En
1563, Jean Wier, médico en la corte del ducado de Cléveris, deseoso de suavizar
y atemperar las primeras persecuciones, afirmó que consideraba a las brujas
como simples espíritus perdidos, lo que Michel de Montaigne compartió y
reafirmó en la reedición de sus ensayos en 1588 allí se aconseja tratar a estas
mujeres como afectadas de locura, sometiéndolas a un tratamiento con helleborus.
Las ejecuciones de brujas se legitimaban por las confesiones que los
inquisidores les arrancaban, a menudo bajo tortura, o engañando y confundiendo
a las inculpadas con promesas mentirosas. Y Jean Bodin apoyaba y justificaba
estos abusos: « Es cosa virtuosa, necesaria, y laudable, de mentir y engañar
con tal de llegar a la verdad y salvar la vida de inocentes, y es condenable no
recurrir a estas prácticas, arriesgando que los males y que la destrucción
continúen». Al inicio solamente desarrollados y dirigidos por gente de Iglesia,
los procesos por brujería fueron luego encargados a los laicos. En 1599, el rey
Jacobo I de Inglaterra mostró como es posible probar la culpabilidad de una
indagada, pinchándola, o bien echándola al agua: si se la pinchaba y no
sangraba, la susodicha era reconocida como culpable de brujería; y por su
parte, si se tiraba al agua a la mujer y no se ahogaba, también ello se
interpretaba como signo de que la indagada era una bruja. Puesto que
generalmente se asocian Edad Media con las brujas y con las brujerías, y ello
no es arbitrario, no es de extrañar que los siglos XVI y XVII fueran los que
sufrieron las persecuciones más horribles y numerosas. Los procesos de brujería
fueron casi exclusivamente en contra de las mujeres. La locura colectiva surgió
cuando los tribunales civiles suplantaron el monopolio de la Iglesia en
relación a todo lo concerniente a la brujería.La « caza de brujas» conoció dos
etapas álgidas : la primera entre 1480 y 1520, y la segunda entre 1560 y 1650.
No obstante lo señalado, corresponde aclarar que la « imagen estereotipada» de
las brujas se fue conformando poco a poco entre los años 1400 y 1450, y que las
últimas persecuciones y los últimos procesos concluyeron hacia el fin del siglo
XVIII y principios del siglo XIX. Historiadores e investigadores estiman hoy
día que el número de víctimas se situó entre 50.000 y 100.000, contando tanto
los condenados a la hoguera por los tribunales de la Inquisición como los
condenados por la Reforma. Obviamente, nos estamos refiriendo a un número
elevado de afectados en proporción a la población europea de la época. Y entre
estos condenados a muerte, se estima que alrededor del 80 % de las víctimas
fueron mujeres. El 20 % restante eran hombres, la mayoría catalogados como «
errantes» es decir, pobres y vagabundos, nómadas, judíos y homosexuales. Estas
mujeres que fueron acusadas y condenadas ,y en algunos casos también su
descendencia, sobre todo si se trataba de niñas, frecuentemente pertenecían a
las clases populares, y entre ellas, sólo una minoría hubieran podido ser
catalogadas como enfermas mentales o como auténticas criminales. Un medio
horrible y despiadado de saber a ciencia cierta si una mujer era una bruja,
consistía en tirarla al agua con las manos y los pies atados, para así
dificultar el nado. Como en teoría, una bruja era más liviana que el agua, si
flotaba y no se ahogaba era rápidamente rescatada y quemada viva, mientras que
si por el contrario la mujer se ahogaba, ello era prueba que había muerto
inocente. Por lo general, las mujeres de clases privilegiadas escapaban a este
tipo de acusaciones y de persecuciones. La creencia en las brujas y los
procesos de brujas realmente comenzaron a ponerse en duda en forma más o menos
generalizada a partir del fin del siglo XVII. El pastor alemán Anton Praetorius
de la iglesia reformada de Juan Calvino, editó en 1602 el libro Sobre el
estudio en profundidad de la brujería y de las brujas, en donde se expresaba en
contra de la caza de brujas y en contra de la tortura. En Francia, Louis XIV
remplazó las ejecuciones a muerte por destierros de por vida, y en Estados
Unidos, el juez y el jurado de Massachusetts, responsables del llamado Proceso
de Salem (1692-1693), firmaron un arrepentimiento público en el cual se
retractaban por lo hecho.En Inglaterra, la ley contra la brujería fue
definitivamente abolida en 1736, lo que desgraciadamente no impidió el
ahorcamiento de la última bruja inglesa en 1808.
Las
últimas condenadas que fueron quemadas en Europa, datan del fin del siglo XVIII
y principios del siglo XIX, como por ejemplo Anna Göldin en 1782 en el cantón
de Glaris en la Suiza protestante, o como por ejemplo una condenada en 1793 en
Polonia. Y respecto de Francia y más precisamente en Bournel, una mujer acusada
de brujería fue quemada por campesinos en 1826, mientras que otra en 1856 fue
lanzada dentro de un horno en la comuna de Camalès.Uno de los primeros en
querer rehabilitar a las brujas fue Jules Michelet quien les consagró un libro
en el año 1862. El autor quiso desarrollar en ese escrito un « himno a la
mujer, benefactora y a la vez víctima» .Michelet eligió allí presentar a la
bruja como una rebelde y como una revolucionaria, al mismo tiempo que como una
víctima, y así rehabilitaba o intentaba rehabilitar la imagen de la bruja en
una época donde la misma estaba casi totalmente opacada y subordinada por la
del diablo. En el libro citado, Michelet acusó directamente a la Iglesia de
haber organizado la « caza de brujas» no solamente en el Medioevo, sino también
en el correr de los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, fue necesario esperar el surgimiento
de los movimientos feministas de los años 1970, para ver claramente planteado
este asunto de una manera más moderna y positiva. En efecto, los representantes
de dichos movimientos se apoderaron entonces de la bandera de la emancipación,
y reivindicaron esta cuestión como símbolo y emblema de su combate en las
prácticas subversivas de los movimientos feministas.