domingo, 21 de junio de 2020

Las mujeres en la historia de los libros: un paisaje borrado. Irene Vallejo, escritora


Mientras escribía ‘El infinito en un junco’, uno de los aspectos de la investigación que más me ha sorprendido y que más apasionante ha resultado, ha sido la búsqueda de los restos, de las huellas, de las mujeres en la historia de los libros y de la lectura. Yo sabía que iba a encontrar un paisaje de ausencias, las mujeres lo han tenido siempre mucho más difícil, mucho más difícil, sobre todo, para dedicarse profesionalmente a la literatura, porque no podían ocupar el espacio público, no podían tener una profesión en el exterior de sus hogares, y eso las limitó. Pero para mí ha sido una sorpresa descubrir que a pesar de todos esos obstáculos, de esas imposibilidades, ¿no?, de la obligación de quedarse dentro de las paredes de su casa y no poder salir al mundo a tener las experiencias que plasmar en los relatos, en los libros, sin embargo, ellas han estado muy presentes, mucho más de lo que creemos. Ocurre que muchas veces la posteridad es avara en el reconocimiento a lo que han hecho las mujeres.




Y sucede también que, como ha sucedido en los hogares, pues muchas veces no ha dejado huella o solo ha dejado huella en los familiares, en las personas que las han escuchado y que las han conocido. Pero me parece muy importante insistir en que incluso mujeres analfabetas han sido a lo largo de la historia grandes narradoras, han sido las que conservaban las memorias familiares, las historias del pasado, de los abuelos, de los bisabuelos, de todos esos relatos que componen la vida de una familia. Creo que las mujeres han sido un eslabón importantísimo en la educación y en la transmisión de conocimientos. Y además, mi intuición durante el ensayo fue que, quizá, las primeras narradoras de historias, las más antiguas, fueran las mujeres mientras cosían, porque me llama la atención que haya tantos términos en común entre los textos y los textiles, que hablemos constantemente del nudo de una historia, del desenlace de la narración, del hilo del relato, de bordar un discurso, de urdir una trama… Y así son infinitos los términos en los que relacionamos coser y narrar.


Y bueno, mi impresión, mi teoría, mi hipótesis, es que las mujeres fueron las narradoras por antonomasia en los primeros momentos de la oralidad y al mismo tiempo que cosían, se contaban cuentos, se contaban sus emociones, se contaban sus historias, y por eso utilizaban las metáforas de la costura, del telar, de lo que tenían entre sus manos en ese momento, porque esas son tareas específicamente femeninas. Así que hay allí toda una historia borrada, que es muy difícil de rastrear y sobre la aportación intelectual de las mujeres como maestras, como narradoras, como enseñantes de sus propios hijos. De hecho, en el mundo romano, pues los hombres preferían que las mujeres se educasen porque eran conscientes de que ellas iban a enseñar a hablar a los niños durante los primeros años de su vida, y como querían que los niños de su familia fueran los futuros líderes políticos, los oradores, los abogados, tenían interés en que aprendieran a hablar gracias a mujeres que estuvieran formadas, y que tuvieran conocimientos y que hubieran leído. Pero no interesaba la educación de las mujeres por sí mismas, sino solo como una herramienta instrumental para enseñar a otros. Y sin embargo, aunque esta es la situación, me importa mucho destacar que las mujeres siempre se han rebelado contra esas limitaciones, contra las voces que las hacían callar, ya desde ‘La Odisea’, y han creado mucho más de lo que yo esperaba. Y me parece fascinante, por ejemplo, un hecho bastante desconocido, que el primer texto de la historia, el más antiguo conocido con nombre propio, es decir, no anónimo, lo firma una mujer, una sacerdotisa acadia que vivió hace aproximadamente 4.300 años y que se llama


Esta Enheduanna escribió antes que Homero, antes que el autor del ‘Poema de Gilgamesh’, y nos cuenta en sus himnos, porque ella escribía poesía religiosa, como la primera experiencia creativa relatada por una autora en primera persona. Y la metáfora que ella utiliza tiene mucho que ver con la experiencia de las mujeres, porque ella dice que cuando escribe recibe la visita de la diosa Inanna, que se apodera de ella, que entra en su cuerpo y que después de esa posesión ella da a luz las palabras, es el parto del poema. Y esa imagen, esa imagen de crear como una forma de procrear, es profundamente femenina y es muy emocionante. E incluso en sociedades tan misóginas como fue la de los griegos en la antigüedad, pues tenemos personajes como Safo , la poeta, o como  Aspasia ,que fue, según dice el propio Sócrates, su maestra, que se casó con Pericles, el líder de la joven democracia ateniense. Y cuentan muchas fuentes que ella le escribía los discursos. Y esos discursos que, a través de la obra del historiador Tucídides, han llegado hasta nuestros días, han inspirado discursos de Kennedy y Obama. Es decir, que en nuestro mundo contemporáneo todavía se sigue escuchando la voz de aquella Aspasia que se ha convertido casi en un fantasma o en una imagen borrosa de la antigüedad.



Y hay otras mujeres, hay poetas de las que solo nos han quedado añicos de versos, pero recordamos sus nombres y se puede hacer una pequeña nómina de todas las mujeres borradas o troceadas. Y me gusta insistir en que hubo mujeres filósofas en la Academia, en las escuelas helenísticas, mujeres que se dedicaron a pensar, mujeres que contaron su historia, sus emociones, sus sentimientos, que indagaron, que buscaron, que investigaron y que hicieron todo lo posible por dejar huellas. Y creo que rescatar toda esa herencia es muy importante también por las niñas que hoy están estudiando, que hoy están aprendiendo y que serán las creadoras de mañana, que sepan que hay detrás toda una historia, que hay unas predecesoras y que el papel de las mujeres como intelectuales, aunque haya sido silenciado y haya quedado en la sombra, es importantísimo, y ahora estamos intentando rescatarlo para que nunca más vuelva a caer en el olvido.