Regina García López (Valtravieso, Asturias, 1898 - 1942), también conocida como La Asturianita. Artista
de variedades española. Un accidente cuando tenía nueve años le hizo perder los
dos brazos, por lo que aprendió a desempeñarse con ayuda únicamente de sus
pies.
Cuando Regina cumplió los 15 años le dijeron que tenía que
dejar sitio a otra niña en el colegio. Para entonces, había decidido que quería
ser maestra. “La gente le decía '¿pero cómo vas a ser maestra sin brazos?
¡Olvídate! Duerme, come, reza”. Poco después intentó suicidarse tirándose desde
un acantilado. Aquel día vio, en el camino de regreso a casa, a unos titiriteros
con monos que cogían cosas con las patas y Regina pensó: 'Si ellos lo hacen, yo
también'. Y empezó a ensayar haciendo garabatos con los pies. Pensaron que
estaba chiflada”. Fue la primera vez que la dieron por loca. La primera de
muchas. Pero Regina iba a recorrer el mundo y a hacerse rica con aquella
locura.
Debutó en el Teatro Jovellanos de Gijón, actuando para la
infanta María Teresa de Borbón en 1917, y durante los años siguientes visitó 42
países de gira (Turquía, Egipto, Brasil, Argentina, Venezuela, EE UU...) con su
espectáculo, siempre en teatros. Nunca quiso actuar en circos. En 1933, según
recoge María Teresa Bertelloni, su nuera, en la biografía Regina García
López, La Asturianita, fue recibida por el presidente Roosevelt en la Casa
Blanca, adonde llegó, como era costumbre en sus actuaciones, conduciendo ella
misma con los pies. El presidente estadounidense le tendió instintivamente la
mano y La Asturianita le ofreció el pie.
1936, antes de comenzar una actuación en un teatro de
Luarca, Regina quiso hablar de sí misma: “Los niños huían de mí... Obtuve las
primeras revelaciones de la compasión, que hiere, que humilla. Las gentes
derramaban sobre mí sus miradas piadosas. '¡Pobre manquina!', decían. '¡Y para
los suyos, qué carga!'. Esto amargaba mi espíritu. Con la voluntad hecha
acción, aprendí, trabajé, gané, gasté, soñé, amé y realicé, porque dentro de mi
cuerpo mutilado está el alma de una mujer de cuerpo entero...”. Y a
continuación, presentó su gran proyecto, Selección, con el que pretendía recaudar
fondos en sus giras para pagar los estudios a chavales de aldea sin medios pero
con aptitudes.
Era muy culta. Hablaba cinco idiomas: portugués, francés,
inglés, alemán e italiano. Por eso el encargado de información del Ministerio
de la Guerra, Ángel Pedrero, le propone trasladarse a Francia para espiar para
la República. Regina se niega. Había llegado a Madrid poco antes de que
estallara la Guerra Civil con un contrato en La Zarzuela para recaudar fondos
para los niños de Luarca. Y en abril de 1937 es encarcelada en la prisión de
Ventas, acusada de espiar para los franquistas.
Al caer Madrid en manos del bando nacional, el 1 de abril de
1939, Regina sale de la cárcel. Pero por poco tiempo. Para celebrar su
libertad, decide ir al cine. Llevaba un vestido-capa que disimulaba su defecto
y al terminar la película fue la única que no hizo el saludo fascista. “¡Brazo
en alto!”, le gritó un falangista. “Yo no levanto el brazo ni aunque me lo pida
el mismísimo Franco”, contestó. “Pues queda usted detenida”. El episodio lo
cuenta ella misma en su diario. Protestaba sin medir las consecuencias. Era muy
temperamental. Regina terminó mostrando al falangista que no tenía brazos y
explicó que acababa de salir de la cárcel, donde la habían metido los
republicanos. La dejaron marchar, pero ella vería varias veces a aquel
falangista espiándola. Poco después, el Régimen le pide que colabore como
soplona. Regina también se niega esta vez y es encarcelada de nuevo, ahora por
los franquistas. La prisión de Ventas es ahora un penal abarrotado en el que
ingresan cada día entre 80 y 100 reclusas. Durante su estancia será trasladada
varias veces al psiquiátrico. Ella misma explica en su diario que tenía
alucinaciones. “Voy perdiendo la noción de todo y los ruidos en mi imaginación
son completamente distintos a lo que deben ser...”. El 5 de agosto de 1939,
Regina oye llamar a 13 compañeras que serán fusiladas esa madrugada y pasarían
a la historia como Las 13 rosas.
Regina García tenía 44 años el día que murió. Le había dado
tiempo a recorrer el mundo, a enamorarse, a ser madre, a demostrarle a todos
que podía hacer mucho más que comer, dormir y rezar.
Fuente: “Todos creían que era una espía.”Natalia Junquera