jueves, 8 de abril de 2021

Anna Coleman Ladd. Artista y escultora dedicada a mejorar la apariencia de soldados desfigurados.

 
Anna Coleman Ladd (Filadelfia, 15 de julio de 1878 –3 de junio de 1939) Artista y escultora estadounidense que dedicó su tiempo durante la Primera Guerra Mundial a mejorar la apariencia de soldados desfigurados.



Anna había llegado a Francia en 1907 animada por el proyecto que el escultor y capitán Derwert Wood había puesto en marcha en el hospital: quería devolver el rostro a los soldados a través de máscaras que colocaba después del trabajo del cirujano.
 
Ella, reconocida escultora durante su estancia en Boston, llegó a Europa para devolver a los soldados franceses lo que era suyo y abrió ese floreado Estudio para Máscaras en París administrado por la Cruz Roja americana.

Su fama como escultora, sin embargo, quedó supeditada a su condición de mujer: el permiso para abrir el estudio le fue concedido gracias a que su marido, de quien adoptó el apellido Ladd, había sido designado Director de la Oficina del Niño en Toul. La apertura de su estudio fue la primera piedra para sanar las heridas, físicas y mentales.


Ladd pintaba la máscara colocada en el paciente para elegir el color más similar a su piel.

Si Ladd o Wood no les devolvían el rostro, nadie lo haría. Los soldados menos afortunados permanecían convalecientes en hospitales con una imagen con la que ya no podrían enfrentarse al mundo exterior. Es algo que muchos de ellos sabían. Los espejos estaban prohibidos en la mayoría de las salas.

En Sidcup, en Inglaterra, los bancos de algunos parques se pintaban de azul, como un código que advertía de que quien se sentara allí “no sería agradable de observar”.

El ritmo de trabajo en el estudio era agotador. Era el de Ladd el que conseguía mejores resultados artísticos pero una sola máscara requería un mes de dedicación. Algunas de ellas solo cubrían una parte del rostro, como un ojo o la nariz, pero otras lo tapaban casi en su totalidad.

Ladd les aportaba una expresión que lucirían de por vida, incluía cejas, pestañas o bigote con pelo real y pintaba su superficie concienzudamente del color más similar al de la piel del paciente.

No podían comer o masticar con la máscara, tampoco mover sus labios al hablar, pero para los pacientes era más de lo que podían soñar. “Gracias a ti, tendré un hogar”, le escribió un soldado a Ladd. “La mujer a la que quiero ya no me encuentra repulsivo, como era normal que hiciera”.


En 1919, el estudio de Ladd había producido 185 máscaras y la escultora volvió a América, ya cesados los truenos de la guerra.


El rastro de los hombres que llevaron las máscaras se ha desvanecido casi por completo, pero se sabe, por los escritos de Ladd, que sus elaboraciones no duraban más de unos pocos años: “Ha llevado su máscara constantemente y aún la lleva aunque está muy abollada y parece horrible”.


En 1932, Anna Coleman Ladd fue nombrada miembro de la Legión de Honor francesa y siete años más tarde murió en Santa Barbara, dejando tras de sí rostros agradecidos a los que pudo insuflar una nueva vida.

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