Maryam Bibi (Waziristán del Norte, Pakistán,1950 )
Nació en una de las zonas más atrasadas de Pakistán, una región
tribal pastún fronteriza con Afganistán donde aún imperan caducos
códigos de honor y un opresivo sistema patriarcal que considera a
las mujeres otra propiedad familiar más. Una tierra dura, y
endurecida, donde el 65% de la población vive en la miseria y que se
ha convertido en un reducto talibán.“Incluso hoy uno se pregunta
quién ha parido a los hombres porque no se ve una sola mujer en las
calles”, comenta con retranca Maryam. Bibi no es apellido sino un
tratamiento de cortesía.Maryam estaba condenada como el resto de las
mujeres de su tribu, los Wazir, a vivir encerrada en casa a partir de
la primera regla, a un matrimonio temprano, a muchos hijos y, quién
sabe si a una muerte antes de tiempo por falta de atención médica.
Sin embargo, esta orgullosa madre de cuatro hijos dirige una ONG de
ayuda a la mujer y, ya abuela, se ha sacado un máster en Política
Social.Mi padre era hijo de la cuarta esposa de mi abuelo y, al
quedar huérfano muy joven, tuvo que buscarse la vida. Así empezó a
trabajar para los británicos, se formó y, tras la independencia,
entró en la Administración pública”, cuenta Maryam para explicar
cómo en una época en la que ninguna mujer de su tribu iba a la
escuela, ella y sus hermanas fueron educadas. La decisión no fue
fácil. Al conflicto con los parientes le siguieron las tensiones
familiares. En Peshawar, donde el padre trabajaba, las niñas querían
ir de picnic con sus compañeras de clase y el asunto desbordaba al
progenitor. “Quiero daros una educación, no que os convirtáis en
unas cualquiera”, nos decía. “¿Cómo podía separar la
educación de la cultura y la vida? Aun así, con el tiempo he
comprendido que, a pesar de las restricciones, fui muy
afortunada”.Maryam Bibi se negó a vivir encerrada y trabaja para
ayudar a las mujeres pastunes.Lo que no pudo evitar Maryam fue que la
casaran a los 20 años con un primo 17 años mayor. “Era la
costumbre y yo quería tener un vestido bonito”, recuerda. Pero
pronto descubriría que el hombre sufría de esquizofrenia. Empezó a
golpearla, no trabajaba y había cuatro bocas que alimentar. Fue así
como, tras vencer la resistencia de su familia política, con la que,
siguiendo la tradición, se habían ido a vivir tras la boda, empezó
a pensar cómo ganar algún dinero. Tras varios proyectos fallidos,
logró su primer empleo con la agencia alemana de cooperación GTZ
como consejera de planificación familiar.“Había recibido
educación, pero me faltaba confianza en mí misma. En ese trabajo la
adquirí y vi la diferencia con las mujeres a las que visitaba”,
señala. Así que cuando terminó el proyecto, en 1993, se lanzó a
la aventura de crear Kwendo Kor, la Casa de las Hermanas en pastún,
para capacitar a las mujeres de las zonas rurales con escuelas,
centros de formación profesional y atención sanitaria. Desde
entonces, recibe amenazas de muerte casi diarias, a pesar de lo cual
no tiene protección oficial.
Fuente:Ángeles
Espinosa .El País