El
mito del “instinto maternal”, supuestamente natural e intrínseco, predestina a
las mujeres a ser madres para que posteriormente se dediquen con prioridad al
cuidado de los niños/as que den a luz, resaltando que no se encuentra ningún
correlato equivalente en el caso del varón. La maternidad, y en especial su
ejercicio, condicionan la conciencia maternal. El mito del instinto maternal es
un claro exponente de la utilización de datos biológicos (como el útero, el
embarazo o el parto) con fines de opresión y aislamiento de la mujer en la
función reproductiva. Deja así de ser natural por la manipulación y reinterpretación
social a la que se somete. Manipulación que confecciona el «eterno
maternal», concepto acuñado por Patrice DiQuinzio para referirse a la formación
ideológica dominante, que especifica los atributos de la maternidad y articula
la feminidad en términos de maternidad sobreentendida. Construyendo la
maternidad de las mujeres como natural e inevitable, el «eterno maternal»
dictamina que toda mujer debe querer y debe ser madre, determinando que las que
no manifiesten estas cualidades requeridas o/y se nieguen a ejercerlas son
desviadas o deficientes como mujeres. Simone de Beauvoir fue la primera
feminista en señalar la maternidad como atadura para las mujeres, al intentar
separarla de la idealización que colabora a mantenerla como único destino
femenino. Niega la existencia del instinto maternal y propone situar las
conductas maternales en el campo de la cultura. Al hablar de la maternidad como
discurso dominante, Beauvoir reinterpreta el cuerpo materno indicando que no es
un cuerpo biológico, más bien se trata de un cuerpo cuyo significado biológico
se produce culturalmente al inscribirlo en los discursos de la maternidad, que
postulan a la madre como sujeto, para negar de esta forma a las mujeres. Para
Beauvoir, la cuestión es asignar al cuerpo materno un significado diferente.
Para ello presenta una descripción del cuerpo materno que desnaturaliza lo
natural, transformando la maternidad en una expresión extraña y anti-natural y desplegando
la posibilidad de que el deseo femenino sea más complejo de lo que suponen los
discursos dominantes. El deseo femenino no es maternal ni anti-maternal, sino
que es ambivalente, contradictorio, siendo la ambigüedad la característica de
la maternidad. En esta misma línea Badinter coincide en resaltar la
variabilidad del sentimiento materno indicando también que el instinto maternal
es un mito, ya que la maternidad es un sentimiento variable que depende de la
madre, de su historia y de la Historia, demostrando a través de su análisis que
el rol de la madre es una construcción cultural. Sobre el mito del instinto
maternal, Norma Ferro añade que es una expresión de dominación de la mujer que
posee gran fuerza social, que cobra una enorme incidencia en sujetos y
determina condiciones de socialización como seres sexuados. Es una variable de
relación humana que, con una función biológica como trasfondo, elabora un conjunto
de asignaciones simbólicas con la que las mujeres deben enfrentarse individual y
colectivamente. Al designar el ser madre como un hecho estrictamente natural,
la ideología patriarcal sitúa a las mujeres dentro del ámbito de la
reproducción biológica, negando su identidad fuera de la función materna. El
deseo de las mujeres no cuenta, porque se supone integrado en el orden de los discursos
legitimados del sistema.
Fuente:http://www.ugr.es/~esmujer/pdf/Saletti_Cuesta_articulo_revista_clepsydra.pdf
Imagen Maggie Taylor