Los
cambios asociados a los férreos roles de género están cambiando y eso es algo
que sin duda se agradece. La paternidad ya no es una etiqueta donde otorgar al
hombre la responsabilidad exclusiva del sustento de un hogar. Los padres “no
ayudan” en la crianza, no son agentes auxiliares sino figuras presentes,
cercanas y siempre partícipes en la vida de esxs pequeñxs en los que dejar
huella, a los que nutrir, amar y guiar.
Un
padre también entiende de crianza con apego y disfruta de esa cercanía
cotidiana donde conferir afectos, mimos y canciones de cuna. También nutre,
aunque no pueda dar el pecho, también él pasa las noches en vela, ríe, sufre y
se preocupa de ese niño/a que forma parte de su ser, aunque no haya crecido en
su interior.
Algo
que suelen comentar muchos pedagogxs y especialistas en crianza es que un niño/a
es parte de una tribu. Siempre hablamos de la maternidad y de ese apego íntimo
establecido entre una mujer y su bebé. Sin embargo, a nadie se le escapa que lxs
niñxs de ahora crecen en un pequeño microcosmos habitado por sus padres, sus
abuelos, los tíos, los amigos de los padres, los maestros…
Toda
interacción, todo hábito, cada gesto y cada palabra deja huella en el cerebro
infantil, y los padres tienen la capacidad de dejar un impacto enormemente
positivo en sus hijxs.
El
padre “real” es un adulto con grandes competencias emocionales, alguien seguro
de sí mismo, valiente como cualquier madre y preocupado siempre por dar
seguridad, aliento y afecto a ese niño/a para que el día de mañana abra las
alas convertido en adulto/a libre, maduro/a y capaz de dar y recibir felicidad
Fuente:La Mente es Maravillosa