lunes, 23 de noviembre de 2015

Siempre hay que valorar cuantas espinas tienen las rosas que te ofrecen







La realidad es que las agresiones físicas no suelen producirse al principio de la relación de pareja, sino que antes hay un proceso lento pero continuo de maltrato psicológico. A veces ni siquiera se da el salto a la violencia física; no porque el maltrato sea más ligero en estos casos, sino porque las conductas más burdas y obvias solo son necesarias cuando las formas más sutiles no funcionan, para conseguir el objetivo principal de éste tipo de violencia: conseguir la disponibilidad absoluta de la mujer para satisfacer las necesidades del hombre, a costa de la anulación personal de ella.








Cuando hablamos de violencia de género, no estamos pensando en hombres agresivos en cualquier ámbito de su vida. Por el contrario, se ha comprobado que la mayoría de los hombres maltratadores pueden ser personas más o menos habilidosas para manejar su ira en el ámbito público y en cambio, se permiten descargar selectivamente el estrés cotidiano acumulado dentro del hogar, principalmente sobre su pareja, simplemente por sentirse con ese derecho implícito y heredado culturalmente sobre su mujer.

Los hombres violentos simplemente han aprendido muy bien que para ser valorados como auténticamente masculinos, tienen que dominar y tener el control en la relación de pareja, y que pueden resolver los conflictos con violencia; y las mujeres “maltratadas” han captado a la perfección que una mujer tiene más valor en la sociedad cuanto más femenina sea, y esto implica realizarse a través de la familia, aguantar la pareja que te toque y responsabilizarte de la armonía conyugal aunque sea a costa de tu sacrificio personal.





Esto quiere decir, aunque nos cueste aceptarlo, que CUALQUIER MUJER puede llegar a vivir una relación de maltrato por el simple hecho de serlo; porque ser mujer implica ser educada o socializada para cumplir unas funciones dentro del “rol de género femenino”.

Desde muy pequeñitas vamos aprendiendo lo que es ser “niña” en nuestra cultura, a través de la imitación principalmente de la madre, y por medio de premios o “refuerzos” respecto a las conductas “correctas”, y castigos para las conductas “incorrectas”. Las conductas premiadas tienen que ver principalmente con el desarrollo de cualidades asociadas al género femenino; es decir, con ser obedientes, dulces, dependientes, complacientes, pasivas, y con la represión de la expresión de la ira. En cambio, se castiga todo lo que no coincide con el significado de ser niña, principalmente los comportamientos de independencia, egoísmo y agresividad. La forma más poderosa de conseguir que las niñas/os tiendan hacia las conductas adecuadas socialmente es dar o quitar el afecto; y en el caso de las niñas es muy eficaz, porque primero nos educan para ser dependientes, y luego juegan con la posibilidad de quitarnos su cariño si no nos portamos como los adultos quieren.





  

Desde muy pronto aprendemos bien que debemos ser “buenas” para que nos quieran; y para conseguirlo tenemos que buscar la aprobación de los que nos sobreprotegen; lo cual nos va a impedir, a medida que llegamos a la etapa adulta, sentirnos seguras, porque no hemos desarrollado la capacidad para ser autónomas, (sobretodo emocionalmente) lo cual es imprescindible para querernos y respetarnos a nosotras mismas; en definitiva para tener una sólida autoestima.





Además, seguimos creciendo con un modelo de amor romántico en la cabeza en el que fantaseamos con nuestro “príncipe azul”; y ya se sabe que detrás de un sapo “repugnante” (con perdón para los sapos) siempre hay un hombre “encantado” que sufre y que espera ser rescatado a través de nuestra fe y nuestro sacrificio.

Así, cuando nos emparejamos, nos solemos tirar a la piscina en plena fase de enamoramiento, entregándonos emocionalmente sin reservas, antes de darnos tiempo a conocer realmente cómo es él. En este viaje emocional llevamos la maleta cargada de mensajes grabados a fuego, como “sacrificio por amor”, “perdonar todo por amor”, “el amor verdadero incluye sufrimiento”...


 

Cómo es lógico, todo el mundo intenta ofrecer su mejor imagen al comenzar una relación amorosa; y esto incluye muy especialmente a los hombres violentos, los cuales tienen mucho más que esconder que los demás. Este es otro ejemplo de que no tienen porqué ser personas con problemas de autocontrol emocional, ya que suele abundar el hombre seductor y caballeroso dentro de este colectivo.


Nos pueden hacer sentirnos tan bien al principio, como “reinas”, que proyectamos esa sensación de bienestar sobre su personalidad (“es maravilloso”); y no nos damos cuenta de que su objetivo es crear una atmósfera de falsa intimidad en la relación, para llegar cuanto antes a una situación de compromiso en la cual se sientan más seguros de mostrar su cara real, sin riesgo de que salgamos huyendo.

Es muy habitual que esto no suceda hasta el principio de la convivencia en pareja, aunque antes ya se ha podido dar algún episodio aislado de agresividad. Entonces, nuestra cabeza busca una explicación para hallar una coherencia entre “lo que creo” y “lo que ha ocurrido”. 



 El problema es que no existe esa explicación coherente objetiva, y entonces, como no podemos negar esa situación desagradable, elegimos la explicación más acorde con nuestra estructura mental y con nuestro deseo: “él no es así, todos tenemos un mal momento”. Distorsionamos la realidad, llegando a auto engañarnos y a iniciar un proceso de anulación de nuestro sentido crítico y nuestra capacidad de autoprotección, ya muy maltrechos de por sí por nuestra socialización como mujeres.



Él empieza a percibir que le estamos dando permiso para repetir ese comportamiento al no ponerle ningún límite a su abuso; le estamos empezando a justificar que puede tener razones para ser violento si él lo considera necesario, a tratarnos sin respeto.


Entonces nos cuestionamos si habremos hecho algo para provocarle, porque no nos cabe en la cabeza, que alguien tan maravilloso pueda tener un comportamiento tan mezquino. Aquí puede manifestarse una tendencia a la autoculpabilización, que luego se va a ver reforzada por él, cuando te atrevas a pedirle alguna responsabilidad en sus acciones.






Cuando el miedo a sentirnos abandonadas emocionalmente por nuestra pareja se dispara, podemos llegar a hacer cualquier cosa, incluso a justificar una conducta violenta. Dentro de ésta dinámica, solo nos queda la opción de culpabilizarnos por lo que ha ocurrido, e intentar ser más “buenas” la próxima vez.

Así, poco a poco vamos acostumbrándonos a vivir en un ambiente caótico, en el cual llegamos a “normalizar” una relación agresiva; porque a pesar de los momentos violentos, él también se comporta de manera agradable y amorosa de vez en cuando; y ésta oscilación, y la sensación de que si tienes paciencia te mostrará esa faceta tan maravillosa que te enamoró al principio, es uno de los mayores refuerzos que nos pueden mantener en la relación. Incluso cuando tienes momentos de lucidez en los cuales te sientes desfallecer, con la autoestima ya por los suelos; él te va a expresar de alguna manera el conjuro mágico “te necesito y no puedo vivir sin ti”, acertando de pleno en el corazón de nuestra autoestima femenina, construida para realizarnos a través de dar y de priorizar las necesidades de los demás a las nuestras.

Esta es la manera en la que cualquier mujer puede iniciar una relación destructiva; nos han maleducado para renunciar a nuestro derecho a ser bien tratadas, a ser respetadas como personas. Porque venimos de una trayectoria histórico-cultural en la cual a las mujeres nos han “programado” psicológicamente para soportarlas.

Afortunadamente, las relaciones de pareja van evolucionando poco a poco, y cada vez hay más tendencia a buscar formas de comunicación más equilibradas; pero eso solo ocurre entre personas que apuestan por un cambio personal y que deciden asumir la responsabilidad de construir sus relaciones rompiendo los roles de género aprendidos desde la infancia.


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