Discuto con dos
mujeres sobre la conveniencia de usar términos en el lenguaje que den
visibilidad a las mujeres. Ellas me dicen que no están de acuerdo. Que el
masculino es genérico y que incluye a toda la humanidad y por tanto a las mujeres. Yo alego en mi
defensa que el uso exclusivo del género masculino para referirse a ambos,
excluye al otro, en este caso, curiosamente, siempre se trata de la otra. Y la
invisibiliza. Ellas atacan con la premisa sacrosanta de que el lenguaje quiere lograr
la máxima comunicación con el menor esfuerzo posible y que decir ,”trabajadores
y trabajadoras”,”niños y niñas”ralentiza la comunicación. Yo les recuerdo que
siempre hubo en español un tratamiento de cortesía por el cual se dirigen al público
en general como “señores y señoras”, “damas y caballeros” y nadie se rasga las
vestiduras. Y les recuerdo también que el lenguaje que utilizamos o elegimos
para hablar modela comportamientos y conductas personales y colectivas porque
son la base de nuestro imaginario social y colectivo. Me dicen que el
inconveniente de incluir y dar visibilidad a las mujeres atenta contra “el
principio de economía del lenguaje”. ¡El principio de economía del lenguaje!
Hasta ahí podíamos llegar. Estoy harta de que la economía lo domine todo. Si me
hablaran del principio de poesía en el lenguaje podría estar de acuerdo. Pero
por lo de la economía no paso. Entonces, volvamos
al gruñido de los primates, les sugiero. ¡Eso si que es economía del lenguaje!
Me miran raro. Me
despido con un gruñido. Me he ahorrado tantas palabras que no sé donde gastármelas.
Texto e Imagen.
Ana & Heterónimas