Mientras
escribía ‘El infinito en un junco’, uno de los aspectos de la investigación que
más me ha sorprendido y que más apasionante ha resultado, ha sido la búsqueda
de los restos, de las huellas, de las mujeres en la historia de los libros y de
la lectura. Yo sabía que iba a encontrar un paisaje de ausencias, las mujeres
lo han tenido siempre mucho más difícil, mucho más difícil, sobre todo, para
dedicarse profesionalmente a la literatura, porque no podían ocupar el espacio
público, no podían tener una profesión en el exterior de sus hogares, y eso las
limitó. Pero para mí ha sido una sorpresa descubrir que a pesar de todos esos
obstáculos, de esas imposibilidades, ¿no?, de la obligación de quedarse dentro
de las paredes de su casa y no poder salir al mundo a tener las experiencias
que plasmar en los relatos, en los libros, sin embargo, ellas han estado muy
presentes, mucho más de lo que creemos. Ocurre que muchas veces la posteridad
es avara en el reconocimiento a lo que han hecho las mujeres.
Y
sucede también que, como ha sucedido en los hogares, pues muchas veces no ha
dejado huella o solo ha dejado huella en los familiares, en las personas que
las han escuchado y que las han conocido. Pero me parece muy importante
insistir en que incluso mujeres analfabetas han sido a lo largo de la historia
grandes narradoras, han sido las que conservaban las memorias familiares, las
historias del pasado, de los abuelos, de los bisabuelos, de todos esos relatos
que componen la vida de una familia. Creo que las mujeres han sido un eslabón
importantísimo en la educación y en la transmisión de conocimientos. Y además,
mi intuición durante el ensayo fue que, quizá, las primeras narradoras de historias,
las más antiguas, fueran las mujeres mientras cosían, porque me llama la
atención que haya tantos términos en común entre los textos y los textiles, que
hablemos constantemente del nudo de una historia, del desenlace de la
narración, del hilo del relato, de bordar un discurso, de urdir una trama… Y
así son infinitos los términos en los que relacionamos coser y narrar.
Y
bueno, mi impresión, mi teoría, mi hipótesis, es que las mujeres fueron las
narradoras por antonomasia en los primeros momentos de la oralidad y al mismo
tiempo que cosían, se contaban cuentos, se contaban sus emociones, se contaban
sus historias, y por eso utilizaban las metáforas de la costura, del telar, de
lo que tenían entre sus manos en ese momento, porque esas son tareas
específicamente femeninas. Así que hay allí toda una historia borrada, que es
muy difícil de rastrear y sobre la aportación intelectual de las mujeres como
maestras, como narradoras, como enseñantes de sus propios hijos. De hecho, en
el mundo romano, pues los hombres preferían que las mujeres se educasen porque
eran conscientes de que ellas iban a enseñar a hablar a los niños durante los
primeros años de su vida, y como querían que los niños de su familia fueran los
futuros líderes políticos, los oradores, los abogados, tenían interés en que
aprendieran a hablar gracias a mujeres que estuvieran formadas, y que tuvieran
conocimientos y que hubieran leído. Pero no interesaba la educación de las
mujeres por sí mismas, sino solo como una herramienta instrumental para enseñar
a otros. Y sin embargo, aunque esta es la situación, me importa mucho destacar
que las mujeres siempre se han rebelado contra esas limitaciones, contra las
voces que las hacían callar, ya desde ‘La Odisea’, y han creado mucho más de lo
que yo esperaba. Y me parece fascinante, por ejemplo, un hecho bastante
desconocido, que el primer texto de la historia, el más antiguo conocido con
nombre propio, es decir, no anónimo, lo firma una mujer, una sacerdotisa acadia
que vivió hace aproximadamente 4.300 años y que se llama
Esta
Enheduanna escribió antes que Homero, antes que el autor del ‘Poema de
Gilgamesh’, y nos cuenta en sus himnos, porque ella escribía poesía religiosa,
como la primera experiencia creativa relatada por una autora en primera
persona. Y la metáfora que ella utiliza tiene mucho que ver con la experiencia
de las mujeres, porque ella dice que cuando escribe recibe la visita de la
diosa Inanna, que se apodera de ella, que entra en su cuerpo y que después de
esa posesión ella da a luz las palabras, es el parto del poema. Y esa imagen,
esa imagen de crear como una forma de procrear, es profundamente femenina y es
muy emocionante. E incluso en sociedades tan misóginas como fue la de los
griegos en la antigüedad, pues tenemos personajes como Safo
, la poeta, o como Aspasia
,que fue, según dice el propio Sócrates, su maestra, que se casó con
Pericles, el líder de la joven democracia ateniense. Y cuentan muchas fuentes
que ella le escribía los discursos. Y esos discursos que, a través de la obra
del historiador Tucídides, han llegado hasta nuestros días, han inspirado discursos
de Kennedy y Obama. Es decir, que en nuestro mundo contemporáneo todavía se
sigue escuchando la voz de aquella Aspasia que se ha convertido casi en un
fantasma o en una imagen borrosa de la antigüedad.
Y
hay otras mujeres, hay poetas de las que solo nos han quedado añicos de versos,
pero recordamos sus nombres y se puede hacer una pequeña nómina de todas las
mujeres borradas o troceadas. Y me gusta insistir en que hubo mujeres filósofas
en la Academia, en las escuelas helenísticas, mujeres que se dedicaron a
pensar, mujeres que contaron su historia, sus emociones, sus sentimientos, que
indagaron, que buscaron, que investigaron y que hicieron todo lo posible por
dejar huellas. Y creo que rescatar toda esa herencia es muy importante también
por las niñas que hoy están estudiando, que hoy están aprendiendo y que serán
las creadoras de mañana, que sepan que hay detrás toda una historia, que hay
unas predecesoras y que el papel de las mujeres como intelectuales, aunque haya
sido silenciado y haya quedado en la sombra, es importantísimo, y ahora estamos
intentando rescatarlo para que nunca más vuelva a caer en el olvido.
Las mujeres en la historia de los libros: un paisaje
borrado. Irene Vallejo, escritora