La
libertad llevó a configurar la mayoría de los personajes femeninos de Don
Quijote. Los principios de independencia y libertad rigen las vidas de las
mujeres que aparecen en la mayoría de los capítulos que aparecen en la historia.
Entre
las damas cultivadas y seguras de sí mismas, en donde se cumple de una forma
más radical el pensamiento de un Cervantes anticipado a su tiempo, está el
personaje de Marcela, que encabeza su manifiesto con el famoso grito: "Yo
nací libre".
Marcela
reivindica el privilegio de vivir sin trabas, sea soltera, casada u holgando a
su antojo de lo que llama su libre condición.
Este
que sigue es un fragmento de su discurso a los amigos del fallecido Crisóstomo,
que se suicidó porque ella no lo aceptaba como futuro marido: "El cielo
aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo que
amar por elección es excusado. (...) Yo como sabéis tengo riquezas propias y no
codicio las ajenas; tengo libre condición, y no gusto de sujetarme (...) Y en
diciendo esto, sin querer oír respuesta alguna, volvió las espaldas y se entró
por lo más cerrado de un monte".
Cuando
los amigos de Grisóstomo responsabilizaron a Marcela del suicidio del primero,
que tomó la decisión de quitarse la vida por los desdenes de la resuelta
doncella, Marcela, en la cima de una peña realiza un precioso discurso
defendiendo su inocencia en aquella muerte y su libertad frente a la tiranía
del amor.
Se
trata de una perfecta pieza de oratoria en la que se efectúa una defensa de los
derechos de la mujer en una época en la que esta se encontraba sometida,
primero a su padre y, después, a su marido, que, casi siempre, se lo elegían
sin su consentimiento.
Y
es que según José Miguel Lorenzo Arribas “El discurso feminista de la pastora
Marcela termina de una manera incomprensible en un contexto patriarcal: «tengo
libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no
engaño a este ni solicito aquel, ni burlo con uno ni me entretengo con el
otro».
Marcela
no tiene al varón como medida del mundo; ni siquiera se opone a él, como
pretenden los machos que tratan de ridiculizar y zaherir las propuestas
feministas. Simplemente, no reconoce como interlocutores a quienes solo ven en
ella un buen partido, por sus riquezas, hermosura, y sexo.
Discurso
de Marcela:
»Hízome
el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos
a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me
mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con
el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable;
mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso
a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso
fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir
“Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo”. Pero, puesto caso que
corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos,
que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la
voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las
voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque,
siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y,
según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario,
y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que
rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien?
Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo
que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de
considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo
me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la víbora no
merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por
habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa;
que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada
aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y
las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no
debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al
cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es
amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su
gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?
»Yo
nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los
árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis
espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura.
Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista
he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas,
no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno
dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se
me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba
obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora
se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la
mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de
mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este
desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué
mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le
entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención
y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora
si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado,
desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el
que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida
aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.
»El
cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que
tengo de amar por elección es escusado. Este general desengaño sirva a cada uno
de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí
adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado,
porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se
han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme
como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que
desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este
basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscará, servirá,
conocerá ni seguirá en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia
y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo
conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que
la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabéis, tengo
riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condición y no gusto de
sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaño a éste ni solicito aquél,
ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las
zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis
deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a contemplar la
hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.”
La
pastora Marcela [Cuento. Texto completo.]
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/cervan/la_pastora_marcela.htm