Reina
Nzinga, (Kabasa, c. 1583 — Matamba, 17 de diciembre de 1663) También llamada Ana de Sousa o Ngola Ana
Nzinga Mbande.
Reina
("Ngola") de los reinos de Ndongo y de Matamba, en el sudoeste de
África, en el siglo XVII.
Su
título real en kimbundu - "Ngola" -, fue el nombre utilizado por los
portugueses para denominar la región (Angola).
Es
una de las mujeres africanas más célebres por resistir la colonización europea.
Dirigió durante cuatro décadas (1620-1660) la guerra contra los portugueses en
Angola
Nacida
en el reino de Ndongo, en la actual Angola, a finales del siglo XVI, lo que se
conoce de su infancia es que creció en la corte real, que el rey era su
hermanastro y su madre una sirvienta.
La
primera aparición de Njinga en fuentes bibliográficas históricas data de 1622,
cuando llega a Luanda —la actual capital angoleña, entonces el principal
asentamiento portugués en la zona— diciendo ser emisaria del rey con la
encomienda de firmar un tratado de paz que pusiera fin a décadas de guerra
entre Ndongo y los portugueses.
Cuentan
las crónicas europeas que el gobernador, creyendo encontrarse ante una figura
menor, le indicó que se sentara en una alfombra, delante de su sillón. Njinga
entonces le ordena a una de sus sirvientas que se ponga a cuatro patas, se
sienta sobre ella a modo de silla y, ya a la misma altura que el gobernador,
procede a exponer las razones de su visita. El resultado de este encuentro: un
tratado por el que los portugueses reconocen la soberanía de Ndongo, se comprometen
a desmantelar uno de sus fuertes y a poner fin a las hostilidades, a cambio de
acceso a su territorio para los tratantes de esclavos y misioneros. La propia
Njinga se convirtió al cristianismo, bautizándose como Ana de Sousa, como parte
del acuerdo.
Dos
años más tarde, el rey de Ndongo muere en circunstancias misteriosas y su
hermanastra —es decir, Njinga— pasa a ocupar el trono con apoyo portugués. Su
ascenso no fue fácil y jamás le faltaron enemigos, pero lo compensó con un
talento diplomático y estratégico excepcional.
Ndongo
era un Estado muy descentralizado, donde una serie de clanes y nobles elegían a
un rey o ngola con poder de arbitraje pero con escasa capacidad ejecutiva. En
la corte, el ngola solía rodearse de ikijo, sirvientes leales sin conexiones
con los clanes, que gradualmente se convirtieron en una fuente de poder
independiente.
Njinga
comprendió la fuerza potencial de estos, los ikijo, y cultivó su apoyo, gracias
a lo cual consolidó su poder pese a la férrea oposición de los clanes.
Aunque
ocupaba el trono, Njinga seguía siendo una outsider. Su legitimidad era
constantemente cuestionada: mujer, hija de sirvienta, fuera de la línea de
sucesión y sin apoyo de ningún clan. Su situación se volvió aún más precaria
cuando los portugueses rompieron su alianza y decidieron armar a uno de sus
contrincantes.
Njinga
incrementó el número de ikijo, reclutando a esclavos fugados de los asentamientos
portugueses. Pero necesitaba más soldados y que fueran leales. Fue entonces
cuando pensó en los Imbangala: temidos guerreros nómadas que el resto de
poderes de la zona —incluyendo los
portugueses y su propio hermanastro— empleaban a menudo como mercenarios.
Njinga fue más allá, incorporándolos a su reino y convirtiéndose ella misma en
Imbangala. No solo adoptó sus títulos y costumbres, que incluían canibalismo,
sacrificios humanos e infanticidio: también adaptó el ejército de Ndongo a sus
técnicas y normas y acogió a los principales líderes Imbangala en su corte.
La
estrategia funcionó durante un tiempo. Pero la tradición Imbangala prohibía la
sucesión hereditaria y Njinga quería que su hermana –conocida por su nombre
cristiano, Doña Bárbara– le sucediese. Además, tenía que lidiar con líderes
Imbangala que jamás aceptaron su legitimidad. Así las cosas, optó por
reconfigurar sus alianzas: desplazó la capital a Matamba, un reino vecino en
declive con precedentes de mujeres en el trono, y se coronó reina.
Desde
Matamba, Njinga reorientó las rutas comerciales mediante ataques militares para
obligar a las caravanas de esclavos a pasar por sus territorios (y cobrar los
aranceles correspondientes). Después firmó un acuerdo con los holandeses, por
el que se comprometían a echar a los portugueses de la zona —lo que consiguieron, en 1641— a cambio del
monopolio sobre el comercio de esclavos. En poco tiempo, Matamba se convirtió
en uno de los reinos más prósperos y poderosos de la región.
Desgraciadamente
para Njinga, unos años más tarde los holandeses decidieron abandonar Angola, lo
que forzó un giro de 180 grados en su política exterior.
Tras
25 años de hostilidad contra los portugueses, Njinga firmó en 1656 un nuevo
acuerdo con ellos –parecido al de 1622– y juró nunca haber abandonado su fe
cristiana. Con este acuerdo, que duraría hasta su muerte siete años después,
Njinga consiguió por fin una situación estable y que su legitimidad como
gobernante no se viese cuestionada.
Mediante
alianzas fluidas con sectores sociales tradicionalmente ignorados (sirvientes,
esclavos, mercenarios), tácticas militares innovadoras y un aparato ideológico
destinado a encontrar precedentes que justificaran su posición, Njinga pasó de
ser la hija de una sirvienta bien ubicada a la reina indisputable de dos reinos.
Además
de los problemas derivados de su origen, Njinga tuvo que lidiar con un
obstáculo aparentemente infranqueable: ser mujer. Y para eso no había
precedente ni corte de esclavos o mercenarios con que imponerse. Consciente de
ello, había iniciado su reinado como regente, mientras el heredero de consenso,
su sobrino, llegaba a la mayoría de edad. Pero la estrategia tenía fecha de
caducidad.
Así
que, llegado el momento, Njinga hizo asesinar a su sobrino y probó otra
táctica: tomar maridos a los que les daba el título nominal de rey mientras
ella detentaba el poder real. Aunque aparentemente eficaz, el problema de este
sistema era que ninguno de los maridos tenía legitimidad ante la corte (de lo
contrario no hubieran aceptado el trato), con lo cual en la práctica
menoscababa el soporte ideológico que tanto le había costado fraguar.
Ante
esta situación, en la década de 1640 Njinga tomó una decisión que zanjó su
problema: se convirtió en hombre. Se cambió el título, sus maridos pasaron a
ser oficialmente concubinas y a vestirse con ropas de mujer y les obligó a
vivir con sus doncellas (a las que no podían tocar, bajo pena de muerte). Formó
a sus damas en técnicas de lucha y las convirtió en su guardia personal. Ella
misma empezó a liderar sus tropas durante las batallas y llegó a ser un
espadachín temido y formidable, habilidad que retuvo hasta muy avanzada edad.
El
misionero italiano Giovanni Antonio Cavazzi, que pasó varios años en su corte y
llegó a oficiar su funeral, cuenta cómo en 1662, con más de 80 años, Njinga le
sorprendió con una demostración de hábil manejo de espadas durante un desfile.
Njinga
moriría un año después, dejando como sucesora a su hermana Bárbara. Durante el
siguiente siglo, la mayoría de gobernantes de Ndongo-Matamba fueron mujeres. Y
ya no se discutió su derecho a serlo.
Para saber más: un punto de
partida es la biografía escrita por la experta Linda Heywood, así como los
textos de historiadores como John Thornton o Joseph C. Miller. Para investigar
las fuentes originales, el Monumenta Africana de Antonio Brasio contiene muchas
de las cartas escritas por la propia Njinga y los textos de misionarios
capuchinos, como Giovanni Cavazzi da Montecuccolo o Antonio Gaeta da Napoli,
describen con detalle la vida en su corte
Fuente:
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