Marcela y Elisa fueron
pioneras. Su historia refleja la
invisibilidad de las lesbianas durante siglos. Ese matrimonio fue una especie
de continuación de los acontecimientos reivindicativos de las mujeres en Boston
a finales del siglo XIX. Aunque la boda no fue un acto de rebeldía, sino una
continuación con los patrones de la época. Casarse en una iglesia significaba
estar en sociedad. Ser normales. A
comienzos del siglo XX, dos maestras de escuela
se enamoraron. La convivencia durante años de las dos mujeres fue
respetada por los vecinos, no se sabe bien si por desconocimiento de que
existía una relación más estrecha entre ambas o por una transigencia poco
acorde con el espíritu represor de la época con las conductas homosexuales.
Todo cambió en 1901 cuando Elisa, decidió masculinizar su aspecto,
probablemente con el fin de dar un baño de oficialidad a su amor y su relación.
Se cortó el pelo y empezó a usar trajes de chaqueta y a fumar. Para casarse,
tenía que estar bautizado como hombre, así que se presentó ante un cura para
convertirse al cristianismo. El cura ni lo miró bien: no dudó en ganar un
creyente para la causa católica. La boda se celebró en la iglesia coruñesa de
San Jorge. Y al día siguiente volvieron a Dumbría en la típica diligencia de la
época. La mentira duró poco. Las amadas tuvieron que huir a Oporto. Pensaron que en otro país estarían a
salvo. Pero las arrestaron. Al día siguiente, todo Oporto conocía la historia
de la boda de dos mujeres ante Dios. Entre tanto, Mario juraba que era hombre.
Pero dos médicos la reconocieron y concluyeron que su sexo era femenino. La
obligaron a vestirse de mujer. Su pista
se pierde en un barco con destino a América, probablemente rumbo a Argentina.
Habían pasado a la Historia
como el primer matrimonio homosexual.
Y la pregunta ante esta historia es, ¿por qué a
la gente le molesta el amor? ¿Será porque son incapaces de amar?