María
Soliña fue una mujer nacida en Cangas de Morrazo a finales del siglo XVI.
Su
estatus económico medio le supuso su arresto por el Santo Oficio, en el declive
económico de la villa, tras ataques turcos.
Es
un personaje conocido más de forma popular que contrastado por investigaciones
rigurosas
Un
memorial del procurador Gerónimo Núñez relata cómo en el año 1617 una escuadra
de piratas turcos llegó a la ría de Vigo desembarcando a dos mil hombres en
Cangas, entre punta de Rodeira y punta Balea.
La
villa fue saqueada y quemada y con motivo de esta tragedia muchas mujeres
perdieron el uso de la razón, siendo posteriormente juzgadas como brujas.
La
"caza de brujas" estuvo directamente provocada por el empobrecimiento
general que siguió a la invasión turca de 1617.
La
pequeña nobleza vio descender sus rentas de manera alarmante, por lo que buscó
por todos los medios los recursos necesarios para mantener su nivel de vida. La
Inquisición, integrada casi exclusivamente por miembros de este grupo social,
fue un eficaz medio para lograr su propósito. El objetivo primordial era
arrebatar a ciertas personas sus "derechos de presentación" en
capillas y "freguesías".
Las
posesiones más importantes de la familia eran los derechos de presentación de María
Soliña en la Colegiata de Cangas de Morrazo y en la Iglesia de San Cibrán de
Aldán.
Consistía
este derecho en que los sucesores del fundador de una iglesia podían proponer a
su titular cuando quedara vacante, y a su vez participar de los beneficios que
aquella generara.
Aunque
la causa real fue su riqueza material en una época de bajas rentas para nobles
y burgueses la acusación oficial ante el Tribunal del Santo Oficio de
Compostela fue de brujería. Se basaban en los continuos viajes de María, por la
noche, a la playa, al lugar donde su marido y su hermano habían muerto luchando
contra los turcos. El mar se había llevado los cuerpos y María Soliño rezaba
para que volvieran.
Siendo
como era una de las mujeres más ricas del pueblo, enseguida llamó la atención
de los nobles. Nueve mujeres en total, entre ellas Soliño, fueron juzgadas y
condenadas por diferentes acusaciones relacionadas con la brujería.
Con
los datos necesarios encontrados, y los que no, inventados, fue llevada a las
cárceles secretas del Santo Oficio. Para disimular su reprobable propósito, los
burgueses y la Inquisición mezclaron algunas mujeres que sí poseían derechos de
presentación con otras que eran "pobres de solemnidad". Muchas de
ellas se encontraban totalmente desamparadas, por haber quedado viudas tras los
tristes sucesos de 1617.
María
Soliña fue capturada y torturada en Santiago de Compostela hasta que confesó
ser bruja desde hacía dos décadas. Requisaron sus bienes y derechos de
presentación (que era el principal objetivo del Santo Oficio) y la condenaron a
llevar el hábito de penitente por seis meses, pero no se sabe si murió antes o
después del castigo, pues no hay acta de defunción. Por otra parte es
presumible su muerte poco tiempo después de la tortura ya que, con setenta
años, los daños físicos y psíquicos producidos en ella no podían dejar de
notarse.
Por
culpa de sus posesiones y la avaricia de los nobles María Soliña murió pobre y
sola. Pero siempre se mantuvo en la memoria colectiva, aunque su imagen se haya
deformado como bruja y loca.