¿Qué es la
prostitución? Necesitamos una definición, unos conceptos que nos hagan posible
ver esa realidad, para luego discutir sobre ella. La definición oficial es que la
prostitución es el intercambio de sexo por dinero. Y en este mundo en el que el
dinero es el valor supremo ¿qué hay de malo en ello? Esta definición convence y
normaliza el hecho porque conecta con la lógica neoliberal: todos compramos y
vendemos algo. Además, y por paradójico que resulte, también encontramos
personas y asociaciones que se declaran muy anticapitalistas y muy antisistema
y consideran el comercio con los cuerpos de las mujeres como una causa que
defender, algo progre y transgresor. Les preguntamos ¿transgresor de qué?, si
ir de putas siempre ha sido la norma para los varones, también en el mundo de
sus padres y abuelos.
Poner el acento en
"el intercambio de sexo por dinero" encubre dos rasgos fundamentales
de esta realidad. Primero, el hecho clave de que la prostitución tiene género:
las prostituidas son mujeres y, sobre todo, los clientes son hombres. Segundo,
el hecho de que lo que se vende no es sexo, es un cierto tipo de sexo, que
consiste en que el varón obtenga placer del uso del cuerpo de una mujer. Hay
que cambiar la definición anterior, porque hemos visto que falsea y oculta la
realidad. No nos puede valer, nos impide ver.
Vamos a buscar una
definición alternativa a la prostitución. La prostitución es una práctica por
la que los varones se garantizan el acceso grupal y reglado al cuerpo de las
mujeres. El acceso es en grupo, porque todos los varones pueden acceder,
digamos en fila, al cuerpo alquilado, es un bien público, es un harén
democrático. Es cierto que hay que tener dinero, pero esta condición no
invalida el carácter accesible, abierto a todos, de la mujer prostituida. El
acceso es reglado porque no tiene nada de natural y espontáneo, responde a una
serie de normas conocidas y respetadas: las prostituidas están en determinados
sitios, hay que preguntar cuánto es y qué se ofrece a cambio.
El libre acceso al
cuerpo de las mujeres está garantizado en la casi totalidad del planeta. La
prostitución como institución internacional y globalizada se basa en sostener
que todo hombre tiene derecho a satisfacer su deseo sexual por una cantidad
variable de dinero. A costa de quien sea, como sea y sean cuales sean las
consecuencias. Si las familias de los países más desolados por la desigualdad y
el sexismo venden a sus hijas, ése no es el problema de los clientes. Quién se
las haya puesto ahí no es su problema, tal vez tengan prisa para volver a casa
con sus familias, con sus hijas.
La prostitución es
una gran escuela de desigualdad humana, en la que chicos y chicas juegan un
papel ciertamente distinto al que creían jugar en los pupitres de la escuela,
donde todos parecían iguales. Ahora, las chicas resultan ser "chicas
nuevas, preciosas, muy jóvenes", unas veces ofertadas como guarras
calientes, otras como aniñadas y sumisas
Cuerpos a los que
tienes derecho a acceder, faltaría más, por qué no, sólo son mujeres.
¿Qué tipo de
hombres se están construyendo a diario en la escuela de los burdeles que
pueblan el paisaje de nuestro país?
Queremos acabar
con un mensaje a los hombres. Hay una diferencia muy importante entre el
tráfico de mujeres y otros problemas que nos causan tanta o más repugnancia
moral. Como personas individuales -y aunque lo intentemos-, no está en nuestra
mamo poner fin hoy mismo al hambre, al tráfico de armas, a las violaciones y a
las guerras. Pero sí está en la mano de cada hombre individual poner fin a la
prostitución. Basta con que hoy mismo ninguno vaya con su dinero a pillar una
mujer. Tal y como llevamos haciendo toda la vida, las mujeres -y aquí estamos-
no nos hemos muerto. Ellos, nuestros compañeros de viaje, son los que con su
dinero y su continua demanda de prostituidas ponen en marcha a los proxenetas y
las redes mafiosas. De cada hombre individual y su sencilla decisión depende el
futuro de muchas niñas que están naciendo hoy aquí y allá.
Texto: “La
prostitución de mujeres: el harén democrático” Ana de Miguel Álvarez. Profesora de Filosofía Moral y Política.