La
Historia destaca el papel de genios como Da Vinci en los grandes avances
médicos del Renacimiento, otra era de pandemias. Sin embargo, la crucial
aportación de las mujeres a la revolución ha quedado relegada hasta ahora. Un
nuevo ensayo recuerda su historia
Hospitales
rebosantes de camas, pacientes alejados de su familia, profesionales
contagiados de un mal que apenas conocen. Durante la pandemia hemos visto
imágenes difíciles de aceptar, pero que nos acercan a una visión de la labor
sanitaria tan real como la vida misma. La historia de la Medicina está repleta
de hogares para leprosos y denodados esfuerzos para ofrecer consuelo, de
pócimas sin garantía y remedios improvisados. De cuerpos, sábanas, olores. Y
también de mujeres anónimas, que no escribían tratados, pero eran las primeras
en remangarse para hacer frente a la enfermedad.
Sharon
T. Strocchia, prestigiosa historiadora de la Medicina y catedrática en la
Universidad de Emory, considera importante «redefinir lo que cuenta como
trabajo médico». De ahí que reivindique lo que ella denomina «trabajo del
cuerpo», donde engloba el conjunto de cuidados y actividades sanitarias del
que, tradicionalmente, se han encargado las mujeres. Su argumento es que el
conocimiento no está sólo en los libros y laboratorios, sino también en las
experiencias cotidianas de los trabajan en primera línea.
Su
último libro, Sanadoras olvidadas (Yale University Press), publicado en plena
crisis sanitaria, analiza la importancia de distintos grupos de mujeres en el
desarrollo de la Medicina moderna en la Italia del Renacimiento. Desde las
cuidadoras del príncipe hasta las voluntarias de los hospitales para
incurables, pasando por las amas de casa o las monjas farmacéuticas, la labor
que realizaban ha sido tradicionalmente «ignorada y minusvalorada». Pero no se trataba
sólo de «caridad» o «trabajo para mujeres», sino tque también desarrollaron
«verdaderas capacidades como sanadoras», las cuales han de inscribirse «en la
cultura de la experimentación del Renacimiento», advierte Strocchia.
Los
legajos olvidados que ha rescatado de conventos y viejos archivos ofrecen una
visión renovada de la Italia renacentista, crucial para la ciencia y la
medicina moderna fue decisiva. Es posible que su expresión más icónica sea la
disección de cadáveres que llevó a cabo, entre otros, Leonardo da Vinci. Pero
el trabajo de Strocchia se aleja de la figura del genio solitario para
sumergirse en las redes sociales de las urbes renacentistas, que permitían a
las mujeres compartir tácticas y remedios en un tiempo en que las crisis sanitarias
eran la norma. «En vez de centrarme en desarrollos en la medicina académica,
como la anatomía o la disección, he destacado la experiencia vivida de la
enfermedad en las calles y las actividades de las sanadoras de primera línea,
en los hogares y los hospitales», afirma.
En
Florencia, las «monjas apotecarias» eran parte esencial de la cultura
sanitaria. La elaboración de remedios, realizada en el propio convento, no sólo
requería conocer al dedillo los tratados teóricos, sino también un sinfín de
adaptaciones prácticas, que algunas religiosas perfeccionaban durante toda su
vida y transmitían a las novicias más capaces. Las monjas fueron, incluso,
«innovadoras comerciales, que respondían con rapidez a las tendencias del
mercado, en parte porque estaban menos atadas a equipamientos costosos y
espacios dedicados al trabajo que los productores masculinos».
La
destreza manual y la imaginación eran igualmente importantes, junto al aguante
necesario para soportar los fétidos olores que desprendían las elaboraciones.
Acostumbrarse
al hedor era la primera prueba a la que se enfrentaban las cuidadoras de los
hospitales para incurables, que proliferaban durante las plagas. La actual
pandemia ha demostrado la importancia de esta clase de trabajo, que Strocchia
ha rastreado en todas las clases sociales del Renacimiento italiano.
¿Anticiparon las mujeres de aquel tiempo nuestra actual sanidad universal?
«Ciertamente, la clase de conocimientos que los estados nación modernos
intentan integrar en un currículo académico tuvo sus raíces prácticas en los
cuidados cotidianos que las mujeres aprendieron mediante práctica», explica la
investigadora.
Pero
Strocchia va más allá: «Podría incluso argumentarse que la mayoría de las
mujeres del Renacimiento poseían una paleta más amplia de destrezas sanadoras y
conocimiento del cuerpo de la que tenemos hoy». La afirmación parece
sorprendente, aunque no tanto si recordamos que, durante siglos, las mujeres
fueron lo más parecido que había a un servicio de Urgencias: «Dado que la
medicina en el hogar era la primera solución para la mayoría de europeos hasta
el siglo XIX, las madres, hermanas e hijas aprendían a preparar remedios
básicos, curar heridas, diagnosticar enfermedades comunes, realizar cirugías
menores, y otras tareas».
Un
esfuerzo que, lejos de reconocerse como una labor sanitaria, «profundizó en la
asociación de las mujeres con las funciones corporales básicas, como los
excrementos, o síntomas repugnantes, como las úlceras malolientes», dice
Strocchia. Un buen ejemplo de esas «jerarquías» lo encontramos en la
enfermería, que en los siglos XVI y XVII aún se creía ligada a los «instintos»
femeninos. «Pero, como sabemos, la enfermería requiere de un amplio conjunto de
habilidades, buen juicio y capacidades de observación, además de compasión por
los enfermos»
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