Ida
Laura Pfeiffer (Viena, 14 Octubre 1797 –27 de octubre
de 1858) Viajera y escritora de libros de viajes. Fue una de las primeras
mujeres exploradoras, cuyos libros fueron tan populares que se tradujeron a siete idiomas. Dio
dos vueltas al mundo y sus libros le dieron fama y gloria
She was a member of geographical societies of both
Berlin and Paris, but not of Royal
Geographical Society in London due to her sex.Fue miembro de las Sociedades
Geográficas de Berlín y París, pero no de la
Real Sociedad Geográfica de Londres , porque no aceptaban a las
Mujeres.
Fue
la primera mujer en convivir con la tribu de los batak, caníbales de la isla de
Sumatra .
Hasta
los 10 años Ida Pfeiffer vivió como si fuese un niño. Era la menor de seis
hermanos varones de los que aprendió a trepar por los árboles, tirar piedras y
llevar los pantalones altos dejando ver las heridas que delatan algunas peleas
con pandillas enemigas. En casa estaban prohibidos los gestos de cariño. Los
abrazos. Los besos. El entusiasmo.
Cuando
su padre, un comerciante rico, murió y su madre tomó el timón de la casa, concibió
el propósito urgente de hacer de su única hija una dama vienesa.
Este
fue el primer conflicto en una vida de exploradora que tendría después
sucesivas encrucijadas. Primero le pusieron unas faldas largas untadas en
almidón. Después le buscaron un profesor de piano del que se enamoró, más tarde
le enseñaron a hacer punto y por último le endosaron a un novio distinguido que
no se correspondía con el chico que ella buscaba. Un desastre ingobernable para
quien estaba viviendo una expansión psíquica y muscular incompatible con ser
una joven manipulada. La docilidad no encajaba con el carácter de Ida, que algunos
años después tiró por tierra el absurdo “negocio” de ser una mujer de su casa.
Para
escapar algún día con toda la fuerza por delante, aceptó casarse con Mark Anton
Pfeiffer (de ahí su apellido), un abogado con poderes en el gobierno de
Austria. Un hombre viudo y 24 años mayor que ya arrastraba un hijo adulto. Era
1820. Ida tenía 20 años y un futuro diseñado a plazo fijo. Pero aquel hombre
noble bajó siete peldaños en la escala social al denunciar la corrupción que
alentaban algunos funcionarios en Viena. Ese pecado le llevó casi a la ruina.
Ida,
por su cuenta, asumió trabajos de profesora de música y de dibujo para salir de
la asfixia. Crió a los dos hijos. Participó activamente en la reconversión
industrial de la familia (de ricos a pobres) y en 1835 se divorció como quien
se alivia de luto. Ya está sola. Y escribe: "¡Dios sabe lo que sufrí
durante los 18 años de matrimonio. No por los malos tratos de mi marido, sino
por las dificultades de una situación catastrófica, por la necesidad y la vergüenza!...
Tenía que ocuparme de todo en la casa. Tenía hambre y frío. Trabajaba en
secreto para ganarme un salario. Había días que no tenía más que pan seco para
ofrecer a mis pobres niños".
Esperó
a que los chicos fuesen mayores y, cuando se independizaron, comenzó a diseñar
la hoja de ruta de su estampida.
En
1842, con 45 años y la salud quebrada, se marchó a Tierra Santa descendiendo por el
Danubio. Sin compañía. Con el dinero justo. Era el primer destino de una
aventura que se prolongó durante 16 años. Estaba convencida de que había que
desatar las maromas que la degradaron durante demasiado tiempo y deshacer a
dentelladas su condición de animalito amaestrado. Así que hizo testamento y se
echó al mundo.
La
expedición continúa durante nueve meses más por Turquía, Grecia y Egipto.
Escribe. Anota. Sortea peligros. Acumula experiencias y va por la tierra sin
equipaje, con una bolsa de piel para el agua y alimentándose de arroz y pan,
con un puñadito de sal. Regresa triunfal a Viena.
Publica su primer libro y resulta que tiene un
best seller entre manos. Ya traza planes para otro viaje y diseña una nueva
expedición sola por Islandia, Noruega y Suecia. Vuelve para cuatro meses a
Viena, escribe otro libro sobre el viaje y, ahora sí, está segura de empezar la
gran aventura: una vuelta al mundo.
En
1846 embarca hacia Río de Janeiro y allí comienza la gran aventura. Viaja por
América del Sur. Se adentra en el Amazonas conviviendo con los indígenas que le
dan cuartelillo. Camina descalza y sortea nubes de mosquitos que le dejan el
cuerpo grabado a fuego y con la sangre justa para seguir avanzando.
Está
fabricada de una determinación que le impide derrumbarse por muchos golpes que
le asestes. Es como si tuviese un cerebro y un cuerpo con más proteínas que el
resto. Escribe sin tregua sobre cada uno de los paisajes, de los indígenas, de
los animales, de las penurias, de los espantos. Así va dando cuerpo a su vuelta
al mundo, para que no se le olvide.
Pasa
por Tahití. Se detiene en China, de donde sale al galope. Le fascina la India y
decide instalarse nueve meses. No tiene demasiada prisa. Camina, busca coches
de caballos, se aloja en lugares infames. Da lo mismo. Nada puede doblegar su
ánimo, ni siquiera ese grado de suciedad apasionada de algunos rincones
dispuestos para el viajero auténtico. Cruza el desierto por Bagdad en una
caravana de camellos y sube, después de más caravanas, hasta Rusia, donde pisa
calabozo confundida con una espía. En 1848 está de nuevo en Viena. Publica
Viaje de una mujer alrededor del mundo, recauda y prepara la siguiente
aventura.
Embarca
en Londres con destino a Ciudad del Cabo, continúa por Singapur y, a la contra
de todos los exploradores del mundo, se adentra en la selva de Borneo. Muy
pocos salen vivos de aquellas entrañas. Pero Ida Pfeiffer, como si estuviese
reclinada en una escalinata en vez de atrapada en un laberinto de flúor,
complica más su supervivencia mezclándose con la tribu de los dayakos, cuyo
pasatiempo era rebanar cabezas de extranjeros y clavarlas en picas dispuestas a
modo de parterre. "Me estremeció, pero no pude dejar de preguntarme si,
después de todo, nosotros, los europeos, no somos realmente igual de malos o
peores que estos salvajes despreciados. ¿No está cada página de nuestra
historia llena de horribles actos de traición y asesinato?", escribió.
Pero
aún necesitaba más estímulos y de Borneo pasó a Sumatra a presentarse ante la
tribu de los batak, delicados “gourmets” de carne humana de los que apenas se
sabía que nunca habían aceptado a un europeo entre sus filas. Menos a Ida
Pfeiffer. Tanta fue la confianza alcanzada que sus nuevos compadres intentaron
trincharle un muslo por probar cómo era la antropofagia cuando se mezclaba con
la amistad. Al final salió de allí viva y con las dos patas.
Satisfecha
de su inmersión tribal, apuntó ahora hacia San Francisco (EEUU) y los Andes
para regresar a Viena en 1948. Sólo le quedaba una parada más, la de
Madagascar. Publicó “Mi segundo viaje alrededor del mundo”.
Pero
de aquellas expediciones además de recoger plantas, insectos, moluscos, vida
marina y muestras de minerales,cuyos
especímenes cuidadosamente documentados fueron vendidos al
Naturhistorisches en Viena y al Museo de Historia Natural de Berlín ,Ida
trajouna enfermedad tropical, quizá la malaria.
Consumida
por la enfermedad, murió en Viena en 1858. A los 61 años. Nunca viajó por
vanidad.
Fuentes: Wikipedia y El Mundo(
firmado por @Antoniolucas75)
En
este blog: Exploradoras
Viajeras y Aventureras