Leonor
Martínez Baroja (Cenicero, España 1926).Fotógrafa hispano-argentina.
Leonor
emigró con su madre y su hermana a Argentina con solo tres años, siguiendo los
pasos de un padre que pocas veces se ganó tal apelativo.
Aprendió
a leer de muy chica con las "letras grandes" de La Nación, los pocos
ratos que su madre, sirvienta, les podía dedicar.
En
el 36, al inicio de la Guerra Civil, volvió en un barco de vuelta a España,
donde se crió con sus abuelos y con sus tíos, "que siempre estaban en el
campo". No fue al colegio.
Andurreaba
por las calles del pueblo y por la noche leía la revista de toros a su abuela.
"Se pasaba mucha hambre". Si podía, robaba huevos y conejos. "Yo
me hice una machorra, las niñas conmigo no querían ni jugar", recuerda
mientras saca una fotografía donde se la ve con "el único juguete"
que tuvo en su vida, un barrilete de hojalata.
Pasó
cuatro años en dos conventos de la Rioja y a los 15 años su madre le reclamó
desde Argentina.
Viajó
desde Galicia con una maleta de cartón y una botella de rope. "Lo único
que me dieron". Llegó hecha una "salvaje". "Es que en el
pueblo nadie se bañaba".
A los
pocos días, su madre le buscó un trabajo de interna en Buenos Aires. "Eran
70 pesos, una plata, pero yo le dije que quería ser artista". Su madre le
arreó una paliza que la tuvo tres meses en el hospital. "Me dio con un
zapato en la espina dorsal".
Se
escapó. Fue hilando trabajo tras trabajo. De niñera, cuidando a enfermos, en un
taller de costura, en una fábrica de textil...
Se
apuntó al partido, al Comunista, claro. Allí conoció a su marido, con el que
años más tarde tendría dos hijas y adoptaría su apellido, Marsicano.
Repartía
folletos por las calles en plena dictadura peronista. Precisamente la propia
fábrica donde trabajaba fue en una en la que se iniciaron las huelgas contra el
peronismo.
Un
día vio a una chica retocar fotografías y aquello le gustó. Un compañero del
partido le dio la dirección de Anatole
Saderman , un reconocido fotógrafo, experto retratista. Se convirtió en su
ayudante. De él aprendió que "la cultura profunda debe ser sin ostentación
y a ser una persona decente con lo que haces".
Por
entonces empezó a leer de política, de historia, "empecé a enterarme del
porqué de las guerras. Era hermoso, me apasionaba".
Con
sus primeros ahorros se compró una Rolleiflex, que todavía guarda en otra
maleta, con otras cuatro cámaras de época, entre ellas una Hasselblad.
"Sacaba fotos del barrio". Le encantaban las pintadas de protesta:
"Había una que decía 'El que afloja, pierde'; son muy ingeniosos los
argentinos".
Iba
a los talleres de pintores y escritores y les retrataba. A cambio, recibía un
cuadro, un dibujo.
Seguía
acudiendo a las manifestaciones del partido. Contra los peronistas. Contra
Videla. "Me escondía la cámara debajo del poncho y hasta los policías me ayudaban
a pasar la barrera". Hacía fotos aquí y allá. "Lo que más me gustaba
era la crónica, el personaje con el suceso, la calle, y los retratos,
claro". Pocas veces cobraba. Era su afición pasional. Su marido le
construyó con maderos un laboratorio en el patio de la casa. Dos días a la
semana revelaba. "Casi no tenía tiempo, me dedicaba cuando acostaba a las
niñas".
En
Banfield, el barrio donde vivía, colocó su marido un escaparate en la estación
con su trabajo. La gente le llamaba para que le hiciera fotos.
Siguió
pasando la vida con su cámara al hombro. Ya de mayor fue a la escuela. Qué
ironía:"Yo, que ya había leído a Marx".
Hace
unos años volvió a España para quedarse. Su único patrimonio, sus fotos. Antes,
en un último intento por salvar su legado, acudió a la Secretaría de Cultura de
Argentina. "Me dijeron que mis fotografías no representaban al país".
¿Y no habla con sus hijas? "No, no, me apartaron de mis nietos; me
invitaban y yo hablaba de política, y dejaron de invitarme... ellos están muy
alto en el peronismo... ya me acostumbré".
Cientos
de fotografías, negativos y diapositivas retratando casi medio siglo de
Argentina. Las protestas antiperonistas. Los grafitis de las calles. Las gentes
y los mercados de San Telmo o el Barrio Sur, "al que cantaba Borges, donde
nació Buenos Aires". Las Madres de la Plaza de Mayo, en cuya primera
manifestación ya estuvo ella. También hay muchos retratos, a artistas e
intelectuales de la época. A Ernesto Sábato, a los pintores Carlos Alonso, Juan
Carlos Castagnino o Raquel Forner -"Me decía que la única que la podía
fotografiar era yo"- o al fotógrafo Anatole Saderman, un maestro del
retrato, su maestro. "Estuve 10 años con él, me enseñó todo".
"No
me interesa fotografiar hombres que no luchan, un hombre que ha bajado los
brazos no me interesa"
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