Pongámonos
las gafas de ver de una “niña normal y corriente”. ¿Qué ha visto en un “día
normal y corriente”, por ejemplo en esta Navidad? Veamos. La publicidad le
habrá bombardeado o bien con muñecas lloronas y meonas necesitadas de cuidados,
o con esbeltas barbies ataviadas con refulgentes trajes y rubias melenas para
peinar; junto a carritos bebé, escobas o cocinas.
Para
la hermana mayor habrá reparado en la oferta de perfumes capaces de extasiar a
los hombres; y para mamá mágicos detergentes, con portentoso poder de reluz y
blancura.
En
las películas, se habrá topado con vigorosos héroes. En las noticias, habrá
normalizado a presentadoras embutidas en sugerentes vestidos, presentadores que
conducen la política, hombres que prescriben sobre ciencia o economía, icónicos
futbolistas y relatos donde la mujer es protagonista porque ha sido asesinada
por su pareja o por un depredador sexual.
En
los programas festivos habrá observado que las chicas lucen más carne que ropa,
y que de esta guisa son capaces de entonar las campanadas engullendo las uvas a
0 grados.
Lo
normal es que papá se haya ofrecido a “ayudar” a mama poniendo alguna que otra
mesa.
Por
el salón habrán circulado magazines que proponían a las reinas de la casa
soluciones exprés de rejuvenecimiento, cremas anticelulíticas, melenas de seda,
moda encajada como guantes en lánguidas jovencitas, reportajes de maduras
pasadas por el Photoshop, recetas de cocina y trucos para reforzar las armas de
mujer.
En
el restaurante le ofrecerían la carta de vinos a papá y, por supuesto, la
cuenta. Ahí la hermana mayor fue la señorita y mamá la señora, ante la
certidumbre de que mamá posee marido y prole y que la crema facial efecto flash
no hizo milagros.
Por
el centro comercial habrá visto a alguna chica en semicueros ofreciendo globos,
en la joyería a muchachas guapas con el imperativo laboral de llevar los labios
pintados de rojo, y en la sección droguería a vendedoras mayores con los labios
a su aire.
En
Navidad, la niña promedio ha respirado rosa intenso, como el chicle igualmente
pegajoso, por muy revolucionaria que pueda ser mamá y ella sea quien le escoja
las lecturas.
El
colegio, los amigos y la televisión ya se encargan de dividirle el mundo en dos
bloques diferentemente coloreados.
En
cuanto crezca, percibirá que la industria del consumo le cobrará una tasa rosa
en los productos que se suponen son para ellas, y el mundo laboral la colocará
bajo una lupa y le negará el mismo salario que a ellos.
Por
eso bien está que conozca por qué en dos meses habrá que seguir conmemorando el
día de la mujer trabajadora. Y que a las grandes revoluciones como la de 2017,
hay que acompañarlas de microluchas para hacer frente al eufemístico
micromachismo, un virus que está por todas partes.
Gloria
Lomana , periodista y analista política.