sábado, 27 de junio de 2015

Donde quiera que Eva esté, allí está el Paraíso.




Mark Twain  escribió en el “Diario de Adán y Eva: “donde quiera que ella estuviese, allí estaba el Paraíso.” A algunas hijas de Lilith les pasa igual: “donde quiera que Eva esté, allí está el Paraíso.”









Pero las mujeres lesbianas no lo han tenido nada fácil para poder expresar su amor. En España, durante el franquismo, la sexualidad de las mujeres se comprendía como receptora de los deseos y necesidades de los varones y sólo tiene sentido dentro la reproducción y la organización familiar. De hecho, el Estado se apropió de la tarea de rescatar a las mujeres del taller y la fabrica propias de la República, para devolverlas con éxito al hogar franquista.




Las mujeres no podían ser más que madres y esposas, por tanto heterosexuales, en una organización social que requería de su trabajo para enfrentarse con éxito a la tarea de perpetuar un régimen fascista. Las mujeres que no querían seguir el camino de un matrimonio y la maternidad sólo tenían como salida el convento, la locura o la soltería como servicio a los demás. 






Para la iglesia católica al servicio de la dictadura, las mujeres eran por naturaleza un ser subordinado. Para la psiquiatría las mujeres eran inherentemente patológicas, de una naturaleza inferior, seres infantiles y patológicos, y así se hace necesaria la regulación de sus instintos y comportamientos. Requieren de unos frenos que han de proveer tanto los varones como el Estado, para poder manejarse con un ser que será siempre menor de edad e inmaduro.





La represión contra  la homosexualidad estaba organizada, en dos ámbitos: represión estatal e ideológica.
Por una parte, la represión estatal se sirvió de todas sus instituciones para generar leyes, una articulación fruto de sistemas judiciales y penales al servicio del régimen, organizaciones represoras como el ejército y la policía, etc. Esta represión es física y violenta; en la dictadura se tradujeron en medidas de prisión, ejecuciones, destierro, tortura, re-educación, etc. a las que se han sometido tanto a ‘peligrosos sociales’ como a todo tipo de disidentes.
Por otra parte, la represión de carácter ideológico articulado a través de la cultura, educación, religión, instituciones familiares, partidos políticos, sistemas de comunicación, etc. Las mujeres que tenían deseos y deseo por otras mujeres fueron objeto de este tipo de represión, vinculada al control social asistido por todas las instituciones al servicio del régimen, además de algunas excepciones en las que también fueron objeto de represión estatal con la aplicación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970). Las mujeres que deseaban y se enamoraban de otras mujeres vivieron en la más absoluta represión de su sexualidad, que las condenaba al silencio y clandestinidad. Estaban a menudo sumidas en una situación que carecía de inteligibilidad, carentes de redes, términos y referencias. Los únicos espacios de referencia eran aquellos que estigmatizaban, señalaban y etiquetaban a las mujeres que rompían las normas como malas, pecadoras, borrachas o patológicas. 



 Además, el franquismo construyó modelos patrióticos para las mujeres basados en figuras ejemplares de santas y reinas, opuestas a las mujeres libres de la república. Estos modelos excluían la masculinidad de las mujeres, entendida como la apropiación de los saberes,  lugares o formas propias de los varones. Este temor está presente en la regulación de las mujeres en las prácticas deportivas, que por ejemplo lleva a Pilar Primo de Rivera a prohibir la práctica del atletismo.






Matilde Albarracín en su documental “Vidas de Lesbianas en el primer franquismo”( DVD, 60’), nos habla de las lesbianas en la ciudad de Barcelona. Tenían cafeterías que frecuentaban en el barrio de Paralelo, como La Cubana. Y también acudían a diario al teatro Arnau. Hacen excursiones y fiestas, ligan en la Barceloneta, frecuentan locales a los que convierten en “de ambiente”, visitan burdeles y fundan familias antagónicas al concepto ortodoxo de familia durante el franquismo. Tenían códigos propios para comunicarse y lugares a los que acudir, y su indumentaria era más discreta porque muchas eran muy femeninas, y no era fácil reconocerlas por su forma de vestir. “De cara a la familia o cuando venía la policía también tenían sus estrategias; por ejemplo, solían salir en parejas con amigos gays para hacerse pasar por novios”, explica la escritora. “Tenían redes montadas y se comunicaban por teléfono; la agenda con los números de las mujeres que iban conociendo era lo más apreciado para ellas”, añade. Para las personas que se movían en estos círculos durante el franquismo había, igualmente, expresiones propias. “Eran del asunto”. Además, las lesbianas se identificaban a sí mismas como libreras o tebeos, cuando se trataba de muchachas jóvenes. Y no solo dotaban de nuevos significados a las palabras coloquiales, también se apropiaban de los temas que sonaban en la radio del momento para hacerlos propios o elaboraban poemas de contenido erótico. “No tenían símbolos como ahora, pero le daban la vuelta a la letra de un bolero hasta hacerlo suyo; interiorizaban la cultura para darle un nuevo contexto”.  Fueron perseguidas por la Ley de vagos y maleantes y más tarde por la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970). 

Para terminar queremos recordar lo que pasa hoy en día en algunos países con las mujeres lesbianas http://sinetiquetas.org/2015/05/25/peru-las-violaciones-correctivas-el-infierno-silencioso-de-muchas-lesbianas/
 

Fuente principal: Raquel (Lucas) Platero Méndez. Hablando del ‘cuerpo del delito’: la represión franquista y la masculinidad femenina.