En sus tres siglos de
historia, el feminismo ha sabido identificar los nudos de la opresión y ha
luchado políticamente para deshacerlos.
En el siglo XVIII, el
feminismo se articuló como una interpelación moral a los privilegios masculinos
y en ese contexto las mujeres reclamaron la consideración de sujetos racionales
como base para conseguir otros derechos que ya tenían los varones.
En el siglo XIX, el feminismo
exigirá el estatuto de sujeto político para las mujeres y se articulará
políticamente en torno al derecho al voto.
En el siglo XX, las
feministas pondrán de manifiesto el dominio masculino en el marco doméstico y
familiar y el feminismo subrayará el carácter político de aquello que había
sido definido por el liberalismo y el socialismo como privado.
El feminismo del siglo XXI,
en medio de intensos cambios sociales, se interroga acerca de las vindicaciones
sobre las que articular la lucha bajo una poderosa reacción patriarcal y
neoliberal. Ninguno de los derechos que hemos conquistado está plenamente
consolidado. La reacción patriarcal pesa como una losa sobre las vidas de las
mujeres debido a los intentos de restablecer los antiguos códigos patriarcales.
En este comienzo de siglo, el
capitalismo neoliberal se ha convertido en el dispositivo de mayor opresión
para las mujeres. Todos los datos ponen de manifiesto que las políticas de
austeridad son devastadoras para ellas. La idea, asentada entre la izquierda,
de que las políticas económicas neoliberales afectan negativamente a las clases
trabajadoras y medias es cierta, pero es una idea insuficiente. Hay una parte
en esta afirmación que no se suele contar y es que las políticas de austeridad
empobrecen y subordinan más a las mujeres que a los varones.
La economía feminista subraya
que uno de los efectos más rotundos de los programas de ajuste estructural es
el crecimiento del trabajo gratuito de las mujeres en el hogar, resultado
directo de los recortes de las políticas sociales por parte del estado. En
efecto, aquellas funciones de las que el estado abdica, vuelven a recaer
invariablemente en la familia y una vez más son asumidas por las mujeres. Si
bien los trabajos reproductivos y de cuidados han sido asignados históricamente
a las mujeres, las políticas de austeridad aumentan el trabajo en el hogar,
pues algunas tareas que estaban ‘externalizadas’, ahora vuelven a la familia.
Por otra parte, la entrada de
considerables contingentes de mujeres al mercado global de trabajo en unas
condiciones de sobreexplotación difíciles de imaginar es un requisito necesario
para la supervivencia del nuevo capitalismo neoliberal. La alta participación
de mujeres en las maquilas o zonas francas vinculadas al vestido y al montaje
electrónico pone de manifiesto que hay sectores económicos ocupados
mayoritariamente por mujeres. Como también puede apreciarse que las maquilas
más descualificadas son las más feminizadas.
Los nuevos sistemas de producción flexible
requieren un nuevo perfil de trabajador. Deben ser personas flexibles, capaces
de adaptarse a cambios rápidos, a los que se puede despedir fácilmente y que
estén dispuestos a trabajar en horas irregulares. Este segmento del mercado
laboral se está convirtiendo en mano de obra heterogénea, flexible, temporal y
con salarios de pobreza. Estos grupos de trabajadores, que Manuel Castells
denomina ‘genéricos’, son mayoritariamente mujeres. El perfil del trabajador
sin derechos y sobre explotado tiene rostro de mujer. Este hecho es el que ha hecho
que el feminismo se haya comprometido y movilizado políticamente junto a la
izquierda en la lucha contra el neoliberalismo
Sin embargo, hay que precisar
que el objetivo político feminista no debe ser la crítica a la austeridad en sí
misma: debe ir más allá e identificar la política patriarcal del
neoliberalismo. El feminismo del siglo XXI ha entendido que el capitalismo
neoliberal, en estrecha alianza con los diversos patriarcados, está privando de
derechos conquistados a las mujeres, está articulando nuevos espacios de
subordinación, incrementando la explotación y feminizando la pobreza. El
resultado es un creciente e instrumental aumento de la violencia contra las
mujeres con el objetivo de que acepten su nuevo rol en las nuevas sociedades
capitalistas y patriarcales. Cualquier estrategia feminista debe articularse en
torno al trabajo y al empleo debido a su carácter fuertemente opresivo para las
mujeres. Y, además, esta estrategia desembocará en la construcción de
diferentes espacios de encuentro entre las feministas y las mujeres que no se
encuentran dentro del movimiento feminista. Las políticas neoliberales y
patriarcales deben convertirse en uno de los objetivos de la lucha feminista
porque se han convertido en la causa fundamental de la feminización de la
pobreza.
Fuente: El Diario.es