Nunca creí mucho en las
máximas totalizantes sobre las mujeres o los varones. Una mujer no es otra cosa
que un constructo cultural de alteridad donde también caben l*s pobres, l*s
viej*s, l*s migrantes, l*s negr*s, l*s discapacitad*s, l*s lgtbiq. Pero ser
mujer tiene sus privilegios, la potestad sobre temas como l*s hij*s, lo
doméstico, la belleza y el cuidado del cuerpo, la moda, los sentimientos, las
relaciones, la familia, lo disfuncional en ellas.
Un varón escribe sobre la
melancolía, la degradación de la virilidad, la decadencia del matrimonio y la
pesadumbre de la crianza de los hijos y es venerado por el mercado y la
crítica. Una mujer escribe sobre la pareja, los hijos, la crianza y es
publicada en una colección especial. De mujeres. Para mujeres. Pienso en
Franzen, en Knausgârd. Pienso en Ozick o Atwood en sus tapas blancas de dibujos
finos, la medida del flujo luminoso. En la medida de lo justo, para que nos
elijamos entre nosotras, porque nos tenemos a nosotras mismas. Lo doméstico es
universal en letra de varón, y en letra de mujer es personal, íntimo: no es
político.
En el mejor de los casos
vamos a integrar, en minoría, una colección de literatura donde el azar es
controlado y brinda el sello de la legitimación. Esa mujer probablemente no sea
un emblema del feminismo de las letras o de lo femenino o la femeneidad literaria.
Probablemente sea una escritora que no se define como feminista o que no habla
mucho del tema. Igual, no va a salvarse de ser calificada por sus atributos
físicos en las críticas o entrevistas. La bella dirán, y no la doctora en
filosofía, la impactante, y no la militante. Estos calificativos no aplican
cuando se habla de una obra de Jonathan Safran Foer o Alan Pauls, por nombrar a
dos autores de la narrativa actual. Las fotos, el enfoque de las notas, las
preguntas sobre congeniar la casa o la maternidad con la escritura, qué opina
sobre 50 Sombras de Grey o sobre la literatura escrita por mujeres, son puntos
ineludibles cuando se trata de una autora. Nadie se imagina hablar de esto con
Houellebecq o con Bizzio. Simplemente ellos escriben y alguien se ocupa de esos
temas por ellos.
Dirán que hay premios Nóbeles
de Literatura -¡muchos últimamente!- otorgados a mujeres, como dicen que hay
Presidenta mujer cuando se lucha por igualdad de salarios. Pero ni ese galardón
les da el pinet(*) a una Szymborska (¡poeta!), Jelinek (qué genia) o una Munro
para tener el respeto y la aceptación del varón Coetzee o Modiano. Nadie quiere
hacerle compañía a las mujeres, ni en la cartera de la dama ni en la cama como
ávido lector.
La cantidad de libros escritos por mujeres que
son reseñados en los suplementos culturales es notoriamente menor que la de los
escritos por varones. Algo similar pasa con la diferencia entre hombres y
mujeres que firman las reseñas y entrevistas. La diferencia es contundente: 80%
frente a un 20% de notas firmadas por mujeres.
En el siglo XX las mujeres abrimos puertas de
esferas antes reservadas exclusivamente para los hombres. Nos pusimos el
pantalón y nos hicimos jefas. En el siglo XXI tenemos que profundizar la lucha
por la igualdad de condiciones y del derecho a hacer y hablar de lo que
queramos sin reducirnos a los estereotipos impuestos y autoimpuestos, abrir un
espacio discursivo transgénero.
Fuente:
http://www.revistaanfibia.com/ensayo/machismo-y-literatura-el-mercado-de-la-sensibilidad/#sthash.KtbDaQP7.dpuf