”, fenómeno que está ampliamente documentado tanto para los países del Sur como para los industrializados (PNUD, 1995, pp. 43). El concepto feminización de la pobreza alude a este hecho, pero también a otros tres más:



a) El crecimiento de la proporción de mujeres entre la población pobre: la feminización de la pobreza es un proceso –no simplemente un estado de cosas en una coyuntura histórica particular– y existe una tendencia a que la representación desproporcionada de las mujeres entre los pobres aumente progresivamente.

b) El sesgo de género de las causas de la pobreza: mujeres y hombres tienen roles (ver género, roles de) y posiciones diferentes en la sociedad, y la distinta incidencia de la pobreza en ambos es un resultado inevitable de este hecho.

c) La mayor exposición de las mujeres a la pobreza, debido a los mayores niveles de inseguridad, precariedad y vulnerabilidad que sufren por su posición subordinada a los hombres en el sistema de relaciones de género.







El concepto posición de ruptura (breakdown position) utilizado por Amartya Sen (1990) para explicar las desigualdades entre los géneros, es un instrumento valioso para entender el riesgo de pobreza en las mujeres: cuando se produce una quiebra en las relaciones que mantienen unidos a los miembros de una unidad doméstica, las posiciones de cada uno de ellos pueden variar considerablemente; por lo general, una ruptura en la familia o en la pareja deja a las mujeres con menores capacidades, experiencia y conexiones con el mercado laboral (debido a su especialización en el cuidado infantil y las labores domésticas), y en consecuencia con menores capacidades que los hombres para ganar dinero; también están más limitadas en cuanto a su tiempo y autonomía, pues se espera que ellas sigan haciéndose cargo de los hijos e hijas.






La mayor vulnerabilidad de las mujeres a los procesos de empobrecimiento viene determinada por las condiciones adversas en que ellas acceden al mercado de trabajo, su extensa dedicación a tareas no remuneradas, sus déficits de alimentación, educación y atención sanitaria, y su menor dotación de activos económicos, sociales y culturales en comparación con los hombres. Además, desde comienzos de los años 80, las políticas de estabilización y los programas de ajuste estructural  aplicadas en la mayoría de los países del Sur han impactado negativamente en los sectores femeninos de menores recursos, agudizando tanto su riesgo de empobrecimiento como las desigualdades entre los géneros.




 Cuatro son los escenarios en que los efectos de la reforma económica neoliberal se han hecho sentir más agudamente, en términos de la feminización de la pobreza:

a) En el ámbito de la reproducción. Como consecuencia del menor acceso familiar a los bienes y servicios del mercado, las mujeres han visto aumentar de manera notable su tiempo de dedicación al trabajo no remunerado, tanto en el cuidado del hogar y las criaturas como en el llamado trabajo de parentesco (actividades tendentes a mantener fuertes vínculos de solidaridad entre los miembros de la familia extendida) y en la gestión comunitaria de servicios. Surgen interrogantes acerca de la probabilidad de que la inversión que las mujeres hacen de su tiempo y energías en el trabajo familiar y vecinal no remunerado les sea retribuido en forma de sostén y asistencia en épocas de necesidad .



b) En el trabajo remunerado. El acceso de las mujeres a las oportunidades económicas ha empeorado durante las últimas dos décadas: las mujeres urbanas han visto restringido su acceso a los recursos financieros –al estar empleadas en los sectores más afectados por la reducción del gasto público: educación, salud y administración pública– y ha aumentado en un 50% la cantidad de campesinas que viven en la pobreza absoluta (PNUD, 1995, p. 43). Por otro lado, la inversión en capital humano sigue manteniendo un sesgo desfavorable para las mujeres y las niñas, en tanto el mayor desempleo femenino y su creciente presencia en el sector informal generan fuertes disparidades entre los sexos en lo que se refiere a la disposición de activos económicos.





c) En la dotación de capital social o activos sociales (vínculos sociales del individuo que le facilitan el acceso a ingresos, bienes y servicios), así como de activos culturales (educación formal y conocimientos culturales que permiten a una persona desenvolverse satisfactoriamente en su entorno). Siendo evidente que mujeres y hombres poseen diferentes carteras de activos, la reforma económica ha deteriorado en mayor medida los recursos de las mujeres orientados a cubrir necesidades vinculadas al cuidado de la prole y los trabajos domésticos.




d) En las políticas gubernamentales. Es evidente que los recortes en los gastos sociales –característicos de los programas de ajuste estructural– han mermado el acceso de las mujeres a los servicios básicos necesarios para desempeñar sus funciones de producción y reproducción social, lo que les ha impuesto mayores cargas de trabajo y privaciones que a los hombres.

La medición de la pobreza es complicada y demanda una sofisticada recolección de datos, pero, además, cuando se pretende medir la feminización de la pobreza, surge un problema adicional relacionado con la invisibilidad de las mujeres y la naturalización de sus funciones reproductoras. Casi todos los estudios sobre pobreza consideran el hogar como unidad básica de análisis y presuponen que existe una única función de bienestar aplicable a todos los miembros del mismo, pero las investigaciones sobre la distribución intrafamiliar de recursos e ingresos muestran que este presupuesto es insostenible. Efectivamente, aunque las reglas que rigen tal distribución varían notablemente según las culturas, el integrante de un hogar puede ser más pobre que otro en muchos sentidos: él o ella recibe menos para comer, obtiene menor atención en salud y educación, usa vestimenta más pobre, goza de menos tiempo libre o tiene menos control sobre las compras que se efectúan con los ingresos reunidos por el grupo familiar.






A pesar de que los Informes sobre Desarrollo Humano del PNUD –en sus aspectos relativos a los diferentes niveles de acceso al alimento, educación, salud y recreación por parte de niños y niñas– han mostrado de manera exhaustiva que no existe justicia distributiva dentro de los hogares en buena parte del mundo, el hogar sigue siendo la unidad de análisis económico. El resultado es que los sistemas predominantes de recolección estadística encubren las desigualdades económicas entre mujeres y hombres, y dificultan la medición del grado de feminización de la pobreza en muchos países.


Bibliografía
•Anderson, J. (1994), La feminización de la pobreza en América Latina, Entre Mujeres, Lima.
•Pearce, D. (1978), "The Feminization of Poverty: Women, Work, and Welfare", Urban and Social Change Review 11.
•Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) (1995), Informe sobre Desarrollo Humano, Nueva York.
•Sen, A. (1990), "Gender and Cooperative Conflicts", en Tinker, I. (ed.), Persistent Inequalities. Women and World Development, University Press, Oxford.

Texto: Clara Murguialday

La pobreza con rostro de mujer https://www.youtube.com/watch?v=zYe5YkPOw6o