Ruby
Bridges Hall (Tylertown, Mississippi, 8 de septiembre de 1954 ) La primera
afroamericana en asistir a una escuela de "blancos".
A
la edad de 4 años se mudó con sus padres a Nueva Orleans, en el estado de Louisiana.
En 1960, a la edad de 6 años, sus padres eran miembros de la Asociación
Nacional para el Progreso de las Personas de Color y aceptaron participar en el
sistema de integración racial de Nueva Orleans. Ruby, protegida por agentes
federales, fue la primera afroamericana que acudió a un colegio de educación
primaria, hasta ese momento "sólo para blancos".
Aunque
la Corte Suprema de Justicia de EE.UU. había declarado la segregación ilegal
desde 1954, todavía había una fuerte oposición de parte de los gobiernos y
ciertas comunidades en los estados sureños.
Para
acceder a las escuelas de blancos, los niños negros debían demostrar que tenían
el suficiente nivel académico. Así, los sometían a un test de cuyo resultado
dependía que tuvieran o no la oportunidad de asistir a esas escuelas.
Rudy
fue una de los seis niños y niñas que resultaron aptos y la única que se
decidió a asistir a la escuela. Para las familias no era una decisión
cualquiera, aunque las leyes aprobaran la integración, la sociedad, estaba muy
en contra de la medida. No era una decisión fácil ni libre de consecuencias.
Bridges
asistió a clases durante todo un año sola, porque los padres de los otros niños
no querían que estuvieran cerca de ella debido al color de su piel.
Cinco
décadas más tarde, habló con la BBC sobre su experiencia personal y el vital
papel que jugó en romper las barreras raciales en Estados Unidos:
“Recuerdo
que ese día todo el mundo parecía estar muy emocionado. Los vecinos vinieron a
casa por la mañana para ayudarme a salir para la escuela. Alguien golpeó a la
puerta y cuando mis padres abrieron pude ver unos hombres blancos muy altos en
trajes, con bandas amarillas en los brazos. «Somos policías federales. Nos ha
enviado el presidente de Estados Unidos». Estaban ahí para escoltarme a la
escuela.
Entré
al auto con ellos. No sentí miedo. Llegamos a la escuela y había un montón de
personas en la entrada y agentes de policía a caballo y en motocicletas. Todo
parecía como un gran evento. Viviendo en Nueva Orleans, pensé que se trataba de
las fiestas de Mardi Gras.
Jamás
imaginé que todo eso era por mí, que habían organizado una manifestación para
impedir que yo acudiese a la escuela. Portaban pancartas, coreaban consignas: «Two,
four, six eight, we don’t want to integrate». Los policías federales me tomaron y me metieron rápidamente en el
edificio hasta la oficina del director. Vi como la gente de afuera entraba
apresurada y me miraban por la ventana, gritando. Fueron a todas las aulas para
sacar a sus hijos. Se los llevaron a casa dejando el colegio desierto.
Durante
todo el día hubo gritos y más gritos. Unos aparecían sosteniendo una pequeña
caja, que era un ataúd de bebé en el cual habían colocado una muñeca negra.
Cuando
regresé el segundo día, la escuela estaba vacía. El rector me esperaba en el
descanso de la escalera y me indicó dónde quedaba mi clase. Cuando entré vi a
una mujer que dijo: «Hola, soy tu maestra -mi nombre es Sra. Henry». Lo primero
que pensé fue, «¡Es blanca!», porque nunca había tenido una profesora blanca y
no sabía qué esperar.
Resultó
ser la mejor maestra que jamás tuve y amé la escuela por ella. Era una mujer
que había llegado desde Boston para enseñarme porque los profesores de la
ciudad rehusaban darle clase a niños negros. Fue como una segunda madre para mí
y nos convertimos en las mejores amigas.