Los
mitos y las religiones nos han hecho creer que mientras el hombre era lo Uno, la
Mujer era el Otro del hombre. Primero, relataban, dios creó al hombre, que era por derecho divino, el
protagonista no solo de la Historia, también de la Naturaleza. La Mujer fue creada según
estos mitos a partir del hombre. Era su costilla según los relatos bíblicos y
por ello nació, desde los orígenes, subordinada a él. Aristóteles llego a decir
que la Mujer era un varón fallido.
Pero se ha comprobado que desde el punto de vista biológico y fisiológico la
hembra de la especie humana es la primera y es el macho quien prodece de ella.
La especie humana empezó como un solo sexo y solo a través de la evolución creo
otro, el masculino. Lo masculino ha partido de lo femenino. Por eso, desdiciendo
a la Biblia una mujer puede afirmar:”Mi
origen no es tu costilla. Tu origen es mi útero”.
Además, a través de la filogénesis, es decir, de
la historia de la especie, se comprueba
que en los mamíferos al margen del sexo genético, hay un período en el
que todos los embriones son hembras. Hasta la quinta o sexta semana todos los
embriones humanos son morfológicamente hembras. Lo que demuestra que el sexo básico de los mamíferos es el
femenino y que el sexo masculino es un sexo evolucionado o diferenciado. La
mujer es la primera de la especie y
reproduce la especie. Se puede decir que: Todos somos mujeres. La Mujer es la
Norma. El hombre la Excepción.
En
cuanto a la evolución de la especie y hablando de las costillas del relato
bíblico, los más modernos descubrimientos científicos sobre el origen y la
evolución de la especie humana coinciden que fue un hueso el que tuvo la mayor
responsabilidad a la hora de convertirnos en lo que hoy somos. Pero la
conciencia y la creencia difieren en dos aspectos fundamentales: el tipo de
hueso y el sexo del portador de la pieza. Para la Biblia fue la costilla de
Adán; para la ciencia, la cadera de Eva. En efecto, de nada hubieran servido
las prodigiosas contribuciones morfológicas, neuroendocrinas y metabólicas que
lograron, a lo largo de millones de años de evolución, desarrollar nuestro gran
cerebro si, paralelamente, no hubiera evolucionado una cadera capaz de parir el
enorme cráneo que lo contiene. Cientos de miles de Evas, a lo largo de millones
de años de evolución, soportaron cambios drásticos en sus organismos para
adaptarse con éxito a cada nueva circunstancia ambiental, a cada cambio
ecológico, y así impulsaron la evolución de toda la especie humana.