domingo, 22 de marzo de 2015

La Mujer es la Norma. El Hombre la Excepción





Los mitos y las religiones nos han hecho creer que mientras el hombre era lo Uno, la Mujer era el Otro del hombre. Primero, relataban, dios creó al  hombre, que era por derecho divino, el protagonista no solo de la Historia, también  de la Naturaleza. La Mujer fue creada según estos mitos a partir del hombre. Era su costilla según los relatos bíblicos y por ello nació, desde los orígenes,  subordinada a él. Aristóteles llego a decir que la Mujer era un varón fallido. Pero se ha comprobado que desde el punto de vista biológico y fisiológico la hembra de la especie humana es la primera y es el macho quien prodece de ella. La especie humana empezó como un solo sexo y solo a través de la evolución creo otro, el masculino. Lo masculino ha partido de lo femenino. Por eso, desdiciendo a la Biblia  una mujer puede afirmar:”Mi origen no es tu costilla. Tu origen es mi útero”.



 Además, a través de la filogénesis, es decir, de la historia de la especie, se comprueba  que en los mamíferos al margen del sexo genético, hay un período en el que todos los embriones son hembras. Hasta la quinta o sexta semana todos los embriones humanos son morfológicamente hembras. Lo que demuestra que el sexo básico de los mamíferos es el femenino y que el sexo masculino es un sexo evolucionado o diferenciado. La mujer  es la primera de la especie y reproduce la especie. Se puede decir que: Todos somos mujeres. La Mujer es la Norma. El hombre la Excepción.





En cuanto a la evolución de la especie y hablando de las costillas del relato bíblico, los más modernos descubrimientos científicos sobre el origen y la evolución de la especie humana coinciden que fue un hueso el que tuvo la mayor responsabilidad a la hora de convertirnos en lo que hoy somos. Pero la conciencia y la creencia difieren en dos aspectos fundamentales: el tipo de hueso y el sexo del portador de la pieza. Para la Biblia fue la costilla de Adán; para la ciencia, la cadera de Eva. En efecto, de nada hubieran servido las prodigiosas contribuciones morfológicas, neuroendocrinas y metabólicas que lograron, a lo largo de millones de años de evolución, desarrollar nuestro gran cerebro si, paralelamente, no hubiera evolucionado una cadera capaz de parir el enorme cráneo que lo contiene. Cientos de miles de Evas, a lo largo de millones de años de evolución, soportaron cambios drásticos en sus organismos para adaptarse con éxito a cada nueva circunstancia ambiental, a cada cambio ecológico, y así impulsaron la evolución de toda la especie humana.